martes, 22 de diciembre de 2015

Retorno

Hoy retomo la crónica que comencé hace unos meses. Dejé de escribir y vuelvo, adquirirán nuevo sentido las palabras, escribo desde otro punto de vista, con más dolor tal vez, inundada ahora sí de banalidades, habiendo experimentado los sueños comunes, alejada de lo raro, rozando lo normal. En fin, retorno.

No sé qué ciudad volver a recorrer ahora, está todo tan lejano. Cuánto más fácil es olvidar los sueños que uno tuvo, las pasiones que lo envuelven, ponerse una cinta en los ojos para no ver lo evidente, poner la música más fuerte para no escuchar, para no escucharse, para escuchar otras cosas que convengan acá y ahora. Darle la espalda a los sueños, que nos gobierne un Big Brother que nos diga cómo vivir, a quién amar, qué leer, qué pensar, cómo escribir, cómo mirar. Somos presos de todo, se apartó al arte, a la música, las conversaciones provenientes del mundo donde los unicornios se pasean. Nos inundaron las vulgaridades, el común de la gente estableció puntos de referencia, tópicos de conversación, maneras de pensar. Le cortaron los brazos a un par, a quienes no piensan igual los miran con desprecio. Te empalagaste de fiestas, vomitás vestidos, cinturones, zapatos, pero querés seguir consumiendo todo lo que está a tu alcance, nunca nada es suficiente. Queremos más, más de todo y en grandes cantidades.

"It'll show you how I've gotten to feel about – things. Well, she was less than an hour old and Tom was God knows where. I woke up out of the ether with an utterly abandoned feeling, and asked the nurse right away if it was a boy or a girl. She told me it was a girl, and so I turned my head away and wept. 'All right,' I said, 'I'm glad it's a girl. And I hope she'll be a fool – that's the best thing a girl can be in this world, a beautiful little fool.'"

Daisy lloró con valor entonces, con razón. Todo con tal de no sentir los pesares de adentro, el llamado desesperado que clama por vos. Lo curioso es que buscás sin encontrarte, sin lograr comprender que la felicidad eras (ahora más romántica) , aquél plato de pastas, el abrazo, la caminata por el mar, el libro que leíste, estar acostada con tu hermana mirando el techo. Ahí reaparece la euforia, el éxtasis, dejás de sentir pena por vos, por la vida, por los asuntos eternos y ajenos, entendiste -por un segundo hasta yo entiendo- de qué se trata la vida. Era eso, es esto, es una canción que nos sacó lágrimas, es el aire de verano que entra por mi ventana, la lluvia, todo. Terminaron las recetas para ser feliz, las fórmulas que cada uno debe tener resueltas a tal edad, con tal trabajo, tal familia en tal lugar ¡y tales son las barreras que te impidieron ser vos! Cesaron las luchas en contra de lo que uno mismo es. ¡Si la riqueza es eso! Ser uno mismo. El camino es arduo pero qué grande es la recompensa. Si al final de cuentas, al final de la cuestión,  es todo lo que tenemos, es todo lo que podemos hacer, es todo lo que podemos ser.
Si en el Paraíso los sueños están por encima del mundo, que no nos ganen las ideas y los preceptos y cosas que “deberían ser”; sentirse abrazado por el universo en lugar de sentirse apartado por él, comprender, esta vez con dolor, que se puede ser feliz y fiel a uno mismo aún no viviendo de lo que uno ama. Andar por ese camino, por esa ruta que lleva vaya uno a saber dónde, es tan grande el compromiso con uno mismo que las angustias y las alegrías son fatales. No se pueden soportar siquiera. Resignarse al fin a la tristeza de que semejante realidad existe solo en el limbo que va derecho por la ruta paralela al mundo real, será así eternamente, pues las líneas paralelas jamás han de chocarse o cruzarse. Cada uno elige a qué mundo pertenecer, pero a fin de cuentas, todos caen en la cuenta, hacen las cuentas, sufren las cuentas y los números finalmente nos manejan como ellos quieren. Llueve tanto que el agua te tapa, te hundís y no podés respirar. Ser feliz no debería ser una lucha, pero acomodarse a los preceptos es más fácil, no pelear, no discutir, estar de acuerdo con todo, asentir con la cabeza, decir siempre que sí, aguantar las críticas. O hablar y ser uno mismo. Shine On You Crazy Diamond.

