domingo, 20 de marzo de 2016

R.Stones

La pregunta no es qué decir de los Stones, porque todos dijeron, hablaron, criticaron, elogiaron, proyectaron en libros, en documentales, en películas, diarios y revistas; la cuestión –más pertinente que la anterior- es qué no se dijo. Quién quiere seguir leyendo palabras cuando alcanza y sobra o mejor dicho nunca alcanzará, con escucharlos a ellos. Verlos en un escenario es volver a confirmar lo que todos ya saben: que son un ícono de la música, la imagen viva del rock, un modelo mundial, universal. La evidencia de que por más fama e historia que haya detrás, la sobredosis no es el único escape. Que los artistas pasan pero la música permanece, las historias y mujeres van pero las melodías quedan. Que no hay que dejar de rodar a los setenta años aunque la plata sobre y la fama abunde, porque de eso no se trata. Se trata, en cambio, de vivir (o sobrevivir), y la única forma de hacerlo, en este caso, es haciendo música. “The older you are, the better you get”, dijo Dylan. Y como recita el clásico, siguen lejos de casa, sin dirección, sin saber quiénes son, buscando canciones y dejando que las canciones los encuentren a ellos.

Ruedan entonces ellos también a la Plata, no sin la manía por cuidar un auto al que se le permiten cosas, excepto, básicamente, todo. Pero nada es en vano porque el tiempo no escasea y las cervezas no faltan, las ganas de disfrutar están siempre atadas a buenas amistades, buenos momentos, y en este caso, una tarde que quedará para el recuerdo. Porque al final son lo único que quedarán.

Crónicas y lunas eternas, lujos que brinda el laburo de una productora, producto, a su vez, de un trabajo arduo pero disfrutable. De qué sirve trabajar para vivir si no se vive disfrutando, de qué sirve todo si no se vive mientras se hace. No todos tienen la posibilidad de estar en el trabajo de sus sueños o complacerse y deleitarse de lo que uno hace, pero no se puede vivir del aire. Partir de la base entonces que de algo hay que trabajar y que no por ello hay que dejar de vivir. Se trata de encontrar la magia en la vida de todos los días, la alegría imposible que se esconde detrás de una canción, las lágrimas que brotan de un encuentro en familia, porque la vida, simple como es, se resume en un viaje en ruta. A La Plata, a Boedo, a Uruguay, al sol, a la esquina, a la nada, a la playa, a las capitales o a los sueños -el inconciente-, donde sea la vez que tenga que ser. Pero gozar el viaje, gozar.

Los viejos hábitos difícilmente mueren o no mueren en absoluto. Por eso, escribir aunque sea unas líneas de un día que queda para el recuerdo hace falta. No porque así lo quiera, sino porque quedarían abiertos los cuentos, inconclusas las historias, las estrellas no habrían así de apagarse. Y la vida lo requiere. Porque el resto de los astros han de seguir brillando. Como brilla el fuego en el cigarrillo de Keith, como baila el rostro pálido de Watts –hoy a través de todos los años, por el resto de la eternidad-, como ruge la guitarra de Ronnie y corre, corre Jagger, atravesando siglos, atravesando las leyes de la física, rompiendo los límites de la biología. Y lo mira, lo observa en la noche de calor, corriendo por los pasillos, desparramándose por el escenario, transpirando, volcando frases, la voz intacta… y empieza a notar algo diferente en sus piernas, en su manera de moverse, filtrando rock por cada poro de su cuerpo y entiende, entonces, que no se trata de una figura humana. Es un caballo, son muchos caballos que corren a la par del sol, veloces, sublimes, voraces, salvajes.