jueves, 30 de agosto de 2018

FLEET FOXES Y FITZGERALD, UNIDOS POR UN CRACK UP


Hemingway en alguna oportunidad dijo: “We are all broken—that’s how the light gets in”.

Es común y frecuente asociar a los momentos de mayor inspiración con experiencias de dolor: que los artistas más lúcidos fueron depresivos, que las mentes brillantes no le encontraron sentido a la vida, que eran tipos solitarios, que los que escribieron los poemas que trascendieron por bellos nunca se enamoraron de verdad. O que se enamoraron de cada cosa que vieron y eso los destruyó. Que a cada alegría grande le corresponde luego una nostalgia insoportable. ¿Qué viene primero, el arte o la tristeza? ¿La novela o la angustia? ¿El derrumbe o la percepción de estar vivos?
Todo más bien inhumano e insuficiente, ¿verdad? Bueno, hijos míos, ése es el auténtico síntoma del desmoronamiento“. Scott Fitzgerald escribió “The Crack Up” cuatro años antes de morir, un ensayo que se publicó en Esquire en el año 1936. Pocas cosas lo complacían, no sabía qué rumbo debía tomar su vida. Ese ensayo es el que lee Robin Pecknold siete décadas después: el compositor principal de Fleet Foxes, que a los 27 años, luego de haber triunfado en el mundo indie con sus álbumes anteriores Fleet Foxes (2008) y Helplessness Blues(2011), se encontró en una situación parecida a la de Fitzgerald, quien hoy nacía hace 121 años.
Pecknold, conmovido por las palabras del escritor estadounidense, uno de los mejores del siglo XX, explica: “A veces mi respuesta emocional hacia la música, valida lo que hago. Otras veces pienso , ya se hizo todo. Debería dedicarme a la ciencia‘”. Acá entra el concepto de dualidadque describe Fitzgerald, que sostiene que la mente puede sostener dos ideas opuestas al mismo tiempo, y aun así funcionar.
Así nace el tercer álbum de estudio del grupo de Seattle bajo el título de Crack Up, inspirado -claro está- en el texto de Fitzgerald. Un álbum complejo, con finales abruptos y cambios rotundos en las melodías. En una misma canción parecería haber varios ritmos, yendo y viniendo de uno a otro, yuxtaponiéndolos, pegándolos entre sí. Quien escribe estas canciones es un Pecknold que encuentra nuevas cosas por las que preocuparse más allá de la música, un joven cansado, abrumado, derrumbado.
Hasta los 26 años su vida había sido para y por la música, luego empezó a preguntarse qué otras cosas quería hacer. “¿Por qué la música habría de traerle problemas a alguien? Es simplemente… sonido. El tema es todo lo que viene con ella, eso fue lo que me dio ganas de retirarme”. Hay un dejo de las palabras de Pink Floyd y suena entre líneas -es inevitable la asociación- “Have a cigar”. Fue entonces que se retiró de la música (desde el año 2011 hasta el 2017 Fleet Foxes desapareció de la escena) y empezó a estudiar en la Universidad de Columbia, donde descubrió el ensayo que le devolvió algo que había perdido. O algo que no sabía siquiera que había perdido. Algo que no buscaba y encontró; como una luz blanca que ya no está al final del camino sino que camina con él, guiándolo con astucia y paciencia hacia el fondo del túnel.
“En el mismo mes llegaron a molestarme cosas tales como el sonido de la radio, los anuncios de las revistas, el chirrido de las vías férreas, el muerto silencio del campo —sentía desprecio ante la blandura humana, y de inmediato (si bien secretamente) hostilidad hacia el esfuerzo—, odiando la noche en la que no podía dormir y odiando el día porque se encaminaba hacia la noche”. Las palabras de Fitzgerald -el mismo que años antes habría de escribir The Great Gatsby y Tender is the night, denotan el desamparo y la desesperación que lo abrumaba. Quien se escuche a sí mismo podrá identificarse con estas palabras que vibran y tienen vida en sí mismas.
Todos estamos rotos por dentro, por fuera, por donde se nos mire. Todos somos platos rotos expuestos en vitrinas, vueltos a pegar, con piezas abarrotadas y superpuestas unas contra otras. Pecknold superó el derrumbamiento. O supo manejar las emociones que venían con él, eligiendo volver a tocar y sentir la vitalidad que todavía conserva para hacer música. Dicen que Fitzgerald no fue lo suficientemente ¿fuerte? ¿valiente? como para superar semejante abatimiento. Pero quién sabe, quizás, después de todo, solo queda una opción: darse por vencidos.
“ONCE I HAD HAD A HEART BUT THAT WAS ABOUT ALL I WAS SURE OF”, The Crack Up, Scott Fitzgerald ; 1636.


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