Vuelven entonces los relatos oscuros llenos de vos, las noches largas cuando te pienso, el deseo de encontrarte leyendo un libro en un bar –vos poeta, vos escritor, vos empresario, vos artista, vos científico, vos, vos- y que me invites un café y hablemos de las posibilidades ridículas que tenemos de encontrarnos así; vuelven las tardes de sol y los juegos de cartas, vuelve el mar y la ola nos acuesta en la orilla, corrés el pelo que me tapa los ojos y no me deja verte pero te veo de vuelta, te encuentro en el fuego que nos reúne, las estrellas que me recuerdan que somos astros, los dos, Lay Lady Lay, mientras la ruta que nos devuelve a la ciudad nos recuerda lo lindo que es el campo, mientras te encuentro en sueños y te sueño amándome. Qué lindo que el mundo paralelo sea este mundo que nos encuentra hoy.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Es real

Las calles se construyen detrás de mí, parecería que los adoquines se acomodan uno a uno con perfecta coordinación, perfecto movimiento, sin dejar huecos ni derramar cemento. Es impredecible saber a dónde me lleva el camino, pero escucho música que me resulta familiar y me muevo de un lado para otro, bailando o algo parecido. El sol se posa sobre un pájaro que a su vez se posa sobre un manantial de agua a orillas de la ruta que pisan mis pies. Estoy sola, no veo a nadie, supongo que nadie me ve. Pero de esto último no estoy tan segura. Recuerdo momentos, comidas, noches de calor, mañanas de invierno, paisajes que recorrí, gente que me crucé. No estoy en mi Apocalipsis ni mucho menos, creo –espero- estar dentro de un sueño. Este es uno de esos buenos sueños que no quiero olvidar, del cual no quiero despertar, de los que vale la pena escribir apenas uno se levanta. Pero lo mejor de todo, lo más lindo, es ese aire de esperanza que respiro. Es parte de este mundo ilusorio, casi irrisorio por tan imposible, de alguna manera sé que se produjo un cambio. No sé si de época o de lugar. Era feliz donde estaba, pero acá estoy tanto mejor, las sombras desaparecen y el tiempo se confunde, no sé si soy yo quien camina o soy yo mirándome desde afuera… en fin, esas cosas raras que ocurren en los sueños. Lo cierto es que el día recobra nueva luz, las noches nuevo encanto, los pájaros vuelan más alto, los poetas vuelven a soñar, los comerciantes vuelven a tener sus negocios, los filósofos vuelven a preguntarse, los científicos buscan y encuentran, los médicos curan y salvan, la gente sonríe, los artistas cantan, los viejos miran al Cielo. Y de a poco me voy dando cuenta, al abrir los ojos y la cabeza entiendo, pero no, no puede ser. No puede ser que lo que dicen los medios sea cierto, que la radio proclame un nuevo Presidente, dicen que hasta el padre del rey de España y los jefes de gobierno de América Latina vinieron para hacer presencia. Se habrán confundido, pues hace ya doce años que la esperanza se viene hundiendo bajo tierra. Hace doce años que nos gobierna una loca, una despechada, una injusta, la reina de lo macabro, la prófuga del mundo, la promotora de lo patético, aquella frente a la cual la gente más desagradable se sacó el sombrero y le chuparon las medias solo para enriquecerse más; quien fue en contra de sus propios principios, aquella que nos tomó por parásitos mintiéndonos en la cara y tomándonos por idiotas, manipulando todo cuanto decía y hacía… fue el monstruo que gobernó a un país durante más de una década, lo dejó hecho cenizas, trizas, pedazos. Sin un peso para volver a comenzar, porque todo se lo lleva en sus bolsillos, sonriendo cínicamente mientras mira para atrás. Saludando a un pueblo con la mano mientras piensa “pobres, pobres, pobres aquellos que realmente creyeron una palabra de lo que alguna vez dije…” Si fue ella quien nos sigue gobernando no quiero despertar. Me cuesta reconocerme como parte de esta Argentina dominada por los caprichos de alguien que maneja a la justicia como quiere, que se hizo odiar –no soy tan noble como para perdonar tan fácil- por tantos a quienes hizo tanto mal. ¿Acaso no te duele esa conciencia de noche? ¿Acaso ahora, más lejos del poder, no te es más fácil quitarte la máscara y verte a los ojos, verle a los ojos al pueblo, cuya voluntad fue aplastada por la tuya y nada más que la tuya? Sigo caminando, tratando de borrar todos aquellos recuerdos para generar proyectos nuevos. Nueva esperanza. Porque empiezo a creer que esto no es uno de mis tantos sueños, que nadie debe despertarme esta vez, que estoy despierta y que esto es real. Que el cambio está sucediendo, que el monstruo egoísta y tirano de verdad se fue para no volver. Que esta vez la voluntad del pueblo es más fuerte, respetada y elevada por el manejo de la verdad, la honestidad, la justicia justa, la libertad y la implacabilidad frente a la corrupción. Por la base de una democracia de un país que se levanta de sus ruinas para empezar a crecer. Los pájaros cantan, el sol es agradable, los adoquines construyen un camino de cero. Y ahora finalmente entiendo. No es nada menos que el camino hacia el futuro. A la libertad. Al amor por el otro, al amor por la Argentina.  

