miércoles, 25 de febrero de 2015

Nuestra noche

Gatsby se habría quedado corto con sus fiestas, las estrellas en el cielo no alcanzarían, la luna no habría brillado lo suficiente en comparación con tus ojos aquella noche. Tus besos habrían sido pocos, tu mirada sombría, tus manos lúgubres, el mar quieto. La música no habría inspirado a los poetas, el calor habría faltado, la lujuria sobrado, la simpleza abrumado. Como tus ganas de bailar, esas que me seducen. En esa noche que por tan perfecta fue imposible, en ese lugar que fue tan bello que fue una mentira, en ese mundo que parecía imaginario, en esas playas desiertas donde tu mano se posó sobre la mía para avisarme que estabas al lado mío, mientras las ballenas nadaban lejos, sobre arcoíris brillantes cerca de la línea perfecta del horizonte, donde una gaviota le avisó a otra que estaban cerca de llegar a destino. A Willy Wonka le habrían faltado caramelos de colores, a Tarantino le habría faltado sangre y sarcasmo, a Neruda rimas. A mis abuelas les habría faltado cielo y a mí, amor. Pues dónde volveré a encontrar semejante noche, en cuál de todos los mundos paralelos se encuentran esas horas perdidas, en qué canción aparecen tus palabras, en qué vagón de qué tren estás vos ahora, yendo a donde nadie va.

Cuándo se repetirá esa noche, de todas las noches del mundo; tal vez jamás, y jamás será.

Nunca habrá de temblar el mundo como tembló aquel día, nunca más volverán a sentir los animales de la tierra el desnudo de los ríos, la sequedad del hielo, el silencio de la lluvia. Permanecerá para siempre en el alma que compartimos, esa que canta cuando nos ve juntos.

Y es inevitable empezar a pensar que el amor que dibujan las películas no existe, que los actos de heroísmo que describen los libros nunca ocurrieron, que la gente no muere por amor, sino por la falta del mismo; que dos personas no se aman para siempre sino que se pertenecen a lo lejos. Que tus ojos ya no brillarán como aquella noche, que tus promesas se fueron con el humo que soplaban tus labios, que el amor que profesabas era, en realidad, unas meras ganas de amar. 

Volvamos a bailar a la luz de la luna, volvamos a brillar como aquella noche sin bruma, volvamos a reír con furor y locura, volvamos una vez más a vivir nuestra noche, pues ya ves que este amor no tiene –y jamás tendrá- ninguna cura.