domingo, 20 de marzo de 2016

R.Stones

La pregunta no es qué decir de los Stones, porque todos dijeron, hablaron, criticaron, elogiaron, proyectaron en libros, en documentales, en películas, diarios y revistas; la cuestión –más pertinente que la anterior- es qué no se dijo. Quién quiere seguir leyendo palabras cuando alcanza y sobra o mejor dicho nunca alcanzará, con escucharlos a ellos. Verlos en un escenario es volver a confirmar lo que todos ya saben: que son un ícono de la música, la imagen viva del rock, un modelo mundial, universal. La evidencia de que por más fama e historia que haya detrás, la sobredosis no es el único escape. Que los artistas pasan pero la música permanece, las historias y mujeres van pero las melodías quedan. Que no hay que dejar de rodar a los setenta años aunque la plata sobre y la fama abunde, porque de eso no se trata. Se trata, en cambio, de vivir (o sobrevivir), y la única forma de hacerlo, en este caso, es haciendo música. “The older you are, the better you get”, dijo Dylan. Y como recita el clásico, siguen lejos de casa, sin dirección, sin saber quiénes son, buscando canciones y dejando que las canciones los encuentren a ellos.

Ruedan entonces ellos también a la Plata, no sin la manía por cuidar un auto al que se le permiten cosas, excepto, básicamente, todo. Pero nada es en vano porque el tiempo no escasea y las cervezas no faltan, las ganas de disfrutar están siempre atadas a buenas amistades, buenos momentos, y en este caso, una tarde que quedará para el recuerdo. Porque al final son lo único que quedarán.

Crónicas y lunas eternas, lujos que brinda el laburo de una productora, producto, a su vez, de un trabajo arduo pero disfrutable. De qué sirve trabajar para vivir si no se vive disfrutando, de qué sirve todo si no se vive mientras se hace. No todos tienen la posibilidad de estar en el trabajo de sus sueños o complacerse y deleitarse de lo que uno hace, pero no se puede vivir del aire. Partir de la base entonces que de algo hay que trabajar y que no por ello hay que dejar de vivir. Se trata de encontrar la magia en la vida de todos los días, la alegría imposible que se esconde detrás de una canción, las lágrimas que brotan de un encuentro en familia, porque la vida, simple como es, se resume en un viaje en ruta. A La Plata, a Boedo, a Uruguay, al sol, a la esquina, a la nada, a la playa, a las capitales o a los sueños -el inconciente-, donde sea la vez que tenga que ser. Pero gozar el viaje, gozar.

Los viejos hábitos difícilmente mueren o no mueren en absoluto. Por eso, escribir aunque sea unas líneas de un día que queda para el recuerdo hace falta. No porque así lo quiera, sino porque quedarían abiertos los cuentos, inconclusas las historias, las estrellas no habrían así de apagarse. Y la vida lo requiere. Porque el resto de los astros han de seguir brillando. Como brilla el fuego en el cigarrillo de Keith, como baila el rostro pálido de Watts –hoy a través de todos los años, por el resto de la eternidad-, como ruge la guitarra de Ronnie y corre, corre Jagger, atravesando siglos, atravesando las leyes de la física, rompiendo los límites de la biología. Y lo mira, lo observa en la noche de calor, corriendo por los pasillos, desparramándose por el escenario, transpirando, volcando frases, la voz intacta… y empieza a notar algo diferente en sus piernas, en su manera de moverse, filtrando rock por cada poro de su cuerpo y entiende, entonces, que no se trata de una figura humana. Es un caballo, son muchos caballos que corren a la par del sol, veloces, sublimes, voraces, salvajes.

martes, 9 de febrero de 2016

Despertar

Quién sabe si la culpa la tienen las películas que vieron, los libros que leyeron. Tal vez se debe a las noches eternas -un segundo interminable-, esas donde las estrellas son su custodia, la luna la abraza y se consuman los benditos (y malditos) pensamientos. Tal vez la culpa la tienen esas tardes donde el viento vuela y con él tantas cosas más, pues todo lo arrastra. Los sueños corren entonces tras ella, vienen en montón, uno tras otro se instalan sin pudor, se acumulan sin saber que son nada menos que la perdición, sin medir previamente las consecuencias y la desilusión.