viernes, 4 de diciembre de 2015

Serie de sueños - 4

Mis pies tocan el agua, estoy acostada en una cama que choca contra una ventana que a su vez, choca con el mar. Todo es blanco: las paredes, la cama, la manta. Afuera es de noche y las olas rugen, sin embargo, la calma es eterna. En el horizonte se dibujan montañas de pasto, enredaderas, chimeneas, casas. Veo las estrellas que parecen estar más cerca de lo normal y un faro que se prende y se apaga en un pueblo de allá lejos. Mamá sale de casa para buscar algo y camina sobre el mar, prende la luz de la galería y vuelve a entrar. Todo es calmo y me voy a dormir feliz. Pero a la mañana siguiente volviste a aparecer, con esa naturalidad que molesta, que enferma y hasta desespera un poco. Me dijiste que fuera a la iglesia del Michael y fui. Dos personas se casaban, la gente vestía sacos de encaje, y yo, de casualidad, tengo un kimono blanco de crochet. La iglesia estaba repleta, y sin entender cómo ni por qué, terminé al lado del altar, junto a la pareja que se estaba prometiendo amor eterno y sus respectivos padres. Vos me mirás desde atrás, con apatía y un poco de amor, y entre cantos y promesas y votos de fidelidad, me propusiste trabajar con vos o emprender algo juntos o algo por el estilo. Te miro como diciendo “lo hablamos después”, pero insitís. Me encuentro inmersa en un debate del que participa la celebración entera, se ponen de acuerdo, discuten, se pelean, intervienen y opinan sin saber. Que no pierda la oportunidad, que te escuche, que te haga un lugar en mi vida, que te deje solo, que sigamos juntos. Enojada siento un calor que sube desde mis pies, el órgano suena cada vez más fuerte, los ceños de fruncen cada vez más, las voces son cada vez más serias. Me vuelvo a dar vuelta y tu mirada sigue intacta, tus ojos puestos en mí, una sonrisa sincera, unos ojos que miran más allá, pero ¿sos vos? Ahora no estoy tan segura de que seas vos, ¿estás ahí siquiera? Pareciera que desaparecés, o que sos otra persona, o que nunca estuviste, o que siempre fuiste otro, o que nunca fuiste nada, o que fuiste una mera ilusión, un mero sueño, un deseo. 
El sacerdote da por finalizada la misa, la celebración, la tortura. La multitud se va contenta y yo me recluto en un rincón, salgo por un sinfín de escaleras que me llevan a un convento y salgo al patio blanco. Veo mi auto y adiós. Mareada me dirijo a la fiesta que organicé con tanto empeño. Sé que andás merodeando por algún lado, por los pasillos lujosos, el salón decorado, los techos con espejos que reflejan todo, las luces tenues, el jazz que suena y ambienta. Detrás de todo eso estás vos. Tengo que ir al baño y llevarle papel a los  invitados, me cruzo a Guillermo Francella y a Darín que toman una copa de vino y me felicitan por el gran trabajo. Finalmente llego al baño, las actrices se desparraman por el piso, las modelos se peinan y maquillan, me encandilan tantos brillos, tantas lentejuelas, visten diseños de los sesenta, son las actrices que bailan en Gatsby y tienen debilidad por los excesos. Les entrego una entrada, un documento y un sobre de edulcorante que en los próximos minutos, aspirarán. Salgo del baño y estoy en una playa tomando sol. Hay quienes juegan a la paleta, quienes se meten al mar, quienes van a caminar, bailan, se mueven, se queman. Todos tienen la edad que en verdad tienen excepto Jose, que es una beba con anteojos de sol. Lucas busca la pelotita y vuelve. Valen me diseña un tatuaje que dije que me quería hacer, es un hexágono perfecto que esconde un corazón dentro. 
Y cuando me voy a dormir, me despierto con un grito desesperado que entra por mi ventana, con los ojos cerrados veo a una chica que acaba de ser secuestrada y golpeada, corre por la calle lastimada, grita y clama por ayuda, llora asustada. “Empezó la guerra”, me explica alguien. Quiero salir a ayudarla, pero cuando miro para afuera, veo a mucha gente marchando, parecen desamparados, solos, no tienen esperanza, lloran y piden por la paz. Las lágrimas me caen como agua que baja de un acantilado, con furia, angustia. Salgo a la calle y marcho con el resto, tengo miedo. En medio de semejante confusión y oscuridad, llega Chongui a casa. Un cachorrito con menos de cincuenta días, marrón chocolate, gordito. Parece imposible, pero ese símbolo de inocencia nos quiere robar y hacer mucho mal. No es el Chongui de siempre, y trato de explicarle a mi familia en vano, porque nadie entiende. Me peleo con todos, a sus ojos es un simple perrito, pero yo veo la maldad cada vez que ellos se dan vuelta, veo sus intenciones, el traidor que ataca mientras el resto duerme. Abro la puerta para sacarlo de casa pero afuera hay una guerra. Lo veo desorientado y sin saber a dónde ir. Me da pena y lo dejo entrar, quiero que todo vuelva a ser como antes. 
Y un día en que mi boca teme pronunciar tu nombre, en que mis manos no te encuentran y el sol brilla y la humedad es insoportable, camino por la calle. Apoyo mi bici sobre un farol, me siento en el cordón de la vereda. Y cuando retomo la vuelta a casa, la bicicleta se desarma, la rueda se sale y al darme vuelta, veo un grupo de hombres que la habían desarmado con destornilladores. Ríen sin parar. Como si el mundo estuviera conspirado en mi contra, como si fuera la única persona que se da cuenta de que el universo es un lugar cínico y cruel, como si el sol brillara con amor para todos pero para mí fuera algo que quema y mata, levanto las partes de la bici y camino. Desanimada, triste y con mucho calor. Queriendo volver a tocar el mar con los pies, donde todo era blanco y no existía el miedo.

