viernes, 15 de diciembre de 2017

Salud mental

Es cómico cómo buscamos soluciones a problemas que no existen; cómo buscamos respuestas a sensaciones que sólo la música y los libros templarían. Templanza: estar en paz con uno mismo, volver a las pasiones de uno, olvidarse un rato del deber ser para pasar a ser. ¡Las respuestas están en uno! Claro que el psicoanálisis ayuda, pero “Joey” de Bob Dylan, cura. Y el alma vuelve a sonreír.

Fin de año, las mismas emociones que se cruzan y se aprietan unas con otras como los piqueteros caminando por la nueve de julio, con humo y bengalas, palos y capuchas, sed de violencia y fuego; nunca nada alcanza, siempre es necesario volver al circo, exigir en lugar de hacer, reclamar en lugar de trabajar; es más fácil si nos dan todo gratis, todo de arriba, todo y más. Quiero lo que es mío, lo que me corresponde. ¿Pero qué es mío? Más que este presente incierto, este microsegundo de calma y seguridad. El pasado no me corresponde, el futuro es un verdugo disfrazado de traición, quién aguarda del otro lado de la puerta, quién vendrá a tranquilizar las penas del mañana, quién nos hará sonreír, llorar, quién ha de morir antes de lo esperado. El traidor que toca la puerta por la noche, cuando menos lo esperamos, viene a recordarnos que no estamos vivos porque lo elegimos sino porque Dios nos mantiene con vida, hace que el cuerpo siga funcionando, las piernas sigan caminando. Eso da un poco de tranquilidad y nos libra de cierta responsabilidad, es innegable.

Cuántos temas convergen en estas palabras, cuánto hay por librar, cuántas emociones aplastadas contra la tierra de una villa, en la que una madre que perdió a su hija a costa de un novio celoso y con ganas de matar la dejó encerrada cuatro días muerta mientras por teléfono se hacía pasar por ella. Cuántos chicos vomitando gusanos a falta de cloacas y agua potable, cuántos buscando consuelo en la droga con tal de no sentir el hambre y la soledad. Cuántos misterios están escritos en el cielo; dibujados con lápices blancos, si forzamos la vista se pueden ver, claros como el agua: por qué algunos nacieron con tan poco, aislados y sin amor. Desnudos de todo como los animales. Si la misericordia existe, ¿por qué estuvo tan mal repartida? ¿Acaso no merecen ellos algo mejor? Consuelos como los últimos serán los primeros. ¿Pero no son dignos de vivir bien ahora, antes de morir, antes de alcanzar el Paraíso? La vida dulce y la vida breve es un regalo para todos, no se supone que debería ser un martirio, una lucha. Quiero creer que todos –hasta los más miserables, los más desdichados, los más pobres de amor- puedan experimentar algunas de las bellezas mundanas y celestiales, haces de luz y de sombras, señales del mundo mágico y paralelo en el que las mujeres no tienen que cruzar pozos de barro para ir a trabajar, ni tienen que bancarse que sus maridos las dejen encerradas para después pegarles con palos hasta el cansancio, donde los hombres no tengan que recurrir al paco para no sentir tanto frío, donde los chicos no se enfrenten a la muerte todos los días de sus vidas.


Nada de psicoanálisis, por ahora me salvará el arte. 

