domingo, 8 de diciembre de 2013

Una put- despedida más

Y de vuelta las aguas del río se esmeran, las avasallan, se dejan lucir para que se luzca la despedida de algo que se va para volver. Ese dejo de nostalgia en la felicidad de lo que sienten, ese melodrama que se percibe al saber que no se puede ser cien por ciento feliz. Porque siempre, por más perfecto que sea el momento, una lágrima quiere escaparse para decir, la muy puta, “algún día se terminará”. Algún día ya no estarán acá, en este barco que tantas veces las hizo sentir las reinas del canal. Las divas del río. Las protagonistas de una aventura playboy. Sin embargo, el agua y el viento se ponen de acuerdo para recordarles hoy el lujo de vivir así, el lujo de vivir. Y se alegran al ser concientes de que son concientes de ello. Es el atardecer el que juega con sus recuerdos y no pueden evitar evocar a ese lugar que añoran (el cual exige tratamiento psicológico –o psiquiátrico- para dejarlo ir, hoy y de una vez por todas. Pero cómo dejarlo ir…)

Es la Santa de Justina la que les alegró esta –como tantas otras- tardes. Noches. La ilusión de que el año se va las acerca más a la realidad que a la fantasía, pues fin de año siempre las agarra sumidas en la tragedia del fin, de no querer que se termine. Menos este. Que rebalsó de bendiciones, se sumió en noches de fiesta y se bañó en tardes eternas, acompañadas por la buena compañía. Los lunes no jodían tanto, porque hasta el miércoles se alimentaban de los cuentos vividos y mientras, en el interín, por qué no, vivían también.

No sabe si es o no necesario que se vayan, pero se van. A ese lugar de la nieve… Vail, le dicen. Son personas que saben disfrutar, así que van a saber acomodarse a las circunstancias e inventar historias nuevas, para claro, después poder contarlas.

Y mientras Barry White acaricia el ir y venir del barco que se mueve con las olas, mientras el sol las quema hasta que les arde, mientras algunas andan en lanchas que rugen y se deslizan en bananas que las nutren de adrenalina –sangre y lágrimas-; se lamentan de que alguna no pudo ir y andará viendo, en vez, a un héroe del rock.

Otro 7 de diciembre más, otro aniversario feliz de La Flaca, la que tanto soñó con el bendito bonete bonito, la que... seamos generosos y digámosle canta su propia canción de cumpleaños. Otro festejo, esta vez no en un jardín, no en una galería, no en una pileta. Sino en el paradisíaco Sueco. El año que viene, mínimo, ¿Uruguay? 

Pero es la vuelta la que las revuelve hasta llevarlas a ese punto en el que, si tenían alguna excusa para no emocionarse, ya no la tienen más. Y emocionarse no implica llorar. Implica, sí necesariamente, dejarse tocar por ese universo imposible que las supera, las deja anonadadas, les hace entender, a la fuerza, que son un punto en esa bola de esa galaxia. Y que encima hay ocho bolas más. Es la noche la que tiene esa mística única y tan difícil de poner en palabras, que acoge las estrellas y las ofrece una por una, haciéndolas aparecer a medida que el cielo se vuelve negro y el río, plateado. El frío se guarda para que el calor permanezca triunfante, luchando intacto a pesar del movimiento.

Es el río, hoy, quien les pide que se queden. Es el verano el que se acerca, y ellas, las descaradas, se alejan de él sin piedad. O no, no sin piedad. Porque todos sabemos, que a fin de cuentas, incluso La Bombo nos va a extrañar.