jueves, 30 de agosto de 2018

THE CATCHER IN THE RYE, OBRA CLAVE EN EL ASESINATO DE JOHN LENNON


“Él sabía dónde van los patos en invierno, y yo quería saberlo”, dijo Mark David Chapman en su declaración tras haber asesinado a John Lennon la mañana del 8 de diciembre de 1980 en Nueva York.

La frase no era menos que una alusión a la obra maestra de J. D. Salinger, The Catcher in the Rye, cuyo protagonista, Holden Caulfield, tenía una obsesión con saber qué pasaba con los patos cuando se congelaba el lago del Central Park. Preocupado por la muerte y cautivado por la idea de que en la vida nada es eterno, Caulfield vaga entre la adolescencia y la adultez un tanto perdido, enojado con el mundo y sacando lo mejor y lo peor en sus lectores: en este caso, despertando las ganas de matar de Chapman, un fanático de The Beatles, adicto a las drogas, introvertido, cínico.
La novela de Salinger cumplió el domingo pasado 66 años de su publicación, y su legado sigue intacto. Es una paradoja que su personaje, un adolescente que ve hipocresía y superficialidad en todas las personas que lo rodean, encarne ciertos aspectos que aborrece. Holden Caulfield está, ante todo, enojado. “Tienes que estudiar justo lo suficiente para poder comprarte un Cadillac algún día, tienes que fingir que te importa si gana o pierde el equipo del colegio, y tienes que hablar todo el día de chicas, alcohol y sexo”, escupe Caulfield. Sin embargo, atesora en él cierta ternura, amor, valentía:
Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno”.
Camino –ya decidido- a matar a la leyenda del rock, Chapman compró un ejemplar de su libro preferido y sobre él, escribió “Esta es mi declaración”. Cuando fue interrogado por la policía, contestó: “Estoy seguro que la mayor parte de mí es Holden Caufield, el personaje principal del libro. El resto de mí debe ser el Diablo.”
John Lennon, aquél músico y compositor nacido en Liverpool, autor de “Give peace a chance”, que imaginó un mundo sin infierno, un mundo con cielos únicamente, vacío de razones para matar o morir, un soñador y portavoz de una contracultura a la cual se aferraron millones de personas que estaban en contra de la guerra de Vietnam, murió asesinado esa mañana de septiembre mientras caminaba con su mujer Yoko Ono mientras se dirigían a una sesión de grabación en Record Plant Studios. Cualquiera puede imaginarlos caminando por la calle, cuando un extraño se les acerca para que el aclamado Lennon le firmara su nuevo disco, Double Fantasy, a un fan (habitual, ordinario). Minutos después, ese admirador (para nada habitual, para nada ordinario) dispararía cinco balas con un revólver calibre 38 Special, de las cuales cuatro impactaron a Lennon en la espalda y el hombro izquierdo.
No deja de ser irónico que asesinos como Mark Chapman hayan citado la obra de Salinger como una explicación para sus crímenes cometidos, siendo esta la novela que describe la pérdida de la inocencia, las ganas de encontrar en el mundo una razón por la que valga la pena vivir, los encuentros con personas con las que se puede realmente conversar.
La pregunta acerca de qué pasa con los patos en invierno es la imagen perfecta de la nostalgia. ¿Qué pasa cuando la naturaleza prohíbe que sobrevivan en su hábitat? Realmente, ¿dónde irán a parar? ¿Acaso se los lleva un camión, como se pregunta Caulfield? ¿Acaso mueren? ¿Acaso emigran? ¿No pasa esto mismo con todos los aspectos de la vida? La desaparición, la muerte, el apocalipsis inevitable, el final programado… y tantas preguntas sin respuesta. Algunos viven con la curiosidad y sacan de ella la adrenalina para vivir. Chapman volcó toda su ira, su impotencia, sus pocas ganas de subsistir en contra de Lennon, y lo mató. La principal diferencia entre ambos es, quizás, que en el fondo en Caulfield existía una gran cuota de esperanza: “Le dije que apostaría mil dólares a que Cristo no había mandado a Judas al infierno, y hoy los seguiría apostando si los tuviera“.

Roberto Arlt, Bob Dylan y sus infinitas voces


“Había Una Época En La Que Vestías Tan Elegante, / Arrojabas Monedas De Diez Centavos A Los Vagabundos, / En La Primavera De Tu Vida, ¿No Es Así?”. Considerada por Rolling Stone como la mejor canción de todos los tiempos, “Like a Rolling Stone” de Bob Dylan podría tratarse de un cuento o de una obra de teatro de Roberto Arlt; el escritor que escribía para los no educados, para los olvidados, para los de pobre o nula capacidad literaria; para los humillados, los oscuros, los incultos; y que al final su propia naturaleza lo trascendió.

Según la partida de bautismo y nacimiento de Arlt, nació un 26 de abril de 1900 –hace exactamente 118 años-; pero lo cierto es que aún no se sabe con exactitud la fecha (en algunas biografías figura el 2 y en otras el 7 de abril de 1900) porque él mismo se encargó de generar confusión con respecto a este dato. Inventor de su propia biografía, autodidacta desde los 8 años –edad en la que decidió abandonar el colegio y seguir su propio camino- optó por la ruta literaria que culminó con su muerte, a los tan solo 42 años. La confusión generada por el propio Arlt remite a la idea de “I’m not there” de Bob Dylan; alguien que por más que los críticos quieran definir, descubrir, encontrar y entender, va a ser en vano: la única manera de hacerlo –o no- es a través de sus canciones.

Ambos forjaron una obra a través de personajes e historias. Arlt escribió acerca de traidores, ladrones, locos, prostitutas y personajes marginales de la sociedad; describió las situaciones más oscuras, habló de lo más bajo de la sociedad, de lo despreciable e indigno. Fue cuentista, novelista, dramaturgo y periodista escribiendo columnas en el diario El Mundo. ¿Lo hacía por plata? ¿Escribía por placer? Hijo de dos inmigrantes pobres, se crió en el barrio porteño de Flores. “Todo cuesta en esta tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que comprarlo con libras de carne y sangre”, diría años más tarde en “La terrible sinceridad”, artículo publicado en la selección “Aguafuertes porteñas”.

En dicho texto, le responde a un lector que le había preguntado “de qué forma debe uno vivir para ser feliz”: Arlt primero se ríe de la pregunta, y luego responde: “Ser sincero con todos, y más todavía consigo mismo, aunque se perjudique”. Cualidad que describe al músico de Minnesota, que se burló de los periodistas y de sus propios fans; artista a quien el Nobel de Literatura le costó caro ya que en sus letras siempre tuvo la necesidad  imperiosa de decir la Verdad, lo que nadie estaba diciendo. Defendió a la gente de color en los sesenta (“Hurricane”), a las mujeres más débiles (“The lonesome death of Hattie Carol”), maldijo las guerras (“Masters of War”), denunció la hipocresía de la sociedad y la política. “Yo solo quiero ser yo mismo, son ellos los que quieren que sea como ellos”, canta.

