jueves, 30 de agosto de 2018

THE CATCHER IN THE RYE, OBRA CLAVE EN EL ASESINATO DE JOHN LENNON


“Él sabía dónde van los patos en invierno, y yo quería saberlo”, dijo Mark David Chapman en su declaración tras haber asesinado a John Lennon la mañana del 8 de diciembre de 1980 en Nueva York.

La frase no era menos que una alusión a la obra maestra de J. D. Salinger, The Catcher in the Rye, cuyo protagonista, Holden Caulfield, tenía una obsesión con saber qué pasaba con los patos cuando se congelaba el lago del Central Park. Preocupado por la muerte y cautivado por la idea de que en la vida nada es eterno, Caulfield vaga entre la adolescencia y la adultez un tanto perdido, enojado con el mundo y sacando lo mejor y lo peor en sus lectores: en este caso, despertando las ganas de matar de Chapman, un fanático de The Beatles, adicto a las drogas, introvertido, cínico.
La novela de Salinger cumplió el domingo pasado 66 años de su publicación, y su legado sigue intacto. Es una paradoja que su personaje, un adolescente que ve hipocresía y superficialidad en todas las personas que lo rodean, encarne ciertos aspectos que aborrece. Holden Caulfield está, ante todo, enojado. “Tienes que estudiar justo lo suficiente para poder comprarte un Cadillac algún día, tienes que fingir que te importa si gana o pierde el equipo del colegio, y tienes que hablar todo el día de chicas, alcohol y sexo”, escupe Caulfield. Sin embargo, atesora en él cierta ternura, amor, valentía:
Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno”.
Camino –ya decidido- a matar a la leyenda del rock, Chapman compró un ejemplar de su libro preferido y sobre él, escribió “Esta es mi declaración”. Cuando fue interrogado por la policía, contestó: “Estoy seguro que la mayor parte de mí es Holden Caufield, el personaje principal del libro. El resto de mí debe ser el Diablo.”
John Lennon, aquél músico y compositor nacido en Liverpool, autor de “Give peace a chance”, que imaginó un mundo sin infierno, un mundo con cielos únicamente, vacío de razones para matar o morir, un soñador y portavoz de una contracultura a la cual se aferraron millones de personas que estaban en contra de la guerra de Vietnam, murió asesinado esa mañana de septiembre mientras caminaba con su mujer Yoko Ono mientras se dirigían a una sesión de grabación en Record Plant Studios. Cualquiera puede imaginarlos caminando por la calle, cuando un extraño se les acerca para que el aclamado Lennon le firmara su nuevo disco, Double Fantasy, a un fan (habitual, ordinario). Minutos después, ese admirador (para nada habitual, para nada ordinario) dispararía cinco balas con un revólver calibre 38 Special, de las cuales cuatro impactaron a Lennon en la espalda y el hombro izquierdo.
No deja de ser irónico que asesinos como Mark Chapman hayan citado la obra de Salinger como una explicación para sus crímenes cometidos, siendo esta la novela que describe la pérdida de la inocencia, las ganas de encontrar en el mundo una razón por la que valga la pena vivir, los encuentros con personas con las que se puede realmente conversar.
La pregunta acerca de qué pasa con los patos en invierno es la imagen perfecta de la nostalgia. ¿Qué pasa cuando la naturaleza prohíbe que sobrevivan en su hábitat? Realmente, ¿dónde irán a parar? ¿Acaso se los lleva un camión, como se pregunta Caulfield? ¿Acaso mueren? ¿Acaso emigran? ¿No pasa esto mismo con todos los aspectos de la vida? La desaparición, la muerte, el apocalipsis inevitable, el final programado… y tantas preguntas sin respuesta. Algunos viven con la curiosidad y sacan de ella la adrenalina para vivir. Chapman volcó toda su ira, su impotencia, sus pocas ganas de subsistir en contra de Lennon, y lo mató. La principal diferencia entre ambos es, quizás, que en el fondo en Caulfield existía una gran cuota de esperanza: “Le dije que apostaría mil dólares a que Cristo no había mandado a Judas al infierno, y hoy los seguiría apostando si los tuviera“.

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