Serie de sueños - 3 (Tao)

Hasta hoy no me había dado cuenta que las escaleras de Retiro eran tan empinadas. El aire es frío, los techos altos y las palomas entran y salen todo el tiempo. La escalera no tiene baranda, al costado hay un precipicio. Bajar cada escalón implica un riesgo de muerte, pero tengo que llegar al piso aunque implique bajar a ciegas. Finalmente llego a suelo firme. Solo yo estoy calmo y sin gestos como un bebé que aún no ha sonreído, olvidado como quien no tiene adonde volver. Me encuentro con papá que me dice que quizás esté embarazado. Ahí me pregunto si yo estaré embarazada. Él me dice que sospecha, porque cuando saca el brazo afuera de la cama, no le circula la sangre. Igualmente me acompaña a un laberinto por la muerte de Ciro el de los Piojos. Es el temor a la gente lo que uno debe temer. Esto es ilimitado y no lleva a ningún fin. Se hace de noche y vamos a un boliche en el Centro, Chofa se quiere emborrachar con Anita. Al mirarlo y recorrerlo pienso que es el boliche estructuralmente perfecto, me gusta. Minutos antes, en la fila, todos se tratan de colar y yo me paro al final de la cola. Hace frío y está oscuro.   
Maco anuncia que se casa, la gente se exalta como si festejasen el gran sacrificio. Fui al final del casamiento, hay muy poca gente. Valen abraza a alguien. Nos estamos mudando casa y llega toda la gente para ayudar. Traemos todos los muebles, la casa es grande. Yo traslado una mesita blanca y plegable de la cocina al living que parece el living del departamento de Anna. Todos mueven sacan ponen levantan limpian acomodan. Todos los demás tienen su abundancia, solo yo parezco desprovisto. Llego tarde a la clase, está Ricardo Darín, que es mi amigo y se llama Fede. Me aconseja. Después las veo a las chicas en el patio. Vamos a casa con un par. Alguien toca el timbre y cae un malón de gente, hasta gente que prefiero evitar. Se instalan en el quincho y quiero que se vayan. Cada vez entra más gente. No lo aguanto, le digo a Ángel y llamamos a la policía. Están en camino. Espero en la calle, sentada en la vereda, y cuando llegan, las sacan a todas alzándolas y arrastrándolas afuera. Alguien me mira decepcionada. Yo respiro aliviada. Pedro y Lucas juegan con las pistolas de los policías. Ya sin gente en casa, Valen está embarazada y se enoja. Vamos a un Shopping cerca de la casa de Magda. La veo a Vicky caminando por la calle. La veo a Anita bajar las escaleras automáticas así que entiendo que es ahí la reunión. Subimos al ascensor, vamos a participar de un programa de televisión. Fede lo conduce. Tengo que aguantar mucho tiempo abajo del agua adentro de una pileta, así que aviso que yo más de diez segundos no puedo. Un señor se da de baja. Gabi está disfrazado de animalito. El común de los hombres es perspicaz, solo yo parezco obtuso. 
Vamos a lo de Macedo con Belen, Mechi Pelu y un par más. Mamá y Marce hablan como si nada. Ven sobres, hay uno con la bandera de Inglaterra, tiene brillos y es dorado. Marce me muestra las telas que compró para hacer más sobres, le señalo una que me gusta con personitas y fondo celeste. Llegan Anto y Nacho del laburo y de fútbol, por eso visten un traje y de ropa de gimnasia. Van al baño. Yo agarro mi mochila y como papas fritas lays. Ahora estoy con Sheperd, es mi marido, me abraza. Me quiero cambiar para salir y cuando abro el ropero, ninguna de la ropa que veo es mía. No encuentro nada para ponerme. Hay un vestido largo rosa de encaje que no me gusta, lo único que reconozco es el buzo nike de Jose. Aparece Chofa ya lista y cambiada, qué envidia. El común de los hombres es brillante, solo yo parezco opaco. Vamos con Caro a Coas para ver qué podemos hacer. Dos viejas nos dicen que juntemos ropa y la cosamos para los chicos pobres. Me muestra un ejemplo: la manga de un buzo con la manga de otro y la espalda de otro sweater y así. Me dice que vayamos a una escuela ahora, pero no entiendo para qué. Le digo que sí solo para irme de ahí y nos subimos al auto. Después estoy con Mechi buscando el auto. Me enojo porque me dijo que organizó una comida con todos menos conmigo, no le digo que me enojo. Solo yo soy diferente a los otros. 
A Anna le descubren el cáncer en la pierna. Estamos todos en un lugar que no conozco, y me sorprendo al ver cómo Anna baja las escaleras como si nada, con las dos piernas sanas. La agarro de los hombros, la miro a los ojos y le digo que esté atenta porque yo siempre le hablo y sé que ella me escucha. Papá maneja un Torino colorado con rayas negras, el auto está todo viejo y manchado. Le saco una foto. Él me dice que está guardado en un taller cerca del Camino Buen Ayre. Vago como el océano, sin rumbo como el viento en las alturas. Y desapareció un sobre con dólares que alguien había venido a dejar al cuarto de mamá. La única explicación es que se lo comió Chongui, todos lo miramos a él sin retarlo ni decirle nada. Mamá le dice a Fran que lo lleve al veterinario y le confirmen si él se lo tragó. Antes de irse, Fran se olvida de algo y mamá lo culpa porque piensa que por su culpa, porque estaba distraído, Chon se había comido el sobre. Yo me enojo con mamá. Fran está triste. Mamá le pregunta si está embarazado.  
Entonces salgo del tren. Tengo un café en la mano. Camino por la calle, agarro una botella de leche y la vuelco en el café mientras camino y la dejo en una mesa a una cuadra de Retiro. El común de los hombres tiene un propósito, solo yo parezco indeciso como un paisano. 