Seguramente se trate de todo eso, porque a la hora de enfrentarse con la realidad todo es diferente, crudo, cínico. Cruel. Hay momentos que duran segundos que son instantes de luz, destellos que pasan rápido, pero pasan, existen, son verdaderos. Son esos momentos donde algo trasciende, de alguna manera comprende que hay algo más allá, que hay vida en todos lados, al menos ahora, en este momento, donde solo se es feliz y nada más. Como cuando un beso real no es más que un beso: cesan entonces los pensamientos, cesa el mundo de girar, cesan tus ojos de mirar, porque todo se reduce a ese beso, a ese tacto y nada más importa porque nada más vive, nada más existe. O como cuando hipnotizado miraste el mar, viste cómo una gaviota se posó sobre el agua y se empapó para seguir vuelo, mientras la música sonaba dentro tuyo, mientras pensabas que no podías ser feliz de otra manera, no; solo bastó con contemplar el ave y por un segundo aprehender el mundo en ese instante. El famoso sentido, el famoso por qué, la insoportable cuestión existencialista que nos revuelve las sienes y nos deja arrastrándonos y vagando por ahí. Llega el lunes, llega la rutina, llega la vida, llegan los preceptos, las elecciones que no hicimos, la vida que nos vive a nosotros, el mundo. Y el arte (una película, ese libro citado, una canción –una canción) nos despierta de la barbarie, nos deshipnotiza, nos conecta con el mundo de al lado y con un balde de agua helada nos muestra el universo que nos estamos perdiendo, los mandatos estúpidos que estamos siguiendo y sirviendo como esclavos. Y nos vuelve a sumergir en esa tarde de la gaviota, en ese beso, en esa noche bañada de astros, en el humo de tu cigarrillo, mi sonrisa, tus ojos, tus manos; y el contraste duele y el golpe es fuerte y sufrimos. Pero al menos somos conscientes de todo ello y vivimos. 

viernes, 8 de enero de 2016

Sucesos

Estoy mareada. Hay algo que me viene perturbando hace días -no, meses, años, pero que se hace más fuerte y cobra cada vez más importancia con el paso de los días. Todo lo que alguna vez di por sentado, todo aquello que jamás refuté porque hacerlo habría sido inútil, idiota, pues solo un loco dudaría de la ley de gravedad, de la forma redonda de la Tierra, del Universo y todas sus leyes. Lo que es, es. Eso me enseñaron a aceptar, y yo siempre lo hice con naturalidad. Uno abre los ojos una mañana y si tiene suerte, ve el mar, el sol, un jardín, la ciudad que lo envuelve, el interior de una casa, de un departamento, cualquiera que sea la realidad que lo rodea. Y bienvenida sea esa realidad, porque es lo que a uno le tocó vivir, y si está en sus planes cambiarlo y puede lograrlo, de pie me pongo entonces y lo aplaudo, pues nada más satisfactorio que la realización de los sueños mientras los sueños sean realizables. Ahora, lo que me concierna: ¿qué es realizable y qué no? Si yo una mañana me despierto fuera de mí, o dentro de otra cosa que creía que era yo, dudando de todo lo que algún día creí, de lo que soy; no es inquietante ni desesperante ni nada de eso. Es enriquecedor, es sentirse en un mundo nuevo gobernado por algo trascendental. Qué difícil ponerlo en palabras, aún amando las palabras y dicha sensación. Un mundo donde todo es posible y las conexiones telepáticas suceden constantemente, abundan, donde lo que llamamos con descaro "casualidades" no son menos que planes hechos por duendes que manejan las vueltas del destino a gusto de un Ser Superior. Duendes, ángeles, unicornios, cualesquiera sean dichas criaturas. Ah, magníficas criaturas. Donde todo lo que tomamos como "real" se ríe a nuestras espaldas, en nuestras caras, advirtiéndonos acerca del mundo. Esos estados de trance donde la creación nos sobrepasa en todas sus dimensiones, donde entendemos algo que desconocíamos, sabemos algo que ignorábamos, comprendemos algo superior, proveniente de otro mundo, otro plano, otra realidad. Eso que no se encuentra sino en el silencio o contemplando el mundo o mirándose a uno mismo y encontrando algo ahí dentro, algo que vivimos buscando afuera. Un sabio que tuve la suerte de escuchar, dijo: "Si Dios se hubiese escondido en la montaña más alta del mundo, en las profundidades del océano, en la Atmósfera, en algún otro planeta de la galaxia, ya lo hubiéramos encontrado. Pero no, se escondió dentro del corazón de cada uno, allí donde no nos atrevemos a buscar. Y por eso no lo encontramos". 

