Las calles se construyen detrás de mí, parecería que los
adoquines se acomodan uno a uno con perfecta coordinación, perfecto movimiento,
sin dejar huecos ni derramar cemento. Es impredecible saber a dónde me lleva el
camino, pero escucho música que me resulta familiar y me muevo de un lado para
otro, bailando o algo parecido. El sol se posa sobre un pájaro que a su vez se
posa sobre un manantial de agua a orillas de la ruta que pisan mis pies. Estoy
sola, no veo a nadie, supongo que nadie me ve. Pero de esto último no estoy tan
segura. Recuerdo momentos, comidas, noches de calor, mañanas de invierno,
paisajes que recorrí, gente que me crucé. No estoy en mi Apocalipsis ni mucho
menos, creo –espero- estar dentro de un sueño. Este es uno de esos buenos
sueños que no quiero olvidar, del cual no quiero despertar, de los que vale la
pena escribir apenas uno se levanta. Pero lo mejor de todo, lo más lindo, es
ese aire de esperanza que respiro. Es parte de este mundo ilusorio, casi
irrisorio por tan imposible, de alguna manera sé que se produjo un cambio. No
sé si de época o de lugar. Era feliz donde estaba, pero acá estoy tanto mejor,
las sombras desaparecen y el tiempo se confunde, no sé si soy yo quien camina o
soy yo mirándome desde afuera… en fin, esas cosas raras que ocurren en los
sueños. Lo cierto es que el día recobra nueva luz, las noches nuevo encanto,
los pájaros vuelan más alto, los poetas vuelven a soñar, los comerciantes
vuelven a tener sus negocios, los filósofos vuelven a preguntarse, los científicos buscan y encuentran, los médicos curan y salvan, la gente sonríe,
los artistas cantan, los viejos miran al Cielo. Y de a poco me voy dando
cuenta, al abrir los ojos y la cabeza entiendo, pero no, no puede ser. No puede
ser que lo que dicen los medios sea cierto, que la radio proclame un nuevo
Presidente, dicen que hasta el padre del rey de España y los jefes de gobierno
de América Latina vinieron para hacer presencia. Se habrán confundido, pues hace
ya doce años que la esperanza se viene hundiendo bajo tierra. Hace doce años
que nos gobierna una loca, una despechada, una injusta, la reina de lo macabro,
la prófuga del mundo, la promotora de lo patético, aquella frente a la cual la
gente más desagradable se sacó el sombrero y le chuparon las medias solo para
enriquecerse más; quien fue en contra de sus propios principios, aquella que
nos tomó por parásitos mintiéndonos en la cara y tomándonos por idiotas,
manipulando todo cuanto decía y hacía… fue el monstruo que gobernó a un país
durante más de una década, lo dejó hecho cenizas, trizas, pedazos. Sin un peso
para volver a comenzar, porque todo se lo lleva en sus bolsillos, sonriendo
cínicamente mientras mira para atrás. Saludando a un pueblo con la mano mientras
piensa “pobres, pobres, pobres aquellos que realmente creyeron una palabra de
lo que alguna vez dije…” Si fue ella quien nos sigue gobernando no quiero
despertar. Me cuesta reconocerme como parte de esta Argentina dominada por los
caprichos de alguien que maneja a la justicia como quiere, que se hizo odiar
–no soy tan noble como para perdonar tan fácil- por tantos a quienes hizo tanto
mal. ¿Acaso no te duele esa conciencia de noche? ¿Acaso ahora, más lejos del
poder, no te es más fácil quitarte la máscara y verte a los ojos, verle a los
ojos al pueblo, cuya voluntad fue aplastada por la tuya y nada más que la tuya?
Sigo caminando, tratando de borrar todos aquellos recuerdos para generar
proyectos nuevos. Nueva esperanza. Porque empiezo a creer que esto no es uno de
mis tantos sueños, que nadie debe despertarme esta vez, que estoy despierta y
que esto es real. Que el cambio está sucediendo, que el monstruo egoísta y
tirano de verdad se fue para no volver. Que esta vez la voluntad del pueblo es
más fuerte, respetada y elevada por el manejo de la verdad, la honestidad, la
justicia justa, la libertad y la implacabilidad frente a la corrupción. Por la
base de una democracia de un país que se levanta de sus ruinas para empezar a
crecer. Los pájaros cantan, el sol es agradable, los adoquines construyen un camino
de cero. Y ahora finalmente entiendo. No es nada menos que el camino hacia el
futuro. A la libertad. Al amor por el otro, al amor por la Argentina.
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