Serie de sueños - 2

Vamos a Mar del Plata. Pasa el auto al que deberíamos subir para irnos. Desde lejos le van a disparar a un chiquito, tengo que ir a defenderlo. Me escapo del grupo con el que estoy porque nadie más lo ve. Me tengo que subir a un taxi, sino lo asesinos me van a agarrar. Estoy dispuesta a que me peguen (de alguna manera sé que no me van a matar, solo me van a pegar) porque por lo menos lo salvé. Aparecés en tu auto que se está yendo a Mar del Plata, me bajo del taxi, vamos con vos y tus amigos, Flopi está al lado mío, mira la ruta por la ventana. Dormimos en la casa de ellos, me despierto con vos dándome la mano y la mano es de otra persona.  
Esa misma noche estoy con Mechi en un bar hablando del amor y del desamor como dos extremos de algo. Ahora es otro lugar, un subterráneo con paredes de ladrillos, somos parte de un programa de televisión. Noto que es el bar de Two and a Half Men al que va Charlie. Es el cumple de papá y lo festejamos en casa. Vivimos en Los Angeles pero estamos en otra ciudad.  
Dos chiquitas (una de ellas soy yo, no se parece a mí en nada) salen de una casa agarrándose de la mano y saltando con vestidos. Se dicen que se quieren y se ponen a hacer angelitos en la arena que en realidad es nieve y tienen frío. La vuelvo a mirar y esa chiquita es Jose. Sale la mamá de la casa, las ve y se emociona. 
No sé si terminó o no el cumple de papá, pero vienen unos amigos suyos a casa: David Gilmour, Roger Waters y Kurt Cobain (que físicamente es Jared Letto). Justo había llegado una gente a casa como si fuese un hostel, Jozo se los había recomendado desde Croacia. Estamos todos comiendo en el patio, la gente que se hospeda por unos días se va a comprar comida al supermercado y vuelve. Gilmour canta una canción cuando estamos en la mesa, pero me pide que no lo filme. Estoy demasiado feliz, quiero disfrutar el momento de tener a estos tres músicos en casa pero al mismo tiempo quiero sacarles fotos y deseo que toda esta gente que no conozco se vaya de una vez. Me encantaría estar en familia. 
Todo había arrancado cuando estábamos en mi cuarto, alguien había tocado el timbre y mamá había dicho “voy a abrir, deben ser estos chicos que vinieron al hostel”. Aprovecho y le pido a David entradas para su show. Roger Waters camina por los pasillos que van de los cuartos al living.
Me recuerda a cuando hubo una fiesta en casa y apareció Syd Barrett muy drogado, todo el mundo decía que era esquizofrénico. Yo lo defiendo, le digo que lo amo, él llora y me canta canciones en el cuarto de mamá. Syd Barrett vino a casa, no lo puedo creer, está igual que en los videos, con los ojos negros y ojeras oscuras.  
La fantasía se termina cuando me doy cuenta de que estoy en Uruguay, lejos de Pink Floyd y cualquier cosa que tenga que ver con ellos. Qué lástima, hubiese estado bueno. Es de noche, estoy volviendo de algún lugar y una moto se corre de carril. La policía lo persigue. El tipo de la moto me tira al piso, me roba la mochila en la que guardo las llaves del departamento y todo lo demás. Al día siguiente estoy vestida con la ropa enorme de papá, una remera rayada, una camisa estampada y un pantalón gigante porque me habían robado todo. 
Camino y paso por una heladería, lloro. A la vuelta veo a Vicky acostada en un banco y cuando me doy vuelta para la saludarla, descubro la mochila que me habían robado desparramada por el piso. La reviso y falta casi todo. Más desilusión, más impotencia, Flopi y Dama me consuelan. Vuelvo al departamento y en vez de apretar el botón del piso más alto que era el 31, aprieto el 39 donde según un cartelito, estaban construyendo algo para una ceremonia. 