martes, 17 de octubre de 2017

Episodios

El aire de octubre brilla mientras reunidas, brindan por el azar que las rodea: infinitos factores tuvieron que darse para que estuvieran aquí y ahora. Para empezar, el Origen del mundo, la explosión, la Palabra, el cosmos, la galaxia inmensa e imposible, los animales, el homo sapiens, alguna decisión voluntaria y algún que otro accidente más y entonces pum, Uruguay, la ruta, el paraíso, las estrellas, una cerveza y en ese momento de la historia, el brindis. Un tanto despojadas de la rutina, de las familias, de la Tierra Amada y habiendo olvidado sus obligaciones, trabajos, teléfonos, concentradas únicamente en pasarla bien y disfrutar, viven el momento perfecto creyéndose indestructibles, consagrándose una vez más como amigas, reforzando el vínculo y sellándolo de vuelta con plasticola para guardarlo en una cajita de oro. Los vasos fríos se chocan entre sí sobre una mesa cuadrada, alguna que otra lágrima hace fuerzas para no salir, y mientras tanto, dos neuronas se encuentran, buscan una sierra y rompen un hierro. Qué es la impunidad, al carajo con el esfuerzo, me cago en estas pendejas que vienen acá a pasarla bien. Vos revisás el cuarto del fondo, yo me llevo todo lo que encuentro en este y después vemos qué hacemos con los otros dos. ¡¡¡Boludo la alarma!!! Agarrá lo que encuentres y vamos. Pam pam pam pam pam pam pam dale, acá abajo hay algo, una valija, allá hay otra, ¿eso qué es? Creo que es una computadora o algo así, agarrala, dale. En frente hay otro cuarto. Pero no llegamos. Pero de ahí salían haciendo ese desfile pedorro mientras la otra las filmaba, por ahí hay algo. No, no pruebes que no hay tiempo. Acá encontré guita en la billetera roja. ¿Agarraste esas mochilas? Vamos. Subamos. Tras brindar, con luces de colores y pétalos de rosas que caían alrededor, recuerdan viejas historias, viejos cuentos, viejos viajes. Vuela una valija por el aire. Se ríen y comparten. Les desgarran un pedazo de intimidad. Podría haber sido peor, pensarán después. Podría haber sido mejor, dicen los villanos, una hora después, revisando todo, defraudados. Esa computadora tirala a la mierda, un fiasco el laburito de hoy. Feliz día de la madre vieja, mirá el vestido que te traje.