Son esos los destellos de luz, esos momentos que muchas veces no entendemos -justamente porque no vienen de la razón, no se acercan siquiera a ella, más bien huyen, disfrazados, turbios, sospechosos y vivos- pero que bien sabemos apreciar porque mucho no duran. Son solo instantes, pasares fugaces, efímeros. En mi caso en particular, la música ayuda a que ocurran. O los provoca. Y después vuelve el sentido típico, noches en vela, el mundo, las banalidades, las obligaciones. Pero dentro mío se van acumulando los sucesos oníricos, aunque todavía no me animo a darles un nombre. Los guardo como reliquias, como tesoros, esperando a que llegue otro y me llene de fe en la vida, en mí, en vos. Que por un segundo toda esta sarda de cosas y momentos cobren sentido y sea, por cuestión de segundos, un suceso de felicidad absoluta y nada más que eso. No ocurren todo el tiempo, pero ocurren más seguido de lo que creemos. Por eso hay que estar alertas, y cuando llegue el momento, respirar el aire, inhalarlo con más fuerza, abrir los ojos, dejarse sentir, secarse alguna lágrima, y solamente deleitarse con ese instante de paraíso, esa revelación consciente de que hay algo más allá.

martes, 22 de diciembre de 2015

Retorno

Hoy retomo la crónica que comencé hace unos meses. Dejé de escribir y vuelvo, adquirirán nuevo sentido las palabras, escribo desde otro punto de vista, con más dolor tal vez, inundada ahora sí de banalidades, habiendo experimentado los sueños comunes, alejada de lo raro, rozando lo normal. En fin, retorno.

No sé qué ciudad volver a recorrer ahora, está todo tan lejano. Cuánto más fácil es olvidar los sueños que uno tuvo, las pasiones que lo envuelven, ponerse una cinta en los ojos para no ver lo evidente, poner la música más fuerte para no escuchar, para no escucharse, para escuchar otras cosas que convengan acá y ahora. Darle la espalda a los sueños, que nos gobierne un Big Brother que nos diga cómo vivir, a quién amar, qué leer, qué pensar, cómo escribir, cómo mirar. Somos presos de todo, se apartó al arte, a la música, las conversaciones provenientes del mundo donde los unicornios se pasean. Nos inundaron las vulgaridades, el común de la gente estableció puntos de referencia, tópicos de conversación, maneras de pensar. Le cortaron los brazos a un par, a quienes no piensan igual los miran con desprecio. Te empalagaste de fiestas, vomitás vestidos, cinturones, zapatos, pero querés seguir consumiendo todo lo que está a tu alcance, nunca nada es suficiente. Queremos más, más de todo y en grandes cantidades.

"It'll show you how I've gotten to feel about – things. Well, she was less than an hour old and Tom was God knows where. I woke up out of the ether with an utterly abandoned feeling, and asked the nurse right away if it was a boy or a girl. She told me it was a girl, and so I turned my head away and wept. 'All right,' I said, 'I'm glad it's a girl. And I hope she'll be a fool – that's the best thing a girl can be in this world, a beautiful little fool.'"