 “Escribe mal”, le decían a Arlt, y él respondió: “Si usted tiene algo que decir, trate de hacerlo de modo que todos lo entiendan: desde el carrero hasta el estudioso... Que ya dice el viejo adagio: ´El hábito no hace al monje´. Y el idioma no es nada más que un vestido. Si abajo no hay cuerpo, por más lindo que sea el trajecito, usted, mi estimado lector, ¡va muerto!”. A Dylan lo abuchearon, lo trataron de traidor y de Judas, sin embargo, fue todo lo contrario. Como dijo Arlt, “ningún escritor sincero puede deshonrrarse ni se rebaja por tratar temas populares y con el léxico del pueblo”.

Roberto Arlt fue inventor. Bob Dylan fue profeta. Poeta. Fugitivo. Ninguno dio explicaciones de su vida privada, por eso la crítica se limita a reconocer la trayectoria de sus obras, la evidencia: los poemas y novelas y canciones. Le hablan a los que menos quieren escuchar. Escriben para y por Dios. Escriben para y por el diablo: “La Gente Te Decía, 'Ten Cuidado Muñeca, Te Vas A Caer', / Pensabas Que Estaban Jugando Contigo / Solías Reírte De Todos Los Que Te Rodeaban, / Ahora Ya No Hablas Tan Alto, / Ahora Ya No Pareces Tan Orgullosa / De Tener Que Mendigar Para Tu Próxima Comida”.


Delirio y fiesta Beatle


Años de música se condensan en el recital de Paul McCartney en el Estadio Único de La Plata. Todos aquellos que ya tuvieron la oportunidad de verlo en vivo re-confirman lo que alguna vez comprendieron y quienes lo ven por primera vez, finalmente entienden: uno de los íconos mundiales, raíz del rock, autor del pop –magíster, estrella, iluminado- se desploma en el escenario y rinde culto y honores a la historia de la banda de Liverpool.
La fiesta arrancó con “A Hard Days Night” y todo se encendió: la beatlemanía bailo y continuó más eléctrica con “Save Us” –la canción más conocida de su último álbum, NEW– y “Can’t Buy Me Love”. El repertorio de sus canciones nuevas lo completó con “Queenie Eye”, “New” y “Four Five Seconds”.
La luna creciente bañó la noche que se fue sumiendo en un clima de clásicos y guitarra acústica. Así sonó “Blackbird” –algo similar a un sueño- y “Here Today”, dedicada a John Lennon tras improvisar junto al público el canto típico “Oh oh oh oh oh” argentino. El lord inglés se prendió a la iniciativa, y a pesar de los saltos, cantos y bailes al final de cada canción, la elegancia la mantuvo intacta, no se cambió la camisa celeste ni se lo vio tomando agua. De no creer.
Entre agradecimientos, conversaciones en español, chistes y carisma voló la noche. El trabajo de luces se lució dándole toques psicodélicos a “Temoprary Secretary” y el ya habitual despliegue de fuegos artificiales al ritmo de “Live and Let Die” agregó luz y calor a lo que ya se creía que era el final. Pero retomó el espectáculo con “Hey Jude” haciendo cantar al público: primero los hombres, luego las mujeres. Lo mismo hizo en “Obladi Oblada”, y el estadio se sumió en un coro febril al igual que en “Let it Be”.
Al comienzo del espectáculo se percibieron algunas imperfecciones en los arreglos de los guitarristas, pero se redimieron a medida que pasaba la noche. La armónica de “Love me Do” sonó perfecta y limpia, y el baterista tuvo un rol protagónico en todo el show.
El romántico dedicó dos de sus canciones a dos mujeres de su vida. Para Nancy, su mujer actual, cantó una balada en el piano de cola, “My Valentine”. A Linda, en cambio, le dedicó una más rockera pero preservando el romance, “Maybe I´m amazed”. The Wings también estuvieron presente en “Band on the Run” –logrando ese cambio de ritmo a mitad del tema- y en “Letting Go” y “Let Me Roll It”.
El pase por los sesenta se dibujó con “The Fool On The Hill”, “Lady Madonna” y “Eleanor Rigby”. Y tras despedirse del público, reabrió la noche con “Yesterday” seguida de “Get Back”, que tocó junto a una chiquita del público. “I didn´t see that coming”, dijo cuando la elegida en el montón optó por tocar el bajo.
Las 36 canciones elegidas convirtieron la noche de La Plata en una fiesta única. Sir Paul se paseó con gracia del piano a la guitarra acústica, luego de la eléctrica al ukelele, instrumento con el que honró a George Harrison. Y le demostró a una porción de Buenos Aires que el espíritu está intacto, que el rock vive en él y que los años no importan: la música es eterna.


Mumford and Sons, entre el sonido y la verdad


“Conozco mi debilidad, conozco mi voz”, canta Marcus Mumford que de esta manera abre lo que se convertiría en una noche de euforia y folk en su primer paso por la Argentina. Lejos de ser débil, su voz patenta una noche inolvidable, dejando rastros y expresiones bíblicas de su segundo álbum, Babel; canciones que ya se están volviendo clásicos de Sigh no More, su disco debut; y la garantía de que todavía tienen mucho por hacer como su última y radiante creación: Wilder Mind.

Los ingleses se destacan por su autenticidad, tanto su música como sus letras detonan frases de honestidad, uno de los valores más importantes con los que cuenta la música: “Esto es lo que siempre fui (…) No me digas que cambié porque no es verdad”, cantan en “Ditmas”, uno de los temas más aclamados de su último disco. En “Babel”, la canción que le dio el nombre a su segundo álbum, expresan la misma idea: “Y ya sé que tal vez mi corazón es una farsa / pero naceré sin una máscara”.

Como en todos los recitales, se lucieron en cada uno de los instrumentos: en “Lover of the Light” el vocalista cantó desde la batería inquebrantable y Winston Marshall acompañó con el banjo dándole el toque especial que los distinguió desde el comienzo como una banda que sabe combinar el rock y el folk. Fue este último quien rugió con su guitarra eléctrica en “Bellow My Feet”, canción que comienza con un dúo del tecladista Ben Lovett (aplaudido en un instrumental justo antes de lucirse en “Dust Bowl Dance”) y la guitarra acústica de Marucs Mumford, al que después se incorpora la tercer guitarra de Ted Dwane.

“Esta es nuestra primera vez en Argentina, y ya la amamos”, dice la banda entre canción y canción, haciendo un recorrido por las bandas del line up que ya se habían presentado en el festival y anticipando la llegada de Florence and the Machine. Tras la promesa de Lovett de volver al país, el público responde con “I will wait”, una de las canciones más celebradas de Mumford and Sons. Ojalá sea cierto y ojalá sea pronto.