La noche sigue su curso y con ella, las ganas de gozar. Después de seis cervezas, Charles Chaplin y alguna que otra cosa más, vuelven radiantes. Cada momento supera el anterior, dicen en voz alta con el afán de no acostumbrarse. Date cuenta, es así. Confiadas y como pancho por su casa entran nomás riéndose, metiéndose poco a poco en la boca del lobo. Viendo sus teléfonos y charlando cada una va para su cuarto –una sube las escaleras (ayyyyyyyy) para tomar agua- cuando la del cuarto del fondo dice, con cierta duda y temor, “chicas nos robaron”. Qué ridiculez es esa, los cuartos eran un quilombo de ante mano. Pero esa duda se esfuma y entonces con 100 por ciento convicción, señala: Nos Ro Ba Ron. Y entonces, panic attack everywhere. La sedienta que segundos antes había subido las escaleras, conecta cables: frío en el living, ventanas abiertas, bidón en mano, la de abajo gritando que robaron… sus piernas inteligentes se arrastran como quien quiere la cosa, sin tropezarse, viendo y divisando cada metro para no resbalar. Su cabeza solo piensa una cosa: l a c o m p u t a d o r a. En cámara lenta, con el pelo al viento, el bidón de agua en mano, todo alrededor frena. Despacio, bien bien despacio, de a poco, primero una parte y después el resto, va pareciendo la cara verde, desesperada, lenta, gesticulando y emanando locura y un poco de miedo. Suena de fondo all the tired horses in the sun de Bob Dylan. Todas nos damos vuelta al mismo tiempo y la vemos, despacio, entrar al cuarto. Nadie entiende cómo no se cae. Lenta, la imagen continúa, fría, milimétrica, enfocándose en esa cara verde, un poco amarillenta a punto de caer al piso. Entra finalmente al cuarto, ahora vuelve todo al ritmo acelerado, pim pam pum, corrobora que estén las cosas, tiemblan sus piernas entonces y algo la mantiene de pie. Llamamos a las dos que siguen lejos de todo esto, que siguen brindando por ahí, ingenuas y felices, con pajaritos de colores y mariposas y pétalos de rosa. 911, Prosegur, una mente superior que organiza el operativo cómo–actuar–cuando–hay–un–robo– y en el medio de todo el quilombo, la niña del grupo llorando y queriendo escapar de la situación. Me quiero ir, dice la niña, me quiero ir, quiero ir al auto, quiero ir a un lugar con gente, quiero ir a un lugar con luz, me quiero ir. Pero entonces recuerda: no puede irse sin algo, cómo la había olvidado, shame on you!!! Ahora sí, querida mía, ahora sí, con mi toalla voy a donde sea, dice, con mi toalla. Agarra entonces sus pertenencias, se calza la mochila no robada, la toalla no robada, se lamenta por la billetera robada y los 3 mil pesos en tickets que tenía para rendir en la empresa de sus sueños, y se dispone a irse. Mientras tanto, los pollitos todos juntos, unidos y miedosos ven la escena del crimen: no se toca nada, no se pisa nada. Ropa por todos lados, valijas dadas vueltas, ventanas abiertas, y entonces, descubren el acto morboso: rompieron un barrote y entraron por esa ventana. Todas miran y todas tienen el mismo escalofrío. La cortina blanca vuela en la oscuridad que seguramente esconde al criminal (si es que con suerte no sigue adentro de la casa), la colcha de la cama arrebatada y la marca de las manos que la levantaron permanecen intactas. Y llegan entonces las otras: la cara negra de rímel y lágrimas, el pelo revuelto y un llanto desconsolado, resignado, ahogado. A tal punto la desilusión que sus ojos pierden el miedo. Llora y grita en la oscuridad del bosque –donde nuevamente, quizás se escondan los culpables de semejante desdicha y quienes quizás sigan con hambre de destrucción- y se empaca a llorar y a gritar que le robaron todo. Incredulidad y shock empapan a la otra que llega. Entra en un estado de trance al ver por primera vez en veinte años entran a la casa. Era en serio. Era cierto. Alguien entró. Alguien rompió una ventana y se metió. Se llevó sus cosas, su ropa. Se llevó todo. Todo se llevó. Le llevaron todo. Le robaron todo. Todo le robaron. Todo. Le robaron. Todo. Amex, Visa, billetera, ropa, todo. Todo. Todo. Le robaron todas las bombachas. Quién mierda es Zulma, no sé. Pero que se considere despedida. Econtré mi billetera!!! Grita la de los tickets para rendir, sonriente, reluciente, feliz, radiante, y no lo disimula ni un poco. Eso sí: los chorros tuvieron el tupé de desordenarle la valija y mezclarle lo sucio con lo limpio. Mierda.

Pero no todo está perdido: llega entonces un actor disfrazado de policía que finalmente y por primera vez en su larga carrera como comisario pudo lucir sus mejores dotes. Hagamos de cuenta que soy la CIA, pensó. Y fue recorriendo paso a paso la escena del trueque "ropa y plata a cambio de más libertad", sospechando de cada marca en la pared, de cada bombacha tirada, de cada vaso distribuido por la casa. No toquen nada, todo puede servir como prueba: de acá podemos sacar huellas digitales, de allá alguna prueba de saliva que nos ayude a encontrar al agresor. Mhm, interesante, interesante, y va midiendo con cautela cada paso que habrían dado los sospechosos unas horas atrás.

Que la plata va y viene, que podría haber sido peor, que gracias a Dios no hubo ninguna desgracia. Que de esto se sale y con las horas, la sensación asquerosa desaparece; que no hay nada que la amistad y el mar no curen, que cada momento supera al anterior, que es agotador e inquietante ser inmensamente feliz. Que da ganas de aprehender cada segundo, cada recuerdo, cada mirada y cada risa. Que el sol brilló largo y tendido, que el agua empapó y se llevó con ella toda amargura, que la historia y el cosmos se aliaron para que se conocieran, el azar y el Amor tuvieron algo que ver; y que el misterio late constante, adentro, pero en el intervalo entre la nada y lo otro, elegimos vivir con intensidad, sintiendo y vibrando con todo.