Daisy lloró con valor entonces, con razón. Todo con tal de no sentir los pesares de adentro, el llamado desesperado que clama por vos. Lo curioso es que buscás sin encontrarte, sin lograr comprender que la felicidad eras (ahora más romántica) , aquél plato de pastas, el abrazo, la caminata por el mar, el libro que leíste, estar acostada con tu hermana mirando el techo. Ahí reaparece la euforia, el éxtasis, dejás de sentir pena por vos, por la vida, por los asuntos eternos y ajenos, entendiste -por un segundo hasta yo entiendo- de qué se trata la vida. Era eso, es esto, es una canción que nos sacó lágrimas, es el aire de verano que entra por mi ventana, la lluvia, todo. Terminaron las recetas para ser feliz, las fórmulas que cada uno debe tener resueltas a tal edad, con tal trabajo, tal familia en tal lugar ¡y tales son las barreras que te impidieron ser vos! Cesaron las luchas en contra de lo que uno mismo es. ¡Si la riqueza es eso! Ser uno mismo. El camino es arduo pero qué grande es la recompensa. Si al final de cuentas, al final de la cuestión,  es todo lo que tenemos, es todo lo que podemos hacer, es todo lo que podemos ser.
Si en el Paraíso los sueños están por encima del mundo, que no nos ganen las ideas y los preceptos y cosas que “deberían ser”; sentirse abrazado por el universo en lugar de sentirse apartado por él, comprender, esta vez con dolor, que se puede ser feliz y fiel a uno mismo aún no viviendo de lo que uno ama. Andar por ese camino, por esa ruta que lleva vaya uno a saber dónde, es tan grande el compromiso con uno mismo que las angustias y las alegrías son fatales. No se pueden soportar siquiera. Resignarse al fin a la tristeza de que semejante realidad existe solo en el limbo que va derecho por la ruta paralela al mundo real, será así eternamente, pues las líneas paralelas jamás han de chocarse o cruzarse. Cada uno elige a qué mundo pertenecer, pero a fin de cuentas, todos caen en la cuenta, hacen las cuentas, sufren las cuentas y los números finalmente nos manejan como ellos quieren. Llueve tanto que el agua te tapa, te hundís y no podés respirar. Ser feliz no debería ser una lucha, pero acomodarse a los preceptos es más fácil, no pelear, no discutir, estar de acuerdo con todo, asentir con la cabeza, decir siempre que sí, aguantar las críticas. O hablar y ser uno mismo. Shine On You Crazy Diamond.

Vuelven entonces los relatos oscuros llenos de vos, las noches largas cuando te pienso, el deseo de encontrarte leyendo un libro en un bar –vos poeta, vos escritor, vos empresario, vos artista, vos científico, vos, vos- y que me invites un café y hablemos de las posibilidades ridículas que tenemos de encontrarnos así; vuelven las tardes de sol y los juegos de cartas, vuelve el mar y la ola nos acuesta en la orilla, corrés el pelo que me tapa los ojos y no me deja verte pero te veo de vuelta, te encuentro en el fuego que nos reúne, las estrellas que me recuerdan que somos astros, los dos, Lay Lady Lay, mientras la ruta que nos devuelve a la ciudad nos recuerda lo lindo que es el campo, mientras te encuentro en sueños y te sueño amándome. Qué lindo que el mundo paralelo sea este mundo que nos encuentra hoy.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Es real