La música suena e impacta por su prolijidad entre cada instrumento. Las letras son impecables y se pasean por temas sagrados como la verdad, la gracia y la redención. Es inevitable no conmoverse y saltar a la par de ellos. La solidez del grupo queda en manifiesto en cada canción, el sonido permanece en el aire y se hace uno con el viento, llega a cada alma y la mueve, la hace bailar.

Las canciones elegidas de Wilder Mind fueron “Tompkins Square Park”, “Monster”, “Ditmas”, “Snake Eyes”, “Wilder Mind” y “The Wolf”, el tema que los despidió. Una performance que se aleja de este mundo y se acerca a las estrellas, espera la vuelta de este grupo que les canta “Sos todo lo que alguna vez esperé”, y al haberlo logrado, se van satisfechos, saciados, limpios.



‘PERFORMANCE’, MICK JAGGER Y JORGE LUIS BORGES


Hace 47 años se estrenaba un film que sería un hito en la historia del cine. Con Mick Jagger debutando en la pantalla grande y James Fox en un rol diferente a todos los que había hecho anteriormente, Cammell lanzó un film inspirado en parte por el gran escritor argentino, Jorge Luis Borges.

Hoy cumple años un film que no sólo fue un desfasaje absoluto para la época en la que fue publicado, sino que fue una de las primeras obras cinematográficas que exploró la psicodelia en la pantalla grande. Estamos hablando de Performance, dirigida por Donald Cammell y Nicolas Roeg, escrita por Cammell y protagonizada por la entonces estrella del cine, James Fox, quien encarna el papel de un ambicioso y violento (sociópata) ganster que después de una serie de acontecimientos, cruza caminos con Turner, un rockstar retirado que interpreta Mick Jaggeren su debut como actor de cine. 
Esta obra, además de ser innovadora y diferente para la época, cuenta con una gran influencia de Jorge Luis Borges y su obra literaria El Sur. No sólo Cammell era un ávido lector del escritor argentino, sino que Jagger también era admirador de sus obras. Durante una de las escenas del film, Turner lee: “En ese punto algo imprevisible ocurrió. Desde un rincón el viejo gaucho estático le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. ‘No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas’, pensó. Y sintió dos cosas”, citando el final de la obra de 1953. Pero ésta no es la única vez que Cammell hace uso de los escritos del argentino; durante todo el film, el director hace referencia al existencialismo, a la identidad (que no tiene por qué ser una sola) y a la dificultad que tenemos los seres humanos de enfrentarnos con la realidad objetiva del mundo. “Nada es verdadero, todo está permitido”, dice Jagger en otro momento de la película y bien podría estar haciendo referencia a Borges.
Otra importantísima referencia a Borges durante el film, y en la vida (y muerte) de su director es la que les contabamos acá mismo hace unos meses: cuando Chas le dispara a Turner, aparece la imagen del escritor argentino junto a un espejo que se rompe. Esto está estrechamente vinculado a la muerte del director Donald Cammell: su mujer -China Cammell, colaboradora de sus trabajos- cuenta que, tras suicidarse de un tiro, el dramático escocés (perseguido por la muerte y el suicidio hacía ya muchos años) agonizó durante 45 minutos. Fue entonces cuando le pidió a su mujer que le alcanzase un espejo y al verse reflejado, le preguntó: “¿Lo ves a Borges?”
Volviendo a la trama de la película en sí: la historia se desarrolla en el marco de Londres en la década del setenta y cuenta la historia de Chas, un integrante de una banda mafiosa liderada por un tal Harry Flowers (interpretado por Johnny Shannon), que se especializa en extorsionar e intimidar a los deudores de su jefe mediante violencia. Es tan bueno en su trabajo, que el resto de su entorno está seguro de que lo disfruta. La parte interesante de la película comienza cuando Flowers toma la tienda de apuestas de Joey Maddocks y le prohibe a Chas que se involucre, ya que éste último tenía una complicada historia personal con Maddocks. Chas no hace caso a la orden de su jefe y, de todas formas, decide actuar en contra de Maddocks. Éste decide vengarse y desvalija el departamento de Chas en un violento ataque, el extorsionador le dispara y huye de la escena en la que había hecho su carrera.
La huída de Chas desplega una historia completamente diferente cuando se encuentra con el ex rockstar que vive con dos mujeres y decide esconderse en el departamento de este trío. La película toma un giro diferente y se explaya sobre la identidad, la sexualidad, los géneros, las drogas y la violencia desde un lugar completamente nuevo para esa época. Las escenas de sexo, droga y violencia fueron las responsables de una apabullante cantidad de críticas negativas que, con el correr del años, se fueron suavizando y el público (y la crítica de cine) comenzó a entender el sentido del film. Cammell creó una obra innovadora y adelantada para la época.
Una vez que Chas se instala con Turner, Pherber y Lucy, comienza a interesarse por este mundo que no sabía que existía. Al principio desconfía de Turner, pero con el correr del tiempo se terminan influenciando el uno al otro. En el afán de querer entender el mundo del que provenía Chas, los otros tres integrantes de la casa lo hacen consumir un hongo alucinógeno y, si bien Chas los acusa de haberlo intoxicado, termina por abrirse y contar acerca de lo que había vivido y de cómo se sentía oprimido teniendo que presentar una fachada de macho para pertenecer al mundo de los gangster. Chas y Lucy comienzan una relación afectiva gracias a la cual Chas se libera y se pueden ver claros signos de bisexualidad. 
Sin embargo, la armonía no dura mucho tiempo, Flowers y sus hombres terminan encontrando el departamento de Turner y aparecen para reclarmarle a Chas que vuelva a su trabajo. Para su sorpresa, lo encuentran con una peluca y un atuendo que hacían que su aspecto se volviera femenino. Chas se encierra en una de las habitaciones con Turner y luego de discutir, Chas le pega un tiro en la cabeza a Turner. Pherber se esconde en un armario que se encuentra en la habitación y Chas se dirige a lo que será su muerte, vestido de mujer. 