domingo, 17 de septiembre de 2017

Domingo

Me acuesto a leer pero me pongo a pensar con ese aire nostálgico de los domingos. Domingos. Do-min-gos. Do-ming-o. Dom-in-g-o. On we go. Qué palabra criolla, Argentina, poco elegante, familiera, el Séptimo Día, palabra de descanso. Domingo. Eso que yo de chica odiaba porque era el anticipo de algo que venía a devorarnos a todos, que me separaba de mi familia, de mi casa, del ocio. Me agarraba desprevenida; era una especie de infiltrado, enemigo disfrazado de algo más. Eso que mi papá me enseñó a amar porque seguía siendo parte del fin de semana. Al fin y al cabo. Pero no cuenta, porque el ama todo. Vivir para llegar al sábado, que al sábado lo alcance el domingo y angustiarme y volver a despertar el lunes, víctima, como todos, de esta vida que no es más que una sucesión de domingos, uno tras otro, no es más que la espera de ese domingo que nos agarra dormidos, desprevenidos, viene a devorarnos, a decirnos que es el Séptimo Día, que la semana también es algo insólito, y lo peor, lo más mortificante, es que no nos vamos dando cuenta que ese paso de lo que llamamos "tiempo" (y entendemos el tiempo como esa espera del domingo, que no ha de acabar, que ha de continuar eternamente, acá y en todos lados, acá y en todos los mundos) ese paso de lo que llamamos "tiempo" tiene consecuencias fatales: uno va perdiendo fuerza, acumulando recuerdos, la piel sufre cambios sustanciales, las articulaciones se empiezan a desgastar, los ojos empiezan a ver más borroso. Eso sí, los cambios se dan tan pero tan tan tan lentos, que no los notamos mientras suceden. Solo los vemos después de que haya pasado una notable cantidad de domingos, una serie acumulada de domingos aplastados, puestos uno encima del otro. Pero uno sigue despertándose a la mañana porque muchas opciones no hay, y seguimos encontrándonos con momentos que rompen o alivian el alma, y el domingo es un vidrio que deja ver esas cosas de cerca, claras como el agua. Le reprocha a uno todo lo que es, todo lo que le falta hacer, o hace que se sienta merecedor del día de descanso. Somos héroes, nos merecemos este día, nos lo debemos a nosotros mismos. Pero las partículas del cuerpo no descansan y se encargan de ir consumiéndose, el sol tampoco descansa: sale todos los días para no cortar con la sucesión de domingos, para arrastrarnos lenta y sigilosamente hacia el día siguiente, y sin que nos demos cuenta nos guía de a poco, en silencio, de la mano, con amor y cariño y cinismo a un lugar donde ese tiempo ya no existe y somos todos inmunes a los terribles resultados del camino que termina en la tumba.