Las calles se construyen detrás de mí, parecería que los adoquines se acomodan uno a uno con perfecta coordinación, perfecto movimiento, sin dejar huecos ni derramar cemento. Es impredecible saber a dónde me lleva el camino, pero escucho música que me resulta familiar y me muevo de un lado para otro, bailando o algo parecido. El sol se posa sobre un pájaro que a su vez se posa sobre un manantial de agua a orillas de la ruta que pisan mis pies. Estoy sola, no veo a nadie, supongo que nadie me ve. Pero de esto último no estoy tan segura. Recuerdo momentos, comidas, noches de calor, mañanas de invierno, paisajes que recorrí, gente que me crucé. No estoy en mi Apocalipsis ni mucho menos, creo –espero- estar dentro de un sueño. Este es uno de esos buenos sueños que no quiero olvidar, del cual no quiero despertar, de los que vale la pena escribir apenas uno se levanta. Pero lo mejor de todo, lo más lindo, es ese aire de esperanza que respiro. Es parte de este mundo ilusorio, casi irrisorio por tan imposible, de alguna manera sé que se produjo un cambio. No sé si de época o de lugar. Era feliz donde estaba, pero acá estoy tanto mejor, las sombras desaparecen y el tiempo se confunde, no sé si soy yo quien camina o soy yo mirándome desde afuera… en fin, esas cosas raras que ocurren en los sueños. Lo cierto es que el día recobra nueva luz, las noches nuevo encanto, los pájaros vuelan más alto, los poetas vuelven a soñar, los comerciantes vuelven a tener sus negocios, los filósofos vuelven a preguntarse, los científicos buscan y encuentran, los médicos curan y salvan, la gente sonríe, los artistas cantan, los viejos miran al Cielo. Y de a poco me voy dando cuenta, al abrir los ojos y la cabeza entiendo, pero no, no puede ser. No puede ser que lo que dicen los medios sea cierto, que la radio proclame un nuevo Presidente, dicen que hasta el padre del rey de España y los jefes de gobierno de América Latina vinieron para hacer presencia. Se habrán confundido, pues hace ya doce años que la esperanza se viene hundiendo bajo tierra. Hace doce años que nos gobierna una loca, una despechada, una injusta, la reina de lo macabro, la prófuga del mundo, la promotora de lo patético, aquella frente a la cual la gente más desagradable se sacó el sombrero y le chuparon las medias solo para enriquecerse más; quien fue en contra de sus propios principios, aquella que nos tomó por parásitos mintiéndonos en la cara y tomándonos por idiotas, manipulando todo cuanto decía y hacía… fue el monstruo que gobernó a un país durante más de una década, lo dejó hecho cenizas, trizas, pedazos. Sin un peso para volver a comenzar, porque todo se lo lleva en sus bolsillos, sonriendo cínicamente mientras mira para atrás. Saludando a un pueblo con la mano mientras piensa “pobres, pobres, pobres aquellos que realmente creyeron una palabra de lo que alguna vez dije…” Si fue ella quien nos sigue gobernando no quiero despertar. Me cuesta reconocerme como parte de esta Argentina dominada por los caprichos de alguien que maneja a la justicia como quiere, que se hizo odiar –no soy tan noble como para perdonar tan fácil- por tantos a quienes hizo tanto mal. ¿Acaso no te duele esa conciencia de noche? ¿Acaso ahora, más lejos del poder, no te es más fácil quitarte la máscara y verte a los ojos, verle a los ojos al pueblo, cuya voluntad fue aplastada por la tuya y nada más que la tuya? Sigo caminando, tratando de borrar todos aquellos recuerdos para generar proyectos nuevos. Nueva esperanza. Porque empiezo a creer que esto no es uno de mis tantos sueños, que nadie debe despertarme esta vez, que estoy despierta y que esto es real. Que el cambio está sucediendo, que el monstruo egoísta y tirano de verdad se fue para no volver. Que esta vez la voluntad del pueblo es más fuerte, respetada y elevada por el manejo de la verdad, la honestidad, la justicia justa, la libertad y la implacabilidad frente a la corrupción. Por la base de una democracia de un país que se levanta de sus ruinas para empezar a crecer. Los pájaros cantan, el sol es agradable, los adoquines construyen un camino de cero. Y ahora finalmente entiendo. No es nada menos que el camino hacia el futuro. A la libertad. Al amor por el otro, al amor por la Argentina.  