KURT VILE – B’LIEVE I’M GOIN DOWN…


B’LIEVE I’M GOIN DOWN, Kurt Vile (2015, Matador) [rating: 4]   Un tipo se levanta una mañana, se mira en el espejo y no reconoce la persona que lo mira del otro lado. Pero después ríe y se da cuenta, “ah qué tonto, ese soy yo”, y sigue con su rutina matutina: cepilla los dientes […]
Un tipo se levanta una mañana, se mira en el espejo y no reconoce la persona que lo mira del otro lado. Pero después ríe y se da cuenta, “ah qué tonto, ese soy yo”, y sigue con su rutina matutina: cepilla los dientes del extraño que ocupa su lavatorio, tiembla como una hoja que entra por la ventana y no le peina el pelo al extraño porque “nunca fue mi estilo”.
El sexto álbum solista de Kurt Vile se llama b’lieve i’m goin down… y no cabe ninguna duda, la audiencia le cree. Escrito en la oscuridad de la noche, en las profundas horas de sueño en las que su mujer e hijos dormían, las canciones no son más que un reflejo de la soledad que siente, la proyección más sensata de su yo más íntimo. Se trata de un monólogo interno del joven de Philadelphia, cuya voz nasal y acento indeterminado ponen en duda también esto último acercándolo a Bob Dylan y Neil Young (ídolo de Vile).
Lo que en sus anteriores Smoke Ring for My Halo y Wakin’ on a Pretty Daze, venía anticipando tímidamente, finalmente llegó con un sonido igualmente sofisticado y aún más amigable.
Gracias al aire intimista provisto por el banjo, en “I’m an Outlaw” se percibe el folk que junto con el country ronda siempre los parámetros del rock. El piano lo coloca en un territorio de cantautor que combina con una voz soulera, un aire nuevo en la era digital donde sabe usar los recursos que tiene a su alcance.
El humor siempre fue parte elemental de sus canciones, pero es en b’elieve… uno de los componentes principales. La vida merodea entre la tragedia y la gracia, entre la risa y la melancolía. A través de la ironía Vile genera empatía en “Pretty Pimpin”, “Estaba usando toda mi ropa / Debo admitirlo, soy un lindo muchacho”, y las canciones dan lugar para que uno pueda identificarse con alguna de ellas. “Odio remarcar lo que es dolorosamente obvio / Así es la vida / Tan triste, tan real”, canta en “That’s Life Tho (almost hate to say)”.
Para Vile las certezas no existen y la realidad es ambivalente. La última canción sintetiza no solo el espíritu de la obra, sino también su vida. “Tengo miedo de estar sintiendo demasiados sentimientos”, le dice a su madre, a quien acude en la última estrofa. Se encuentra en el híbrido de la risa y el llanto, recordando todo lo que alguna vez vio (o fue): amantes, soñadores, drogadictos, creyentes, alcohólicos. “Creo que todos lo sienten, suben y bajan todo el tiempo”, dice Kurt Vile en una entrevista con Noisey. “Quizás yo bajo con más fuerza que el resto”, agrega.
Les dejamos el video de “Pretty Pimpin” para que vean el desconcierto del músico que no se reconoce a sí mismo. La calidad musical… eso no sorprende.

A 47 AÑOS DE LA MUERTE DE JACK KEROUAC


Las historias de Jack Kerouac no viven sin música: cada personaje se mueve y se pasea por las páginas al ritmo del jazz, con cada instrumento que suena mientras el lector lee y se mueve al compás de las melodías que escapan de los equipos de hi-fi. A 47 años de su muerte, el autor […]

Las historias de Jack Kerouac no viven sin música: cada personaje se mueve y se pasea por las páginas al ritmo del jazz, con cada instrumento que suena mientras el lector lee y se mueve al compás de las melodías que escapan de los equipos de hi-fi. A 47 años de su muerte, el autor y fundador de la beat generation es reconocido no solo por sus novelas –clásicos, obras de luz, de arte- sino por la influencia que tuvo y sigue teniendo en la música.
“Supongo que si Jack Kerouac no hubiera escrito On the Road, The Doors nunca habría existido”, dijo el tecladista de la banda, Ray Manzarek, en su libro Light My Fire: My life with The Doors. Aunque su fuerte era el jazz, artistas de rock como Bob DylanThe BeatlesJohn Cale y Patti Smith reconocieron a Kerouac como una de sus grandes influencias tanto en su música como en sus formas de vida.
“El jazz aparece en sus libros como un modelo para su escritura, como una presencia liberadora, como un elixir intoxicante”, escribió el diario El País. En On The Road (1957), novela que lo consagró, relata la experiencia de Sal Paradise (álter ego del escritor) y Dean Moriarity (álter ego de Neal Cassady) en su viaje por Estados Unidos y parte de México, en el que ruedan y se desparraman por la ruta 66 y brillan entre anfetamina y jazz con canciones de Billie Holiday, Charlie Parker, Dexter Gordon, Slim Gaillard, Lester Young, Anita O’Day, George Shearing, Louis Armstrong y Willie Jackson. Todos ellos son “flores sagradas flotando en el aire sobre el amanecer de la América del jazz”.
Bob Dylan y Allen Ginsberg visitando a Jack Kerouac en el cementerio de Lowell en 1975
Sus historias son retratadas: fiestas psicodélicas, euforia, las desesperadas ganas de andar. Los paisajes se convirtieron en un ícono de la historia norteamericana y todo tomó color y vida: la música, los artistas, sus héroes, heroínas, dioses. “Cuando terminó de tocar, el viejo Dios Shearing volvió a su rincón oscuro, y los tipos dijeron ‘no queda nada después de eso’”, escribe tras la visita al club de Anita O’Day en Chicago, cuando vieron a George Shearing: “Tocó una innumerable cantidad de canciones con acordes que iban cada vez más alto, hasta que el sudor empapó el piano y todos escuchaban con temor y miedo”.

En su novela semi-autobiográfica publicada en 1965, Desolation Angels, afirma que “la única verdad es la música”. El bebop suena en New Orleans con Louis Armstrong, y Roy Eldridge rockea el jazz del mundo “vigoroso y viril”. Y entre medio de toda esa música, deambulan y viven los niños sumergidos en la noche bop de Estados Unidos.
“Cambió mi vida como se la cambió a todo el mundo”, dijo Bob Dylan refiriéndose a On The Road. Habiendo inspirado a artistas de esta envergadura, Kerouac se retira del mundo con la cabeza en las nubes, el corazón en las alcantarillas y con el alma vagando por alguna ruta moviéndose al ritmo de las trompetas. Sus imágenes y personajes quedarán, como quedará también la música que vive en cada frase de su obra, siempre.

“Cada tanto, el llanto de la armónica sugería una melodía que algún día será la única melodía del mundo y alzará las almas de los hombres hasta que alcancen la alegría plena”. Esperamos que su alma haya alcanzado ese estado de plenitud. Con o sin paz, pero con arte y música, eso seguro.

