viernes, 15 de diciembre de 2017

Salud mental

Es cómico cómo buscamos soluciones a problemas que no existen; cómo buscamos respuestas a sensaciones que sólo la música y los libros templarían. Templanza: estar en paz con uno mismo, volver a las pasiones de uno, olvidarse un rato del deber ser para pasar a ser. ¡Las respuestas están en uno! Claro que el psicoanálisis ayuda, pero “Joey” de Bob Dylan, cura. Y el alma vuelve a sonreír.

Fin de año, las mismas emociones que se cruzan y se aprietan unas con otras como los piqueteros caminando por la nueve de julio, con humo y bengalas, palos y capuchas, sed de violencia y fuego; nunca nada alcanza, siempre es necesario volver al circo, exigir en lugar de hacer, reclamar en lugar de trabajar; es más fácil si nos dan todo gratis, todo de arriba, todo y más. Quiero lo que es mío, lo que me corresponde. ¿Pero qué es mío? Más que este presente incierto, este microsegundo de calma y seguridad. El pasado no me corresponde, el futuro es un verdugo disfrazado de traición, quién aguarda del otro lado de la puerta, quién vendrá a tranquilizar las penas del mañana, quién nos hará sonreír, llorar, quién ha de morir antes de lo esperado. El traidor que toca la puerta por la noche, cuando menos lo esperamos, viene a recordarnos que no estamos vivos porque lo elegimos sino porque Dios nos mantiene con vida, hace que el cuerpo siga funcionando, las piernas sigan caminando. Eso da un poco de tranquilidad y nos libra de cierta responsabilidad, es innegable.

Cuántos temas convergen en estas palabras, cuánto hay por librar, cuántas emociones aplastadas contra la tierra de una villa, en la que una madre que perdió a su hija a costa de un novio celoso y con ganas de matar la dejó encerrada cuatro días muerta mientras por teléfono se hacía pasar por ella. Cuántos chicos vomitando gusanos a falta de cloacas y agua potable, cuántos buscando consuelo en la droga con tal de no sentir el hambre y la soledad. Cuántos misterios están escritos en el cielo; dibujados con lápices blancos, si forzamos la vista se pueden ver, claros como el agua: por qué algunos nacieron con tan poco, aislados y sin amor. Desnudos de todo como los animales. Si la misericordia existe, ¿por qué estuvo tan mal repartida? ¿Acaso no merecen ellos algo mejor? Consuelos como los últimos serán los primeros. ¿Pero no son dignos de vivir bien ahora, antes de morir, antes de alcanzar el Paraíso? La vida dulce y la vida breve es un regalo para todos, no se supone que debería ser un martirio, una lucha. Quiero creer que todos –hasta los más miserables, los más desdichados, los más pobres de amor- puedan experimentar algunas de las bellezas mundanas y celestiales, haces de luz y de sombras, señales del mundo mágico y paralelo en el que las mujeres no tienen que cruzar pozos de barro para ir a trabajar, ni tienen que bancarse que sus maridos las dejen encerradas para después pegarles con palos hasta el cansancio, donde los hombres no tengan que recurrir al paco para no sentir tanto frío, donde los chicos no se enfrenten a la muerte todos los días de sus vidas.


Nada de psicoanálisis, por ahora me salvará el arte. 

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