martes, 5 de septiembre de 2017

El tren

Anoche soñé que me subía a un tren. Por la ventana se veían los paisajes más increíbles: me rodeaban las montañas verdes de Suiza. Es común que sueñe y que me acuerde de los sueños, desde chica que sueño; mi familia ya cansada de escucharlos -es cierto que en algún punto, contar los sueños es divertido para uno pero aburrido para el resto- me pedían que por favor me callara y hablara de otra cosa. Pero no podía. Qué querían que hiciera. A mi no me resultaba natural despertarme habiendo vivido las aventuras más grandes, los momentos más insólitos, por qué habría yo de soñar con bolsitas, con misas, con tal persona que no veía hace años, con tal famoso, con tal situación. Generalmente son pesadillas: al menos los que recuerdo, casi siempre son momentos monstruosos, guerras, muerte, miseria, pobreza, dolor, incendios, pero sobre todo muerte.
A tal punto me impresionan mis sueños que hasta me pregunto si no será esa la vida que en realidad vivo -sí, ya sé, no es un intento de plagio del cuento de Cortázar, es que realmente a veces me lo cuestiono. Pero siempre llego a la misma conclusión: no puede ser, dado que esta vida (en la que escribo este texto y tengo un jean, el pelo mojado por haberme bañado recién, las uñas sin pintar y un sweater gris y medias sin zapatos y demases, en fin, qué importan estos detalles) (ah, sí, hacen a la historia) la cuestión es entonces que esta vida es demasiado REAL.
Vamos, hay demasiadas personas reales, historias reales. No puede ser que todo esto sea producto del sueño de alguien (mío o quizás de otro)... lo que sí es cierto es que la otra vida (la de los sueños, la de las causas imposibles y respuestas sabias) va recobrando cada vez más sentido. Sería esto algo interminable si me pongo a enumerar la serie de "coincidencias", como decide llamarlas la gente, pero no faltará ocasión y de todos modos sería este un texto muy largo y aburrido que nadie querría leer. La cosa es que minuto a minuto vienen rayos de luz de la vida de los sueños (describo un par únicamente para que entiendan de lo que hablo): se repiten momentos que ya viví, veo un dibujo del monstruo con el que soñé, me llama por teléfono la persona con el nombre del autor con el que estoy obsesionada, me despierto habiendo soñado con una canción (pasa mucho) y prendo la radio y está ahí, al "azar". El destino me guiña el ojo cuando más distraída estoy, y yo lo reconozco, freno lo que estoy haciendo y le devuelvo el guiño, sonriéndole. Podría decirse que estoy enamorada de ese estado de complicidad, me gusta esa parte mía que sabe verlo, reconocerlo, abrazarlo y que eso haga despertarme de esta vida. 
Les contaba entonces que anoche soñé que me subía a un tren. Fíjense ustedes que el tiempo verbal que usamos para contar los sueños es el mismo que usamos para contar el argumento de una película, "el caza recompensas liberaba al tipo de los esclavos a cambio de que lo ayudara a encontrar a los buscados, y termina ayudándolo a encontrar al amor de su vida".
El tren estaba vacío, no me acuerdo qué tenía puesto pero mis pies estaban apoyados en la baranda de en frente, esa que sirve para que los que van parados puedan apoyarse. Por la ventana veía todo tipo de cosas, paisajes, personas. Es como si el tren en un viaje hubiera dado una vuelta al mundo y al tiempo: podía ver ríos, mares, selvas, leones, montañas de nieve, personas vestidas con ropas de la edad media, carretas con caballos, aridez, superpoblación. Buenos Aires, Tokyo, desiertos, cowboys. A las familias arrebatadas de sus casas en plena guerra, a Van Gogh, a Truman Capote espiando a alguien. En eso viene al vagón una banda de música y tocan una canción que conozco. Cuando los veo bien, ¡era Pink Floyd! David Gilmour, él mismo. Waters cantaba, no podía verle bien la cara, algo me lo impedía. Alguien me deja una flor al lado de mi asiento pero no le doy importancia. El alma de Syd Barrett sentada en un asiento olvidado de un vagón prohibido del mismo tren. Trato de hablar pero no puedo. Pienso "necesito grabar esto, necesito mostrárselo a alguien", y por un momento mi cabeza sabe que es un sueño. "Con más razón todavía, no quiero perder esto cuando me despierte". Agarré mi teléfono y le saqué varias fotos (disculpen el cambio en la conjugación, es algo que viví, vivía, vivo). Terminan de cantar y se van. Vuelvo a mirar por la ventana y me quedo fija mirando el horizonte. Ahora no había personas, solo verde. Todo verde, todo quieto. Siento paz y sé que no va a durar mucho, pero la disfruto. Siento angustia, no sé por qué. Abro los ojos (los había cerrado como quien se rinde a una causa perdida y algo más) y es de noche. Aparece una especie de dementor en mi ventana, como los de Harry Potter, y cuando miro adentro, el tren estaba lleno de gente. Vendedores ambulantes, chicos pidiendo plata, gente yendo y volviendo de trabajar, mujeres retando a sus hijitos, chicos estudiando, quilombo por todas partes. Truenos. Ruido, música, quejas, gritos, el sonido del tren mismo; y en algún momento de todo eso me "despierto" con el ruido del despertador, paso de vuelta a la otra dimensión. Bajo las escaleras, voy al baño, me siento a desayunar y me acuerdo. Agarro mi teléfono y ahí estaban, una por una, las fotos de Pink Floyd tocando "Brain Damage" en el tren.