ALLEN GINSBERG Y BOB DYLAN, INFLUENCIAS DE LA GENERACIÓN BEAT


Highway 61 Revisted cumple hoy 51 años desde su publicación. El álbum es un ícono, una síntesis de lo que estaba pasando en la década de los sesenta. Con el blues y la poesía, Dylan arranca la parte más salvaje de su carrera que incluyó temas como “Highway 61 Revisited”, “Like a Rolling Stone” y […]



Highway 61 Revisted cumple hoy 51 años desde su publicación. El álbum es un ícono, una síntesis de lo que estaba pasando en la década de los sesenta. Con el blues y la poesía, Dylan arranca la parte más salvaje de su carrera que incluyó temas como “Highway 61 Revisited”, “Like a Rolling Stone” y “Desolation Row”.
Durante años, los medios de comunicación hablaron acerca de su relación: que parecían padre e hijo, que eran como hermanos, que uno fue la musa, el predecesor, el origen de la inspiración de quien le siguió. Lo cierto es que fueron amigos que compartieron lo mismo: ambos tuvieron algo que decir, y como nadie lo estaba diciendo, lo escribieron. Lo cantaron. Allen Ginsberg y Bob Dylan, dos poetas, dos almas en la búsqueda de algo infinito, cruzaron sus carreras artísticas y se influenciaron mutuamente para convertirse en las voces de una generación entera, rebelde, sincera, beat.
Ginsberg nació en Newark en 1926 y quince años después nació Dylan en Minnesota, pero solamente cinco años separan la primera publicación de cada uno. El poema Howl, de Ginsberg, fue una de las tantas inspiraciones que llevó a Dylan a escribir y cantar. Movido por la prosa vulgar y majestuosa, Dylan se apoyó en la Generación Beat tanto como lo hizo en el rock, el blues y Woody Guthrie. “Me enamoré de la escena Beat, lo bohemio, de los Be Bop, estaba todo muy conectado”, dijo Dylan. “Fueron Jack Kerouac, Ginsberg, Corso, Ferlinghetti… me impactaron tanto como lo hizo Elvis Presley”.
“Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura”. Así abre Ginsberg el mítico poema Howl, refiriéndose a Neal CassadyBurroughs y Kerouac, cuya obra que lo consagró fue On The Road. El relato autobiográfico que dibuja el oeste de Estados Unidos y parte de México, ruge con las mentes brillantes que lo alimentaron (en el libro aparecen Ginsberg, Cassady y Burroughs, cada uno con seudónimos) y describe las aventuras por la ruta 66, inundadas por la influencia de las drogas y del jazz: otra de las influencias de la canción “On the road again”, del álbum Bringing it All Back Home, de Bob Dylan.
Hay íconos eternos y retratos que sobrevivirán y serán siempre parte de la historia: la imagen de Dylan y Ginsberg visitando la tumba de Kerouac; las fotos de Ginsberg en la contratapa del álbum Bringing It All Back Home; su presencia en la escenografía del videoclip de “Subterranean Homesick Blues”, en el que Dylan escupe algunas de sus tantas verdades: “Don’t follow leaders / Watch the parkin meters”, “You don’t need a weather man to know which way the wind blows”; y Ginsberg en la legendaria conferencia de prensa de 1965 en San Francisco, donde Dylan, entre cigarrillos, cinismo y verdad, hizo historia.
El poeta lo acompañó arriba del escenario y juntos cantaron “This Land Is Your Land”. En 1971, motivado por Dylan, convirtió sus poemas en canciones, y diez años después, con nuevas grabaciones, sacaron un disco juntos: First Blues. Juntos protagonizaron la película escrita y dirigida por Dylan, Renaldo and Clara (1978), donde Ginsberg interpreta al padre de Ronaldo (Dylan). La ficción fantasea con ser realidad; las alucinaciones y los hechos son una misma cosa, Ginsberg es un mero actor y a su vez un guía, un ejemplo, un mentor.
Es que ambos brillaron de manera diferente en un contexto similar. Ambos desafiaron a lo establecido, al deber ser, a lo políticamente correcto. Ambos vieron la oscuridad, la tocaron, jugaron con ella, la sedujeron y la convirtieron en poema y canción: “The truth was obscure / Too profound and too pure / To live it you had to explode”, canta en “True Love Tends To Forget”, del álbum Street Legal. A Bob Dylan lo tildaron de músico, poeta y hasta de profeta. Fue investido Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el gobierno de Francia. Fue considerado una de las personas más influyentes del siglo XX por la revista Time. Fue nominado más de una vez para el Premio Nobel de Literatura y a lo largo de su vida recibió innumerables premios y condecoraciones –entre ellas la Medalla Presidencial de la Libertad del Presidente Barak Obama-. Pero la pequeña porción del mundo que verdaderamente lo entiende, sabe que fue un simple tipo –dotado, iluminado- que buscaba decir la Verdad.
You don’t necessarily have to write to be a poet. Some people work in gas stations and they’re poets. I don’t call myself a poet because I don’t like the word. I’m a trapeze artist”.


ADIOS: George Martin


Fue Brian Epstein quien los descubrió, pero George Martin los hizo ser lo que fueron. El productor de The Beatles falleció el 9 de marzo a los noventa años, y Vomb no podía hacer menos que homenajearlo reconociendo la influencia que tuvo en la historia de la música.

Trabajó en la BBC y a los 29 años ya era director de Parlophone, la productora que lo puso en contacto con “los chicos” (the boys), como él los llamaba. Desde el primer contacto con ellos en 1962 sintió el impacto y el potencial que tenían. La visión, esa cualidad de oro que tienen los productores, lo definió a Martin, que entre otras decisiones fundamentales sustituyó a Pete Best por Ringo Starr en la batería.

En la escuela de música de Ghildhall aprendió a tocar el oboe y el piano, y más adelante conocería a su secretaria Judy Lockhart-Smith, su futura esposa y madre de dos de sus cuatro hijos, Alexis y Gregory. Lejos de considerar a Los Beatles como una mera banda, los consideró una pandilla y colaboró con ellos como un mentor y padre, un auténtico conspirador que los descubrió y sacó lo mejor de ellos.

Cultivó la originalidad del grupo, editó sus canciones y produjo sus discos. Supo llevar a cabo el country, el jazz y el rock. Fue él quien le dijo a Lennon que agregara la armónica a “Love me do” y a McCartney que le agregara un acompañamiento de un cuarteto de cuerdas a “Yesterday”. Nunca reclamó derechos o créditos sobre esas u otras de sus tantas ideas porque nunca se reconoció como el artista, sino como el productor de la banda. A secas. 

Todos aprendieron del mentor y maestro, y todos le guardaron cariño. "Que Dios bendiga a George Martin, paz y amor para Judy y su familia", escribió Ringo Starr en su cuenta Twitter. Además, en el mensaje firmado por él y su mujer asegura que lo van a "extrañar". Es que aunque Martin compartió el afán de la técnica y la perseverancia con Paul McCartney, nunca tuvo ninguna preferencia. A todos los quiso por igual aun cuando ya no trabajaba con ellos.