Ya en el ascensor, muy alto, Dama se apoya contra la puerta y la puerta se abre. Veo el abismo, veo árboles verdes, veo un precipicio que se asoma y la inevitable muerte. La agarro a Dama y grito hasta quedarme sin aire como si eso me fuera a ayudar. La empujo contra mí para que no se caiga. La puerta se vuelve a cerrar, dejamos de gritar, nuestras caras están pálidas y los ojos se nos van a salir. El corazón late fuerte.
No sé si habremos llegado al piso 39 o no, pero ahora somos varios y cada uno tiene un problema. Hay alguien, por ejemplo, que no puede ver gente a nos ser que fueran zombies. En caso de que no sea un zombie, lo convertiría él mismo en uno y se lo comería. Suena el timbre y vamos a clase. Trini está al fondo, es bebé y nos enteramos de que le quedan dos semanas de vida. Estamos todos tristes y en shock por la noticia, yo la alzo y cuando se la doy a Magui, se cae y se golpea la cabeza. Me siento culpable pero nadie dice nada y la llevamos a ver una película. En el intervalo salimos y vamos a la planta baja de un shopping (que a su vez es un colegio), donde nos espera alguien para darnos plata y droga. La idea es que nosotros la vendamos, le devolvamos el sobre con plata y nos quedemos con parte de la ganancia. No tiene mucho que ver pero me siento como Leonardo Di Caprio en El Lobo de Wall Street, nadie nos puede descubrir. Fran tiene dos guardaespaldas que lo custodian. Coqui me dice que tiene miedo de que Magui se vaya a vivir a Uruguay. Le mando un mensaje explicándole que no es así, que Magui ama Uruguay pero que no dejaría a su familia por nada. Contentos terminamos yendo a la chacra, viene mucha gente a ver caballos. Hay un chiquito que reparte flyers. Después viene Maria Elena y habla de ravioles de calabaza.
En algún momento enciendo el auto con un cuchillo en lugar de llaves. 
Vamos a la playa. Papá esta muy quemado, me da miedo que se haya lastimado la espalda con el sol. Pongo la sombrilla para que no se queme más. Terminamos en una pileta con los Macedo, y alguien más. Tres personas tienen que matar a otros tres arriba de un barco, pero nadie se anima salvo uno. Este se saca los dientes, se hace pirata y nada por abajo del barco sin respirar. Hay peces, tiburones, y él arrastra el barco gigante de velas negras por abajo del agua y nada sin parar. 
Cuando salgo a la superficie estoy en el medio de un campo completamente sola. Es mi hora preferida del día, esa cuando el sol empieza a bajar, el cielo se pone rosa, los árboles verdes reflejan lo que queda de luz y todo es naranja, todo es calmo, algunas estrellas se empiezan a asomar y los pájaros vuelan y hace todo menos frío. Contemplo con los ojos cerrados y sigo mi rumbo; con un papel en la mano y sin ninguna indicación de nada sé que voy a ver una obra de teatro en otro país. No encuentro a nadie y no tengo la dirección. Tras caminar largo rato, me encuentro con Lulu y Juli, veo la casa donde viven los actores y nos quedamos a ver la obra. 
Cuando termina, alguien nos manda a una quinta, nos van a matar. Me escondo adentro de mi cama en mi cuarto sabiendo que me van a encontrar, pero tengo un plan. No pierdo de vista las llaves del auto que me va a sacar del genocidio. Escucho a la gente llorar y gritar con desesperación, pero trato de mantener la calma por más miedo que siento. Finalmente alguien abre la puerta de mi cuarto y me ve. Me arrastra hasta la quinta, no despego la mirada del auto. Ahora estamos todos juntos, a punto de ser fusilados, atados a las tranqueras y los postes de luz, yo corro para ningún lado. Y cuando siento que todo está perdido, Pato mata al líder que organiza todo. Me tiro al pasto empapado. Estoy agotada de tanto miedo, pero algo adentro mío sonríe y respiro aliviada. Sobrevivimos.

