lunes, 29 de octubre de 2012

Me parece que no estás recibiendo el mensaje que te mandan los árboles

Mentiras las hay desde que empezó a girar la Tierra, y los ladrones llegaron con la venida del mundo. La tentación vino con la carne humana, la corrupción apareció con las relaciones interpersonales y la debilidad es parte de nuestro más íntimo ser. El mal siempre existió, y con él, todo lo que implica. Arrastra consigo todo lo que ve y todo aquello que puede, lo transforma. Lo que no, lo deja a la merced de la fortaleza del hombre. El discernimiento arduo entre una cosa y la otra, los valores morales que no todo lo pueden, un modelo que no siempre es modelo, una vida que cuesta llamarse vida. Derrota que muy a menudo se asoma, victoria que esboza una visita cada muerte de obispo. Y sin embargo, "que mal que estamos che", "estamos peor que nunca", "nunca vi todo tan hecho mierda", "se fue todo al carajo". No se sabe aún si es la lluvia que hace de la sensibilidad una sensación que eriza a flor de piel, pero se siente. Porque la droga ya no es droga, el alcohol ya no es alcohol, el mal ya no es el mal y robar, claro, no está mal. Y sino pregúntense a dónde está la plata que pagan mes a mes y por qué tenemos rieles del siglo anterior. Vamos che, ¡vamos! ¿Y es que verdaderamente estamos para atrás? ¿Tan para el carajo? "Buenos tiempos eran los de antes, cuando podíamos jugar en la calle y salir a tomar un helado tranquilos". Pero antes hubo guerras. Siempre hubo prostitución. "Mi tiempo todavía no ha llegado", ¿pues será este tu tiempo Nietzsche? ¿Hemos matado a Dios? ¿No tenemos conciencia ya de lo que está mal, no sabemos ya lo que está bien, es que ya joder al de al lado nos importa poco y nada? O mejor dicho nada. La gravedad del asunto se radica en joderse a sí mismos. Porque es nuestra mente la que destruímos, nuestra imagen -ante nuestros propios ojos- la que defenestramos, nuestra vida la que corrompemos, nuestro cuerpo el que matamos. Poco a poco, paso a paso, lentamente, como quien busca una muerte penosa, leal a la desesperación y hundida en el dolor. Y es así como los adultos se quejan, sin ser concientes de que somos la generación que les sucede, sin darse cuenta de que no somos más que la respuesta frente a sus decisiones, su falta de códigos y ese barro en el que escondieron sus mentiras, sus negocios, su juventud reprimida. Date cuenta de que no estás escuchando la música, esa guitarra que quiere paz para tu verdadero vos, ese árbol que acoje pájaros que te cantan a vos y nada más que a vos, esa montaña que quiere que juegues con ella. No llega el mensaje no porque no sea claro, sino porque estás reacio a recibirlo. Y como pocas veces se transforma algo en mí y empiezo a escribir en primera persona y mientras escribo transpiro porque Pavarotti canta y canta fuerte. Con las emociones a flor de piel, sí, pero una realidad que no hace más que rectificarla, verificarla, una multitud que aunque triste es vital y enérgica, pero no hace más que justificarla. Un futuro que no certifica esperanza y una esperanza que está muerta, enterrada, bien abajo y saludando a las catacumbas, esa vieja esperanza (¿qué era esperanza?) que quedará como escombros para una vida dentro de otra vida futura y muy lejana al día de hoy. Mientras tanto, buscamos libertad en una jaula sin salida, como discípulos de Sísifo escalamos sabiendo que vamos a volver a caer y nos conformamos con la tristeza en la que nos vamos sumergiendo medio concientes y medio dormidos, con un oído fuera del mar y otro adentro. Porque ahora la apertura de las personas está en no aceptar la realidad del que está al lado, y cuanto más lejos de nuestra propia realidad estemos, mejor. Cuanto más facil se nos hace ser feliz a un costo barato y consecuencias caras, mejor. Cuanto menos veamos el dolor en nosotros, mejor. Cuanto más nebulosa sea la vista, más lejos sintamos las estrellas y más ideas tengamos para componer canciones, ¡MEJOR! Que los pájaros canten y que tus besos se vayan con el mar, ese que se escapa de mis ojos entre lágrimas que no soportan ver a mis amigos desconocidos del camino matándose a droga.
 