viernes, 4 de diciembre de 2015

Serie de sueños - 4

Mis pies tocan el agua, estoy acostada en una cama que choca contra una ventana que a su vez, choca con el mar. Todo es blanco: las paredes, la cama, la manta. Afuera es de noche y las olas rugen, sin embargo, la calma es eterna. En el horizonte se dibujan montañas de pasto, enredaderas, chimeneas, casas. Veo las estrellas que parecen estar más cerca de lo normal y un faro que se prende y se apaga en un pueblo de allá lejos. Mamá sale de casa para buscar algo y camina sobre el mar, prende la luz de la galería y vuelve a entrar. Todo es calmo y me voy a dormir feliz. Pero a la mañana siguiente volviste a aparecer, con esa naturalidad que molesta, que enferma y hasta desespera un poco. Me dijiste que fuera a la iglesia del Michael y fui. Dos personas se casaban, la gente vestía sacos de encaje, y yo, de casualidad, tengo un kimono blanco de crochet. La iglesia estaba repleta, y sin entender cómo ni por qué, terminé al lado del altar, junto a la pareja que se estaba prometiendo amor eterno y sus respectivos padres. Vos me mirás desde atrás, con apatía y un poco de amor, y entre cantos y promesas y votos de fidelidad, me propusiste trabajar con vos o emprender algo juntos o algo por el estilo. Te miro como diciendo “lo hablamos después”, pero insitís. Me encuentro inmersa en un debate del que participa la celebración entera, se ponen de acuerdo, discuten, se pelean, intervienen y opinan sin saber. Que no pierda la oportunidad, que te escuche, que te haga un lugar en mi vida, que te deje solo, que sigamos juntos. Enojada siento un calor que sube desde mis pies, el órgano suena cada vez más fuerte, los ceños de fruncen cada vez más, las voces son cada vez más serias. Me vuelvo a dar vuelta y tu mirada sigue intacta, tus ojos puestos en mí, una sonrisa sincera, unos ojos que miran más allá, pero ¿sos vos? Ahora no estoy tan segura de que seas vos, ¿estás ahí siquiera? Pareciera que desaparecés, o que sos otra persona, o que nunca estuviste, o que siempre fuiste otro, o que nunca fuiste nada, o que fuiste una mera ilusión, un mero sueño, un deseo. 
El sacerdote da por finalizada la misa, la celebración, la tortura. La multitud se va contenta y yo me recluto en un rincón, salgo por un sinfín de escaleras que me llevan a un convento y salgo al patio blanco. Veo mi auto y adiós. Mareada me dirijo a la fiesta que organicé con tanto empeño. Sé que andás merodeando por algún lado, por los pasillos lujosos, el salón decorado, los techos con espejos que reflejan todo, las luces tenues, el jazz que suena y ambienta. Detrás de todo eso estás vos. Tengo que ir al baño y llevarle papel a los  invitados, me cruzo a Guillermo Francella y a Darín que toman una copa de vino y me felicitan por el gran trabajo. Finalmente