Serie de sueños - 1

Vuelvo a casa manejando, estoy en Márquez y Segundo Fernández. Me meto en una calle oscura y de tierra. Corriendo en frente y viniendo hacia mí aparece un tipo africano que me mira y me persigue. Me vuelvo hacia atrás y veo el auto apagado y con todas las puertas abiertas, yo, parada en el piso. Me siento desprotegida y el tipo sigue corriendo, me va a alcanzar. Pero ahora estoy arriba de un caballo, y aunque trata, el hombre no es lo suficientemente alto como para llegar a agarrarme. Lo veo a Chongui caminando y dando vueltas alrededor nuestro en medio de la oscuridad. Pero claramente ahora estoy arriba de Chongui, como si fuese un caballo. O bien él es el caballo con forma de perro. Pasan los minutos, el tipo sigue tratando pero no me agarra, estamos en un descampado en el medio de la nada. Tengo miedo y quiero llegar a casa, pero por lo menos Chon está conmigo.
En eso la noche se convierte en día, y en ese mismo descampado se lleva a cabo un festival. Bandas, música, sol, cerveza y mucha gente. Pauli me dice que quiere droga. “Andá al baño, ahí va a haber un paquete, agarralo y dejá en su lugar $20”, me dice. Entonces me dirijo al baño que era un cubículo blanco en medio del polvo. Agarro la bolsita y dejo un billete de veinte. Me muevo nerviosa y descubro las patas de un gallo gigante (tenía el tamaño de una persona) del otro lado de la puerta, había plumas que lo rodeaban y vestían sus pies. Sé que me está observando. Me da miedo tener la droga encima, entonces cuando salgo se la doy a Pauli. Viene un policía, nos revisa a todos y aunque no había rastros de droga en mis bolsillos, me declara culpable por ser parte del intercambio. 
Hablando de cosas siniestras que ocurren en los baños, ahora estoy dentro de otro, un poco más sucio que el del festival. Esta vez estoy acompañada por alguien, y nos dan la misión de matar a todos los que están afuera. Nos dan armas, pero al costado del inodoro encontramos dos ametralladoras. No disparan con tanta fuerza como pensábamos, el ruido es bajo y la potencia es pobre. Pero decidimos abrir la puerta y disparamos, sin embargo, los tipos no se mueren. Mi compañero me traiciona, me dispara, caigo al piso. Abro los ojos, veo nublado pero está clarísimo que detrás de la pistola que me quiso matar está Pato. Me duele el cuerpo, sobretodo la espalda. Todos se van, me quedo sola ahí tirada. Hay sangre a mi alrededor y aunque rezo para que suceda, no logro morir. 
Vuelvo a cerrar los ojos y cuando los abro, veo montañas de pasto, un cielo azul, belleza infinita. ¿Será el Cielo? ¿Habré muerto al fin? Los caballos se pasean y galopan, los perros juegan con los gatos y se anuncia que Michael va a dar la charla de capacitación de fiscales. Se respira paz. “Qué ganas de vivir así”, pienso. Mechi, sentada en el pasto, en vez de hacer la capacitación practica para una prueba de matemática.
Ahora el caballo corre con tanta perfección, si tan solo pudieras verlo. Yo estoy sentada sobre su lomo, el viento fresco golpea mi cara, pero es más bien una caricia y se trata más bien de una brisa. El sol me quema y me calienta el alma, y entre pájaros que vuelan alrededor y un horizonte que promete que todo es eterno, efímero e imposiblemente bello, aparece Mark Wahlberg andando a caballo, igual que yo. Da vueltas y vueltas alrededor mío, parece Django cuando libera a Broomhilda de la plantación de Calvin Candie. Ahora yo estoy con Chon, subo y bajo las montañas corriendo. Somos personajes de una película, y según el guión, Mark y yo nos vamos a enamorar. 
