viernes, 23 de agosto de 2013

El campo nos delata

La evidencia de una casa colonial que alguna vez escondió los miedos de un prócer que le escapaba a la muerte, nos acoge hoy en este fin de semana no de lujo sino de majestuosidad empapada en placeres. Esa naturaleza -que una vez más- lejos está de defraudarnos, nos regala atardeceres celestiales y la eternidad de los pastizales nos invita a revolcarnos en el más allá. Las vacas paren y se cumple el mandato de Dios y la voluntad de los hombres. Procrean nomás, y el ciclo simplemente funciona, se aferra a la vida y se mueve por la fuerza de ese motor imponente del Creador.  

La madera que se realizó con los años se consume en el fuego. Albergó diversas generaciones de una misma familia y ahora, nuestros ojos se pierden en las llamas de un ardor que nunca volverá a ser el mismo. Y es que un hombre no puede bañarse dos veces en el mismo río, la leña tampoco puede quemarse dos veces en el mismo fuego.

La sensación imposible de que existe lo infinito se burla de nuestra capacidad para escaparnos del campo e irnos a la ciudad. El viento ahora es el que nos golpea la cara y nos olvidamos de esa vida que arrastramos allá, lejos de esta paz que hoy nos ennoblece, porque nos obliga a pensar en lo eterno, en nosotros mismos, en esa sed de compañía y soledad complementarias. Las pantallas no nos seducen –generalizo- y tenemos esta obligación implícita de separarnos de todo eso que nos facilita muchas cosas, sí, pero que nos separa de tantas otras.

El campo nos delata, revela nuestros más íntimos anhelos y nuestros más tristes pesares.

Hay otra energía, otras ganas, otras motivaciones para despertarnos con el verde, desayunar temprano y nutrirnos del aire libre, alimentarnos de la energía que nos transmiten los árboles, abrigarnos con el sol y claro, adentrarnos en la noche. Bailarla. Es entonces cuando la oscuridad nos baña con esa cuota mágica de silencio, en la que los románticos como yo soñamos con un amor lejano e imposible. Y el inconsciente se levanta para testificar en mi contra.

La generosidad de quienes nos reciben viste la estadía con sonrisas y hace que todos –yo, en exceso- seamos nosotros mismos. Un juego que no disimula quiénes somos realmente, nos descoloca. Algunos saltan y gritan desaforados, otros mantienen la calma y se toman el tiempo del mundo para desmantelar una palabra. Otros no entienden las señas que imitan a un oso, UN OSO, ¡¡¡UN OSO!!! y tantos otros más… perdón, me desvié del foco.

Disfrutamos comiendo, claro. Parrillas que convierten corderos en manjares y conversaciones eternas de amores falsos, no correspondidos, teorías de una generación que sufre, miles de hombres que -llevémoslo al extremo- ya no aman, le tienen miedo a la monogamia, mujeres que se conforman con poco y nada, el miedo a la soledad y el aborrecimiento de amores que desesperan. Y la falta de conciencia de que en realidad y no tan en el fondo, todos le tenemos un poco de miedo al amor.


Y volvemos. A la rutina que nos desgasta y mata una parte nuestra. Esa que corresponde a otro lugar, otros tiempos, otros paisajes. Esa que añora el mar, extraña el sur, busca la energía de esos espacios que rejuvenecen a quien los respire.  Pero que sigue latente y sigue viva, alimentándose de los escombros que quedaron de ese aire y encontrando ese encanto en los destellos de todos los días.  

domingo, 11 de agosto de 2013

Es una epifanía

Es una  epifanía. Tanto costó, tanto se preguntó y cuando menos lo esperó, llegó, le tocó las puertas de la razón y le atacó el corazón sin piedad. Entre haces de sombras y poca luz aparece ese destello que se muestra sin revelarse del todo, en una noche como cualquier otra en una semana de pasiones movilizadas y arrebatadas y un tanto avergonzadas. Sin saber bien por qué, sin captar en profundidad las razones de semejante desazón, sufriendo por algo que seguramente sería en vano, sabiendo que no se justifica pasarla mal cuando no tiene una, sino INFINITAS razones para sonreír. Y ahí está, buscándole la quin- la sexta pata al gato. Son estos momentos en los que agradece ser simple. Todos tenemos recaídas y planteos idiotas alguna vez. Pero que no se haga rutinario, pues conlleva a la miseria, y con ella, a la infelicidad.