Viene el invierno, cae la nieve, rugen las tormentas, el mar se pone violento, las gaviotas se van con el sol y el faro cada cinco segundos, prende su luz.

martes, 23 de octubre de 2012

Teoría del individuo que huye


Y mientras ellas se ríen de sus propias desgracias porque es la única salida gratuita dentro de semejante túnel -que sólo con pensarlo ve cómo colapsa entre charcos y murciélagos que pispean sin pispear porque no ven- un recuerdo se trasluce por las rejas que aparecen aludiendo a Shutter Island y Andrew Laeddis y Edward Daniels y una cárcel o celda o prisión, sea lo que haya sido que pensó Scorsese. Siempre turbia, siempre sucia, siempre reacia a la compasión y cerrada a la misericordia.


Pero de alguna manera (y esta vez queda pendiente descubrir si es incertidumbre o certeza, esa que le hace pensar porque quiere pensarlo así y se convence entonces de que es así) sabe que no todo termina ahí, en ese mísero "no sé que me pasa". A mí tampoco sé que me pasa, el hecho de que me haya involucrado con el texto hace sonar una campana... Pero mejor no meternos en ese terreno. Mas no, no todo se termina ahí. Ni él es tan cobarde ni ella tan imaginativa, loca, loquísima, de remate...o tal vez sí. Y no es él quien se asusta sino ella la que teme la llegada del otoño y el final de un verano, porque en algún momento la espuma del mar se acaba y el sol deja de quemar. Llegan entonces los árboles pelados y las películas de miedo. Pero las luces de colores permanecen, debajo, muy MUY ¡MUY! debajo de esa oscuridad que ellos dejaron al partir. Que así como vinieron se fueron. La paradoja de la partida es la frialdad con la que así lo hicieron, y su llegada, la calidez con la que abonaron. Y es que acá nada es gratis, acá no se puede vivir del amor y una casa no se puede comprar con amor pues Ricardo Arjona -y para los que saben y comprenden- Luis Alberto viene a pagar los platos rotos. Música y alcohol para olvidar eso que como un meteorito, vino con ruido y partió en el silencio. Sigiloso, misterioso, con la cabeza gacha, como el amante que abandona la casa en el medio de la noche, y camina en puntas de pie, y mira para atrás, y no hay nadie que le haga de guardia, y le tiemblan las piernas y le late el corazón fuerte y cuidado che, que te van a agarrar.


Y la sonrisa permanece, porque al fin y al cabito o cabón (todavía no sabe cual de los dos), everybody hurts sometime. Y claro, qué iba a esperarse de ellos, no todos, sino de ese porcentaje importante y representativo de los individuos de este mundo en el que las anticuadas reprochan que "hombres eran los de antes" y las historias de amor no existen y García Márquez y Cortázar sueñan cuando hablan de la pasión eterna y sentimientos que no mueren y Axl Rose fuma cuando habla de un paraíso hecho ciudad. Y ey, retomemos que esto se fue al carajo, como  picaflores fieles a su labor y verdaderamente enamorados de su quehacer, los otros siguen su rumbo, vendiendo humo para poder comprar vaya a saber uno qué fruta. Tentadora y atractiva por fuera, pero reseca y agria en su interior. Y entonces, nosotras sonreímos frívolamente.


lunes, 15 de octubre de 2012

Luchemos por más verde


El mundo que no frena porque si frena no produce. El hombre que no se aquieta porque si se aquieta no consume. La mente que no para porque si para no maquina. Las piernas que no descansan porque si descansan no avanzan. Pero el viento en algún momento frena, el pájaro anida, las gallinas ponen huevos, la lluvia apacible cesa y hasta el tigre en algún momento abandona su presa y se va a dormir. El sol y la luna desaparecen por un rato y las ballenas bordean el océano. El tren ruge al avanzar y el hombre avanza con él, nadie quiere quedarse afuera del monstruo que si lo miras mal te roba el oxígeno y si no lo respetas, te roba la vida. Una paradoja más para quien en lo absurdo encuentra lo cotidiano, para quien en lo oscuro descubre el placer, en la enfermedad una gota de temor. Cínico. Mas hay que irse lejos de la turbulencia para encontrar la paz. El exceso de movimiento enloquece y las ventanas reflejan una realidad envuelta de humo gris. Triste como quien en una bolsa de basura y cáscaras de banana encuentra un perro muerto. Menos clases y más parques, que bajen las obligaciones y suba el verde. El corazón palpita acelerado, y con él corren los malentendidos, se deslumbran los tropiezos y la siesta brilla por su ausencia. Las canciones de los grandes quedan atrás, los clásicos literarios se apolillan en los cajones, las verdaderas riquezas espirituales escupen polvo y se ponen amarillas. Vira la atención de todos mientras se atan las corbatas y se abotonan los sacos, los anteojos dejan que trasluzca la verdadera identidad de esos ojos que anhelan verde, y el pelo se vuelve gris. Como el humo de la ventana.