llego al baño, las actrices se desparraman por el piso, las modelos se peinan y maquillan, me encandilan tantos brillos, tantas lentejuelas, visten diseños de los sesenta, son las actrices que bailan en Gatsby y tienen debilidad por los excesos. Les entrego una entrada, un documento y un sobre de edulcorante que en los próximos minutos, aspirarán. Salgo del baño y estoy en una playa tomando sol. Hay quienes juegan a la paleta, quienes se meten al mar, quienes van a caminar, bailan, se mueven, se queman. Todos tienen la edad que en verdad tienen excepto Jose, que es una beba con anteojos de sol. Lucas busca la pelotita y vuelve. Valen me diseña un tatuaje que dije que me quería hacer, es un hexágono perfecto que esconde un corazón dentro. 
Y cuando me voy a dormir, me despierto con un grito desesperado que entra por mi ventana, con los ojos cerrados veo a una chica que acaba de ser secuestrada y golpeada, corre por la calle lastimada, grita y clama por ayuda, llora asustada. “Empezó la guerra”, me explica alguien. Quiero salir a ayudarla, pero cuando miro para afuera, veo a mucha gente marchando, parecen desamparados, solos, no tienen esperanza, lloran y piden por la paz. Las lágrimas me caen como agua que baja de un acantilado, con furia, angustia. Salgo a la calle y marcho con el resto, tengo miedo. En medio de semejante confusión y oscuridad, llega Chongui a casa. Un cachorrito con menos de cincuenta días, marrón chocolate, gordito. Parece imposible, pero ese símbolo de inocencia nos quiere robar y hacer mucho mal. No es el Chongui de siempre, y trato de explicarle a mi familia en vano, porque nadie entiende. Me peleo con todos, a sus ojos es un simple perrito, pero yo veo la maldad cada vez que ellos se dan vuelta, veo sus intenciones, el traidor que ataca mientras el resto duerme. Abro la puerta para sacarlo de casa pero afuera hay una guerra. Lo veo desorientado y sin saber a dónde ir. Me da pena y lo dejo entrar, quiero que todo vuelva a ser como antes. 
Y un día en que mi boca teme pronunciar tu nombre, en que mis manos no te encuentran y el sol brilla y la humedad es insoportable, camino por la calle. Apoyo mi bici sobre un farol, me siento en el cordón de la vereda. Y cuando retomo la vuelta a casa, la bicicleta se desarma, la rueda se sale y al darme vuelta, veo un grupo de hombres que la habían desarmado con destornilladores. Ríen sin parar. Como si el mundo estuviera conspirado en mi contra, como si fuera la única persona que se da cuenta de que el universo es un lugar cínico y cruel, como si el sol brillara con amor para todos pero para mí fuera algo que quema y mata, levanto las partes de la bici y camino. Desanimada, triste y con mucho calor. Queriendo volver a tocar el mar con los pies, donde todo era blanco y no existía el miedo.