Pero como buscadores natos de la Verdad nos alegramos cuando finalmente entendemos el porqué de una tristeza que parecía no tener fundamentos. En este caso se trata de esa inquietud que nos obliga a ponernos mal. Y es eso de tener tanto y hacer tan poco. Cuántos viven quejándose por cosas que parecieran sobrepasarnos, y esos quejosos están bañados en capacidades y aptitudes que puestos al servicio de los demás, hablaríamos de héroes. Pero se limitan a verlo todo desde afuera, sin ser a veces protagonistas de sus propias vidas, entendiendo la vida como ese estado en el cual nos preocupamos por nuestros bienes y nuestros amados. Y a penas duras, por el resto. Me incluyo.

 Se empieza por casa, sí. Pero hoy no me alcanza con amar solamente a los que me aman. Quiero amar más, concreta y fervientemente.

“A los que se les dio mucho, se les pedirá mucho más”. Los talentos se nos fueron dados para que los multipliquemos, los invirtamos en amor, vida, generosidad. Esa es la raíz de la desesperación que nos asecha, la culpa que nos carcome las sienes. Juntos es más fácil. Eso siempre. 
  
Todos somos distintos, y la riqueza de la diversidad se funda en que prestando nuestras manos al mundo y a todos aquellos que nos rodean –y tanto lo necesitan- armaríamos redes de pasiones; me gusta pensarlo como poemas hechos cuerpos, canciones materializadas en actos. Respiraríamos ilusión, seríamos ejemplos de la caridad, anhelaríamos humildad y amaríamos tanto que querríamos morir, constantemente, por amor y nada más.  

Por eso, no estemos tristes. Porque allí en nuestras raíces, están intrínsecas las razones que nos inquietan: querer ser más buenos y más flexibles y más amigos del amor. 

domingo, 4 de agosto de 2013

CaroLinda

Está más allá del bien y del mal. Más allá de lo establecido, de lo permitido, de lo que es modesto y lo que no. Porque esto ciertamente no lo es.

Es desaforado, y quién diría, loco. Como a todos, le llama lo prohibido, el NO se transforma en una necesidad humana implacable y básica de que le digan que sí. O al menos un tal vez. Pero ella es dramática y como diría Borges, asquerosamente sensible. Es una de esas personas que priorizan las pasiones, se dejan llevar por lo que sienten, lejos está de medir las consecuencias, no conoce sus límites y actúa por impulsos. Como actuaría un inocente, o un animal romántico. Y qué mejor.

Está cerca de las alegrías más grandes y roza las tristezas más insoportables. De no hacer lo que hace, no la lastimarían de forma semejante. Pero de no hacer lo que hace, se quedaría siempre con la duda devastadora de no saber qué hubiera sido de ella, de su vida, del amor que podría haber alcanzado y que por miedo, lo perdió.

Es rubia, sexy, precoz y si quiere, puede tener el mundo a sus pies. Porque para ella todo es una cuestión de actitud. El mundo la ve como se ve ella a sí misma: segura, única, con la personalidad suficiente como para plantarse frente a alguien y desnudar su alma, abrirse y quedarse ahí, a la intemperie, sin abrigo, sin paraguas, la tormenta la acosa y los vientos la revuelven, los rayos la lastiman y la lluvia la moja, pero no importa, porque habló, se animó, y lo más lindo de todo es que volvería a hacerlo. Hoy, mañana, y las veces que hagan falta.

Es ingenua y va a aprender del error. Nadie le explicó cómo funcionaba esto, no hay libros que le enseñen a uno cómo actuar frente a las adversidades, no hay películas que ilustren situaciones cotidianas y nos enseñen cómo decir lo que sentimos, hay infinitas canciones, pero ninguna nos cuenta cómo hacer para vencer al miedo, soportar el rechazo, seguir a pesar de los fracasos, levantarnos después de tropezar una, dos, o tres veces. Nadie nos dijo que nos iban a romper el corazón así. Y nadie, claro, nos dijo que éramos tan vulnerables. Indefensos. Víctimas de la desolación y rehenes de amores que nunca van a ser nuestros.

Y seguramente la vean con ojos raros, seguramente la cataloguen como una loca, sacada y de más. Porque no hace lo que hacen todos. Lo dejó todo por algo que ni siquiera ella sabía con certeza que lo quería.

Por ser distinta, la lastimaron. Por hacerle caso a sus sentidos, la razón le declaró la revancha y se le puso en contra. Por dejarlo todo, perdió mucho. Y sabe que el que no tiene nada, ya no tiene nada que perder. Así que eso poco que le queda, está dispuesta a volver a jugarlo. En otra ocasión, con alguien más, y quién diría, mejor.


Jugarlo, sí, pero esta vez, por alguien que lo valga.