lunes, 3 de julio de 2017

A falta de esa luz

Me pasa algo raro cuando leo a Mario Levrero. Me conecto con una parte mía que pensé que había perdido, o quizás que se había dormido. La parte más sincera, la que no puede negar la realidad esencial, escapa de las trivialidades para alcanzar eso que brilla y nos hace brillar. Eso que se pierde con la rutina de todos los días y a lo que deberíamos aferrarnos con más fuerzas: para que no se vaya, para que permanezca latiendo. “He visto a Dios cruzar por la mirada de una puta, hacerme señas con las antenas de una hormiga, hacerse vino en un racimo de uvas olvidado en la parra”. Esos instantes reveladores que todos en algún momento tenemos –aquellos más despiertos seguramente los tengan más seguido- son instantes de luz. Lo cierto es que vivir en un estado permanente de luz es imposible. Pero mientras podamos, corramos los escombros para ver el mundo, dejemos de usar excusas inválidas para caminar juntos, disfrutemos de una tarde de verano en el campo. Este malestar insoportable que siento hoy –porque sé que no te pertenezco, porque pasás por al lado mío y crecen flores marchitas a tu alrededor, porque no te permitís (o quizás no te interesa, no estoy segura) serte sincero- este malestar, decía, me saca las ganas de todo. Soñar no es una apología al delito como vos creés: es vivir –por ahí con demasiada intensidad- pero vivir al fin. Hay una esperanza retorcida en mí aun sabiendo que todo está perdido. Hoy es todo oscuro, hoy no hay luz. Por eso prefiero dejar de escribir y esperar a que nada pase.  

viernes, 20 de enero de 2017

Cenizas

La vida es bella e insólita. Te dejo un aullido silencioso para que al leerlo, sientas que algo brilla. ¿La luz en el fondo del túnel? ¿Existirá? Démosnos una oportunidad en este microsegundo de eternidad (a no ser que el mundo tenga un fin, cuántas preguntas sin respuesta, de vuelta). Nada nos lo prohíbe. En vano este prólogo, la vida no tiene prólogo.