Serie de sueños - 3 (Tao)

Hasta hoy no me había dado cuenta que las escaleras de Retiro eran tan empinadas. El aire es frío, los techos altos y las palomas entran y salen todo el tiempo. La escalera no tiene baranda, al costado hay un precipicio. Bajar cada escalón implica un riesgo de muerte, pero tengo que llegar al piso aunque implique bajar a ciegas. Finalmente llego a suelo firme. Solo yo estoy calmo y sin gestos como un bebé que aún no ha sonreído, olvidado como quien no tiene adonde volver. Me encuentro con papá que me dice que quizás esté embarazado. Ahí me pregunto si yo estaré embarazada. Él me dice que sospecha, porque cuando saca el brazo afuera de la cama, no le circula la sangre. Igualmente me acompaña a un laberinto por la muerte de Ciro el de los Piojos. Es el temor a la gente lo que uno debe temer. Esto es ilimitado y no lleva a ningún fin. Se hace de noche y vamos a un boliche en el Centro, Chofa se quiere emborrachar con Anita. Al mirarlo y recorrerlo pienso que es el boliche estructuralmente perfecto, me gusta. Minutos antes, en la fila, todos se tratan de colar y yo me paro al final de la cola. Hace frío y está oscuro.   
Maco anuncia que se casa, la gente se exalta como si festejasen el gran sacrificio. Fui al final del casamiento, hay muy poca gente. Valen abraza a alguien. Nos estamos mudando casa y llega toda la gente para ayudar. Traemos todos los muebles, la casa es grande. Yo traslado una mesita blanca y plegable de la cocina al living que parece el living del departamento de Anna. Todos mueven sacan ponen levantan limpian acomodan. Todos los demás tienen su abundancia, solo yo parezco desprovisto. Llego tarde a la clase, está Ricardo Darín, que es mi amigo y se llama Fede. Me aconseja. Después las veo a las chicas en el patio. Vamos a casa con un par. Alguien toca el timbre y cae un malón de gente, hasta gente que prefiero evitar. Se instalan en el quincho y quiero que se vayan. Cada vez entra más gente. No lo aguanto, le digo a Ángel y llamamos a la policía. Están en camino. Espero en la calle, sentada en la vereda, y cuando llegan, las sacan a todas alzándolas y arrastrándolas afuera. Alguien me mira decepcionada. Yo respiro aliviada. Pedro y Lucas juegan con las pistolas de los policías. Ya sin gente en casa, Valen está embarazada y se enoja. Vamos a un Shopping cerca de la casa de Magda. La veo a Vicky caminando por la calle. La veo a Anita bajar las escaleras automáticas así que entiendo que es ahí la reunión. Subimos al ascensor, vamos a participar de un programa de televisión. Fede lo conduce. Tengo que aguantar mucho tiempo abajo del agua adentro de una pileta, así que aviso que yo más de diez segundos no puedo. Un señor se da de baja. Gabi está disfrazado de animalito. El común de los hombres es perspicaz, solo yo parezco obtuso. 
Vamos a lo de Macedo con Belen, Mechi Pelu y un par más. Mamá y Marce hablan como si nada. Ven sobres, hay uno con la bandera de Inglaterra, tiene brillos y es dorado. Marce me muestra las telas que compró para hacer más sobres, le señalo una que me gusta con personitas y fondo celeste. Llegan Anto y Nacho del laburo y de fútbol, por eso visten un traje y de ropa de gimnasia. Van al baño. Yo agarro mi mochila y como papas fritas lays. Ahora estoy con Sheperd, es mi marido, me abraza. Me quiero cambiar para salir y cuando abro el ropero, ninguna de la ropa que veo es mía. No encuentro nada para ponerme. Hay un vestido largo rosa de encaje que no me gusta, lo único que reconozco es el buzo nike de Jose. Aparece Chofa ya lista y cambiada, qué envidia. El común de los hombres es brillante, solo yo parezco opaco. Vamos con Caro a Coas para ver qué podemos hacer. Dos viejas nos dicen que juntemos ropa y la cosamos para los chicos pobres. Me muestra un ejemplo: la manga de un buzo con la manga de otro y la espalda de otro sweater y así. Me dice que vayamos a una escuela ahora, pero no entiendo para qué. Le digo que sí solo para irme de ahí y nos subimos al auto. Después estoy con Mechi buscando el auto. Me enojo porque me dijo que organizó una comida con todos menos conmigo, no le digo que me enojo. Solo yo soy diferente a los otros. 
A Anna le descubren el cáncer en la pierna. Estamos todos en un lugar que no conozco, y me sorprendo al ver cómo Anna baja las escaleras como si nada, con las dos piernas sanas. La agarro de los hombros, la miro a los ojos y le digo que esté atenta porque yo siempre le hablo y sé que ella me escucha. Papá maneja un Torino colorado con rayas negras, el auto está todo viejo y manchado. Le saco una foto. Él me dice que está guardado en un taller cerca del Camino Buen Ayre. Vago como el océano, sin rumbo como el viento en las alturas. Y desapareció un sobre con dólares que alguien había venido a dejar al cuarto de mamá. La única explicación es que se lo comió Chongui, todos lo miramos a él sin retarlo ni decirle nada. Mamá le dice a Fran que lo lleve al veterinario y le confirmen si él se lo tragó. Antes de irse, Fran se olvida de algo y mamá lo culpa porque piensa que por su culpa, porque estaba distraído, Chon se había comido el sobre. Yo me enojo con mamá. Fran está triste. Mamá le pregunta si está embarazado.  
Entonces salgo del tren. Tengo un café en la mano. Camino por la calle, agarro una botella de leche y la vuelco en el café mientras camino y la dejo en una mesa a una cuadra de Retiro. El común de los hombres tiene un propósito, solo yo parezco indeciso como un paisano.