Además de productor fue arreglista, compositor, director de orquesta e ingeniero de sonido. En su larga carrera trabajó con Matt Monto, Gerry & The Peacemakers, Billy J. Kramer & The Dakotas, The Fourmost, David and Jonathan, y The Action. Produjo “Candle In The Wind” de Elton John y dirigió la orquesta para la canción “Ticket to Heaven” en el último álbum de estudio de Dire Straits, On Every Street. 

El “quinto Beatle” cultivó la carrera de las bandas desde una perspectiva única: detrás de escena. Un auténtico colaborador, trabajó desde la humildad y el silencio. Sin embargo los frutos fueron grandes y el éxito, evidente. Lo despedimos con la cabeza y el corazón en alto, de la misma manera en que él se fue.  



FLEET FOXES Y FITZGERALD, UNIDOS POR UN CRACK UP


Hemingway en alguna oportunidad dijo: “We are all broken—that’s how the light gets in”.

Es común y frecuente asociar a los momentos de mayor inspiración con experiencias de dolor: que los artistas más lúcidos fueron depresivos, que las mentes brillantes no le encontraron sentido a la vida, que eran tipos solitarios, que los que escribieron los poemas que trascendieron por bellos nunca se enamoraron de verdad. O que se enamoraron de cada cosa que vieron y eso los destruyó. Que a cada alegría grande le corresponde luego una nostalgia insoportable. ¿Qué viene primero, el arte o la tristeza? ¿La novela o la angustia? ¿El derrumbe o la percepción de estar vivos?
Todo más bien inhumano e insuficiente, ¿verdad? Bueno, hijos míos, ése es el auténtico síntoma del desmoronamiento“. Scott Fitzgerald escribió “The Crack Up” cuatro años antes de morir, un ensayo que se publicó en Esquire en el año 1936. Pocas cosas lo complacían, no sabía qué rumbo debía tomar su vida. Ese ensayo es el que lee Robin Pecknold siete décadas después: el compositor principal de Fleet Foxes, que a los 27 años, luego de haber triunfado en el mundo indie con sus álbumes anteriores Fleet Foxes (2008) y Helplessness Blues(2011), se encontró en una situación parecida a la de Fitzgerald, quien hoy nacía hace 121 años.
Pecknold, conmovido por las palabras del escritor estadounidense, uno de los mejores del siglo XX, explica: “A veces mi respuesta emocional hacia la música, valida lo que hago. Otras veces pienso , ya se hizo todo. Debería dedicarme a la ciencia‘”. Acá entra el concepto de dualidadque describe Fitzgerald, que sostiene que la mente puede sostener dos ideas opuestas al mismo tiempo, y aun así funcionar.
Así nace el tercer álbum de estudio del grupo de Seattle bajo el título de Crack Up, inspirado -claro está- en el texto de Fitzgerald. Un álbum complejo, con finales abruptos y cambios rotundos en las melodías. En una misma canción parecería haber varios ritmos, yendo y viniendo de uno a otro, yuxtaponiéndolos, pegándolos entre sí. Quien escribe estas canciones es un Pecknold que encuentra nuevas cosas por las que preocuparse más allá de la música, un joven cansado, abrumado, derrumbado.
Hasta los 26 años su vida había sido para y por la música, luego empezó a preguntarse qué otras cosas quería hacer. “¿Por qué la música habría de traerle problemas a alguien? Es simplemente… sonido. El tema es todo lo que viene con ella, eso fue lo que me dio ganas de retirarme”. Hay un dejo de las palabras de Pink Floyd y suena entre líneas -es inevitable la asociación- “Have a cigar”. Fue entonces que se retiró de la música (desde el año 2011 hasta el 2017 Fleet Foxes desapareció de la escena) y empezó a estudiar en la Universidad de Columbia, donde descubrió el ensayo que le devolvió algo que había perdido. O algo que no sabía siquiera que había perdido. Algo que no buscaba y encontró; como una luz blanca que ya no está al final del camino sino que camina con él, guiándolo con astucia y paciencia hacia el fondo del túnel.
“En el mismo mes llegaron a molestarme cosas tales como el sonido de la radio, los anuncios de las revistas, el chirrido de las vías férreas, el muerto silencio del campo —sentía desprecio ante la blandura humana, y de inmediato (si bien secretamente) hostilidad hacia el esfuerzo—, odiando la noche en la que no podía dormir y odiando el día porque se encaminaba hacia la noche”. Las palabras de Fitzgerald -el mismo que años antes habría de escribir The Great Gatsby y Tender is the night, denotan el desamparo y la desesperación que lo abrumaba. Quien se escuche a sí mismo podrá identificarse con estas palabras que vibran y tienen vida en sí mismas.
Todos estamos rotos por dentro, por fuera, por donde se nos mire. Todos somos platos rotos expuestos en vitrinas, vueltos a pegar, con piezas abarrotadas y superpuestas unas contra otras. Pecknold superó el derrumbamiento. O supo manejar las emociones que venían con él, eligiendo volver a tocar y sentir la vitalidad que todavía conserva para hacer música. Dicen que Fitzgerald no fue lo suficientemente ¿fuerte? ¿valiente? como para superar semejante abatimiento. Pero quién sabe, quizás, después de todo, solo queda una opción: darse por vencidos.
“ONCE I HAD HAD A HEART BUT THAT WAS ABOUT ALL I WAS SURE OF”, The Crack Up, Scott Fitzgerald ; 1636.


Dylan: poeta, cantautor y Nobel


Que no se va a presentar en Estocolmo para recibir el Premio Nobel que ganó, que no contesta los llamados de las autoridades de la Academia, que es un personaje escéptico que es capaz de no reconocerse ganador, que va a rechazar la distinción; que va a ir, lo va a recibir con sus anteojos negros –tal como recibió la condecoración del honor entregada por Obama- y tal como llegó, va a retirarse y seguir haciendo lo que hace: llevar sus canciones a todos los rincones del mundo en su Never Ending Tour.

Que el Nobel de la literatura no debería ganarlo un músico, que sus canciones no son meramente leídas, son escuchadas -y las melodías las completan, por eso es más que literatura-, que para el caso había otros músicos que deberían haberlo ganado, que no se lo puede comparar con otros poetas o novelistas; o sí, que Dylan es un poeta que además, canta. “No me considero un poeta porque no me gusta la palabra. Soy un artista del trapecio”, dijo en una ocasión. Que solamente con la frase “Se necesita mucho para reír, se necesita un tren para llorar” era digno del Nobel y que escribió las canciones de amor más lindas de la historia.

El Nobel de Literatura este año generó polémica porque hizo que la gente saliera de sus esquemas y estructuras, mismo efecto que tuvo Dylan en las personas, siempre. “Judas” le gritaron cuando cambió la guitarra acústica por la eléctrica, el folk por el rock. “Toquen más fuerte”, le dijo Dylan a su banda frente a las quejas del público. “¿Para qué querés mi firma, para qué te sirve? ¿Qué vas a hacer con ella?”, le pregunta Dylan a una joven que le pide su autógrafo a la salida de un recital. “La verdad nunca la miré tanto”, dice cuando en 1965, un periodista le pregunta acerca de la tapa –y su significado- de uno de sus discos más eléctricos, Highway 61 Revisted.