Quizás sea este el único medio -romántico, patético, idiota- de hablar con vos, de contarte un pedazo de mi vida y hacer de cuenta que tomamos un café. Porque me inventaste sin conocerme, creaste una imagen que no era real, hiciste de mí un preconcepto y está mal. Error, deben haber gritado mis pupilas que no saben disimular, error, horror. Con ojos grises me miraste como si habláramos a través de una ventana un poco sucia de barro porque noto que te cuesta identificarme bien, o como si estuvieses lejos de mí, nos separaban las frases que días antes te habrían dicho tus amigos. Amigos. We better talk this over, maybe when we both get sober. ¿Mas ebrios de qué? Si solo las palabras nos nublan la vista, la imposibilidad ridícula de no tenernos, la distancia innecesaria, las estrellas que una a una vuelven al cielo -cuando bien podrían caer, formar lagos de luz- para mostrarme lo que no podré tocar. No pido la luna, no espero el mar. Con una cerveza alcanza. Ba, depende de qué cerveza (suena Almost Famous, esta pequeña historia está llena de intertextualidades). ¡Pero suficiente! Ahora que veo bien, lo encuentro (o empiezo a entender): lo único que te separa de vos mismo sos vos. Abrazá tu cisne negro, bailá, reconocete imperfecto y brillá. La perfección no es sensual. ¿Cuántas veces tiene que mirar un hombre para arriba antes de ver el cielo? La frase de Dylan, circular, no me deja dormir. Si las respuestas vuelan en el viento o las tiene un vagabundo o se esconden en las raíces de un árbol o están acumuladas en un basural, todas las respuestas a las preguntas que le dan vida y nafta al auto que rueda y anda y camina, nadie lo sabrá. A no ser que el que las sepa (tal vez ese vagabundo, tal vez un cajero de un supermercado, tal vez un presidente, un obispo, un campesino) se las guarde para sí y no quiera compartirlas con nosotros, los desolados, los perdidos, los bichitos de luz en plena luz del día, las almas perdidas nadando en una pecera (inevitable la referencia a Pink Floyd, por eso me la permito). Quién sabe. ¿Qué hago escribiendo en primera persona? En fin, este texto, este reclamo, este aullido silencioso, esta sarda de palabras que quizás (probablemente, o mejor, seguramente) jamás serán leídas por su destinatario, son solo huellas de algo que dejó el verano, vidrios rotos, ese polvo del cual venimos. Nada asegura que sean en vano y nadie asegura que no lo sean, escribir no tiene un fin sino el de salvarme o al menos el de sobrevivir. Salvar es una palabra demasiado Grande. He aquí un rastro de mi supervivencia, cenizas quemando en una isla desierta, apagándose resignadas, cansadas de esperar el rescate que nunca llegará. Entregados estamos todos, dejarse morir no es lo mismo que suicidarse, pero tampoco es lo mismo que vivir.

lunes, 9 de enero de 2017

Lagos de luz (o Nuestras ganas de amar)

Disculpen si mis palabras no son claras, últimamente ando un poco confundida.

Las estrellas van cayendo una por una del cielo y se derriten en la tierra, generando lagos de luz en los campos, ríos transparentes como el cristal; los caballos nadan en ellos, las vacas bailan, las ovejas se acuestan y se dejan llevar por la corriente, los chanchos ríen a carcajadas, los pájaros vuelan al raz de la luz, los terneritos y corderitos juegan a agarrar y tragar las estrellas que caen y nosotros contemplamos el espectáculo con lágrimas en los ojos, el alma -antes rota, partida en cien pedacitos, antes desconsolada, antes hundida- se regocija, recupera vida y ánima. Los árboles se mueven de un lado al otro con luces en sus cúpulas, pasaron de ser verdes a plateados, brillan como brillan tus ojos. Te descubro entonces parado al lado mío, agarrándome la mano con fuerza, anonadado, enamorado del mundo. "Dónde estaba toda esta magia", te preguntás -o me preguntás- en voz alta, "dónde estaba yo mientras ocurría todo esto". Sólo hacía falta que abrieras los ojos, te respondo yo. El mar nos empapa y nos dejamos llevar por él, entendiendo que es sólo y precisamente gracias a él que estamos acá. Amamos lo mismo: la sensación de estar vivos, amamos la Tierra, el Mundo, el mismo que nos hizo llorar ayer. Amo desde mis entrañas, desde mi concepción, desde el momento en que a Dios se le ocurrió inventarme, con cada átomo de mi cuerpo: jamás me atrevería a sacarle valor a la palabra Amar, por eso incluso uso la mayúscula. Amo la música que suena a nuestro alrededor, Amo ver las estrellas caer cuando nuestras almas se encuentran, Amo que nos demos una oportunidad. Si después las estrellas vuelven a su lugar y los árboles vuelven a ser verdes, el mundo seguirá siendo bello. Pero al menos por unos instantes nos animamos a verlo extraordinario, como habrá sido pensado para los poetas. Dame la posibilidad de conocer las estrellas derretidas sobre los campos, de escuchar tu música adentro mío, de cantar juntos Is Your Love in Vain? adentro del auto que nos lleva a la playa, a los atardeceres, al amor; a juntos disfrutar del saber vivir -que tan pocos saben- y amarnos hasta ver las vacas nadar en las estrellas desparramadas por la vida.