Las lágrimas me recuerdan que no estoy en el Paraíso, pues allá no existe la muerte. La belleza ya no es infinita y estoy viva. Se acaba de morir la abuela de Magda. Qué drama, todos lloran. Estamos en una clase de computación, yo pongo música desde youtube. Magda tiene una hermanita y se saca fotos con sus amigas durante el velorio.
De repente mamá me manda un mensaje diciendo que está en un restaurante comiendo con Valen. Me confundo, porque en la foto veo que está diferente a como lo recordaba.
Tanta lágrima se convierte en río, y en algún momento de la tragedia me debo haber movido, porque ahora estoy en un bote en el medio de las islas con Pachu. El agua es transparente y es de noche. Fini está recién casada y sale de una piedra para avisarnos que se va a la peluquería, mejor así, porque su pelo está hecho un desastre. Un tipo de barba y pelo largo entra y sale de las piedras como si fuese un hombre de las cavernas. No está vestido, apenas tiene un rabo. Vivimos así, esta es la vida ahora y lo aceptamos con naturalidad.
Pero ahora que lo pienso, ¿habrán sido las islas parte de un mundo paralelo? ¿O habrá sido el sueño que alguien alguna vez soñó hasta que el hombre soñado despertó y recordó, tal como recordará esto, tal como me recordará a mí, leyéndoles los brotes de mi inconciente a ustedes en este taller? ¿Seremos el sueño o el recuerdo de alguien? Porque ahora estoy en un living preguntándome si salir o no esta noche. Estoy con las chicas y decido irme a dormir, estoy cansada. Pero alguien  me lleva a un cuarto de hotel con dos amigos y un señor obeso, un tanto tímido. Los dos primeros aspiran cocaína y yo la tomo porque está líquida en un vaso, parece whiskey. Cuando me doy cuenta que era droga, voy corriendo al baño a vomitarla. El señor obeso ya está en el baño vomitando todo lo que tomó y comió, pobre hombre, no puede parar. Hay restos por todos lados. Después se pone a gritar como loco que yo soy una mala persona, que lo aparté de mí y me reprocha que no le hablé. Recién se calma cuando el otro lo tranquiliza. Quiero, necesito irme de acá. Alguien toma esa decisión y nos vamos, no sin antes pensar en cómo la señora del hotel va a encontrar el lugar. Yo le digo al tipo que limpie su vómito.
El auto me lleva a una misa en una noche de lluvia. Al final de la ceremonia preguntan si el paraguas que se perdió es de alguien. Era de una viejita y lo va a buscar contenta. Yo tengo el mío en mano, que ahora que lo miro me doy cuenta que estuvo abierto durante toda la misa. Salimos, llovía, le comparto el paraguas a Coco que se estaba mojando. Vamos a su casa, pero llegamos a la de los Macedo. Con Fran, Valen y Jo volvemos a casa en bici, pero afuera de lo de Coco, en una mesa sobre la vereda, hay una docena de huevos, los anteojos de coco y un par de bolsas. Como no podemos cargar con todo en la bici, las dejamos ahí. Alguien vendrá a buscarlas mañana, cuando todo sea normal y no llueva más.