No solamente fue la voz de una generación entera, fue también la morfina para el dolor de una sociedad, aquél que clamó por la paz, que defendió los derechos de las personas de color, que rugió en contra de las guerras y maldijo a los que hacen las armas (en “Masters of War” no pudo no evitar desearles la muerte). Uno escucha sus canciones y asiente con cada palabra, pero genera algo contraproducente: el oyente siente alivio por escuchar lo que él mismo quiere decir, y al mismo tiempo se enoja y angustia por escuchar la verdad, cómo la gente mata sin pudor, cómo los jueces hacen la vista gorda y no condenan a los asesinos.

“Y le otorgó con fuerza, por culpa y arrepentimiento / a William Zanzinger una pena de 6 meses”, dice tras ironizar con la ley en “The lonesome death of Hattie Carroll”. Lo mismo ocurre con “Hurricane” y “Only a pawn in their game”, canción que cantó tras el discurso de I have a dream de Martin Luther King.

El autor que escribió “Blowin in the wind” en diez minutos, no se reconoce un melodista, ni siquiera se reconoce poeta. Proclama que escribe sus canciones inspirado en viejas melodías, en las canciones de los Carter, en los salmos, en las canciones protestantes, en el folk más antiguo de la historia. Él, que en un principio quiso cantar las canciones de Woody Guthrie, viajó a de Minnesota a Nueva York y se refugió en las paredes del bar Wha? para cantar sus propios temas y empezar lo que nunca habrá de terminar.
Romántico, desafiante, audaz, sincero, Dylan nunca dio explicaciones de su vida privada. En su novela Chronicles deja bien en claro que jamás se interesó por los datos personales del resto ni por dar a conocer los suyos. Simplemente quería hacer música, conocer a gente decente y entablar así relación con ellos. Por eso el premio Nobel se limita a reconocer la trayectoria de sus canciones, la evidencia, la huella que dejó: cada línea que escribió Bob Dylan es digna de ser enmarcada. No habla en vano, no canta por cantar. Dice verdades, recita poemas, le habla a los que menos quieren escuchar, a los ricos, a los pobres, a los que pagan por escucharlo, a los asesinos y a las víctimas, a las familias, a los senadores, a los gobiernos, a jóvenes y viejos, a sí mismo, a Dios y al diablo (en “Jokerman” precisamente no se sabe siquiera de quién habla). Con sus canciones, dibuja. En “Desolation Row” describe con imágenes la ruta de la desolación, “Einstein disfrazado de Robin Hood” y otras imágenes que quien escucha la canción, inevitablemente las ve.
“The times they are a-changin” y “A hard´s rain is gonna fall”, son canciones que predijeron el futuro, los cambios por los que atravesaba la sociedad. Lo tildaron de profeta, más aún cuando a los 33 años se convirtió al cristianismo y sacó sus tres discos inéditos: Slow Train Coming (1979), Saved (1980) y Shot of Love (1981).

El Dylan inocente de los primeros años se fue convirtiendo en un Dylan enojado y sin miedo de decir la verdad. Interesado por la actualidad mundial y nacional –hay varias imágenes que lo muestran leyendo los diarios- y lector de poetas como Ginsberg y Rimbaud, nunca dejó de componer. Vive en el presente: “No quiero hacerme nostálgico ni narcisista como escritor ni como persona. Yo creo que la gente que tiene éxito no habita en el pasado”, dijo en una entrevista con el diario El Pais.

Bob Dylan –o el fantasma que escribió sus canciones, como una vez explicó- es digno del Nobel. Su obra está a la altura del premio, y si no, deténganse en algún pedazo de su obra, algún pedazo de canción. Y aunque el éxito lo toma con cinismo, de alguna manera, nos lo pre-avisó: "No hay mayor éxito que el fracaso y el fracaso no es un éxito en absoluto", de Love Minus Zero/No Limit, de 1965.

WILLIAM S BURROUGHS Y SU ENCUENTRO CON IAN CURTIS


La Generación Beat, ese grupo de escritores de Estados Unidos que le dieron forma a la cultura que vino con la Segunda Guerra Mundial, tuvo sus influencias en la música. 19 años nos separan de la muerte de William S Burroughs, uno de los principales autores de esta época, inspiración para estrellas comoIan Curtis, David Bowie, Patti Smith y Kurt Cobain. Cuenta la leyenda que el cantante de Joy Division tuvo la oportunidad de conocerlo. El encuentro no salió como el británico lo esperaba.

En septiembre de 1956, en una de sus cartas a Allen Ginsberg (otro escritor de la misma generación, amigo y amante), Burroughs habla del suicidio en general: “El joven inglés estaba hablando del suicidio, de la vida como algo que no vale la pena vivir. Esto me pareció increíble, yo siento que debo ser muy feliz. Tengo una especie de revelación, pero no puedo ponerla en palabras”. A veces la historia juega con las casualidades y los artistas se adelantan en el tiempo, porque ese “joven inglés” bien podría haberse tratado de Curtis, con quien se encontraría 23 años después, en 1979 en un recital en Bruselas, en un centro de arte que guardó un espacio para las bandas (entre ellas Joy Division) y terminó con la lectura de leyendas del movimiento beat como Burroughs y Brion Gysin. Convencido de recibir algún que otro halago, Curtis se acercó a Burroughs, que lo confundió con alguien más del público y le dijo que se fuera: “He told him to fuck off”, contó en su momento Stephen Morris, baterista de la banda.
Jack Kerouac describe a William S. Burroughs en su novela épica On the Road bajo el seudónimo de Old Bull Lee. Burroughs, a su vez, habla de sí mismo en Yonqui (1973), donde se apoda Bill Lee. Sus libros autobiográficos, inundados de escepticismo, surrealismo y sátira, revelan su adicción a las drogas. Sus admiradores -Ian Curtis, David Bowie, Patti Smith y Kurt Cobain- imitaron su forma de escribir y aplicaron a sus letras la técnica del cut-up: cortar textos al azar para generar nuevos contenidos.
Las letras de Joy Division son lo que se considera oscuras, pesadas, quizás un reflejo del alma de quien las escribió, como lo es toda obra de un artista. “Para mi Joy Division era acerca de la muerte de mi comunidad y de mi infancia. Era completamente irrecuperable”, dijo Bernard Sumner, guitarrista y tecladista del grupo. Burroughs solía decir que “el lenguaje es un virus” y creía fervientemente que esa enfermedad había afectado la mente y cuerpo de todos los hombres. En su caso, fue su único medio de salvación: escribir, escribir, escribir. Tal vez no fue el caso de Ian Curtis, que la oscuridad pudo más, aunque su legado haya quedado para salvar a otros: inundado de arte y música. Fue admirador de Franz KafkaJ. G. Ballard, estudioso de Sastre, un obsesionado del nazismo, un soñador y miedoso del divorcio, tema que lo llevó a escribir “Love Will Tear us Apart”, frase que aparece en su lápida. Un sensible, un escritor, un poeta. “En vivo, nos manejábamos visualmente viendo a Ian bailar”, dijo Sumner.
No todos los finales son felices: las adicciones de Ian Curtis, sus problemas de salud, la depresión y epilepsia que no le permitió terminar sus últimos recitales –como teloneros de los The Stranglers, perdió el control, tiró la batería y tres días después intentó suicidarse con una sobredosis de fenobarbital- llevaron a que el poeta de Manchester se suicidara en la cocina de su casa, con una soga para colgar la ropa. Puso el disco The Idiot de Iggy Pop, le escribió una carta a su mujer y decidió terminar con tanto sufrimiento de la manera más trágica y triste. Se fue muy temprano, con solo 23 años. “El suicidio nunca es bueno. Es una maniobra cobarde, Oh hermanos”, escribió Burroughs.
Fiel admirador de Lou Reed, Curtis fue comparado con Jim Morrison. En Touching from a distance, Deborah Curtis plasma la vida de Ian. El título del libro es una frase presente en una de sus principales canciones, “Transmission”. Curtis utilizaba los libros para calmar o potenciar sus cambios de humor. “Todo el tema estaba culminando en una obsesión mental y física”, cuenta su mujer: Creo que todos esos libros le alimentaron su costado más triste”.


TOM WAITS, BAJO LA INFLUENCIA DE CHARLES BUKOWSKI


Mantente alerta / hay salidas / hay una luz en algún lugar / puede que no sea mucha luz pero / vence a la oscuridad. La voz ronca de Tom Waits recita el poema de Charles Bukowski“The Laughing Heart”

Palabras que lo inspirarían a escribir sus propias canciones ásperas, que gracias a la experimentación con diversos instrumentos, deambularon por más de un estilo musical: el blues, el jazz, el vodevil. El músico, compositor de bandas sonoras y actor, edificó su obra inspirándose en sus maestros: Bob DylanJack KerouacLouis Armstrong y el –hoy agasajado- Henry Charles Bukowski, quien afirma en una de sus novelas, “hubo un poco de música; la vida parecía entonces un poco más agradable, mejor”.
Símbolo del “realismo sucio” –porque a través de sus ojos la vida era sucia, oscura, cínica- Charles Bukowski cesó de existir hace ya 23 años, abandonó la vida –para él sinónimo de problemas- para empezar a respirar en paz. Poeta, escritor, inspiración para tantos otros que vendrán, y con frecuencia asociado (por error) a los autores de la generación beat, Bukowski le dejó letras al mundo que por verdaderas, se arraigan a la tierra, a todos aquellos que no temen ver la realidad tal cual es, por más lúgubre y deprimente que ésta sea.
Bukowski dibuja el sentido de la vida –o la falta del mismo- en situaciones cotidianas, conversaciones con extraños, momentos insólitos de la vida de cualquier hombre. En conversaciones telefónicas con una prostituta, en una discusión con un barman, en el empeño que pone un detective buscando algo que no existe, en el vínculo entre un alumno y una profesora, en una caminata con el chico más lastimado del colegio, en los golpes de un padre a un hijo, en el silencio de su madre, en un encuentro sexual. O en frases que deambulan entre el humor y la tragedia: “No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida”.
Nacido en Alemania pero criado en Los Angeles (ciudad en donde Tom Waits empezó a tocar tras servir en la Guardia Costera de Estados Unidos), Bukowski trabajó en una oficina de correo y comenzó a escribir para diversas revistas y diarios de la zona. A los 49 años, recibió una propuesta: “Tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”. Nada es en vano.
Las críticas negativas lo acusaron de exhibicionista literario, pero hoy es considerado uno de los autores más influyentes y una de las luces más brillantes de la literatura independiente. La auto-referencia es uno de los recursos más utilizados en su obra (junto con la aspereza, el descaro y todas esas cosas oscuras). Henry Chinaski, su alter ego, es el protagonista de las novelas Post Office –en español Cartero, oficio que el mismo Bukowski ocupó-, Ham on Rye –en español La Senda del Perdedor, novela que se identificó con el clásico de Salinger, A Catcher in the Rye, y que retrata sin compasión su infancia y su adolescencia, escupe burlas al trabajo, a la política y a tantas otras causas perdidas-, HollywoodFactotum y Women.
Por otro lado, Small Change, el cuarto álbum de Waits publicado en 1976, es el reflejo de lo que bien podría haber sido una novela de Bukowski: en sus canciones recita un estilo de vida pesimista, deprimente, cínico, sin dejar de lado el humor y la ironía. Canciones como “The Piano Has Been Drinking (Not Me) (An Evening with Pete King)” y “Bad Liver and a Broken Heart (In Lowell)”, hablan del alcoholismo y la desolación que sufría, condición que repercutió física y mentalmente en él. “Estuve enfermo todo ese periodo”, cuenta Waits. “Estuve viajando mucho, viviendo en hoteles, comiendo mala comida, bebiendo mucho… demasiado. Hay un estilo de vida que está antes de que tú llegues y te introducen en él. Es inevitable”.
Ambos artistas encontraron en el alcohol un escape, una vía para no sentir, para evitar por un rato la tragedia de estar vivos. La obra de Bukowski rechaza el sentido de las cosas y él mismo admite que no le gusta la gente: “Me gusto yo mismo”, dice, “hay algo mal en mí. No sé lo que es, pero no voy a tratar de curarlo”. Si eso que tenía –o eso que le faltaba- fue la causa de la magnitud de su obra, nunca se sabrá. Lo cierto es que no hay mal que por bien no venga. Que descanse en paz ahora, porque la espera insoportable de la que habla en Pulp, su última obra publicada en 1994 justo antes de su muerte, para Bukowski ya acabó.
Esperamos y esperamos. Todos. ¿No sabría el psiquiatra que esperar es una de las cosas que vuelve loca a la gente? La gente espera toda su vida. Esperan vivir, esperan morir. Esperan en la cola para comprar papel higiénico. Esperan en la cola para recibir dinero. Y si no tienes dinero, esperas en colas más largas. Esperas para dormirte y esperas para despertarte. Esperas para casarte y esperas para divorciarte. Esperas que llueva, esperas que deje de llover. Esperas para comer y esperas para volver a comer. Esperas en la consulta del loquero con un montón de anormales y te preguntas si serás uno de ellos”.
Pulp, 1994.