viernes, 4 de diciembre de 2015

Serie de sueños - 2

Vamos a Mar del Plata. Pasa el auto al que deberíamos subir para irnos. Desde lejos le van a disparar a un chiquito, tengo que ir a defenderlo. Me escapo del grupo con el que estoy porque nadie más lo ve. Me tengo que subir a un taxi, sino lo asesinos me van a agarrar. Estoy dispuesta a que me peguen (de alguna manera sé que no me van a matar, solo me van a pegar) porque por lo menos lo salvé. Aparecés en tu auto que se está yendo a Mar del Plata, me bajo del taxi, vamos con vos y tus amigos, Flopi está al lado mío, mira la ruta por la ventana. Dormimos en la casa de ellos, me despierto con vos dándome la mano y la mano es de otra persona.  
Esa misma noche estoy con Mechi en un bar hablando del amor y del desamor como dos extremos de algo. Ahora es otro lugar, un subterráneo con paredes de ladrillos, somos parte de un programa de televisión. Noto que es el bar de Two and a Half Men al que va Charlie. Es el cumple de papá y lo festejamos en casa. Vivimos en Los Angeles pero estamos en otra ciudad.  
Dos chiquitas (una de ellas soy yo, no se parece a mí en nada) salen de una casa agarrándose de la mano y saltando con vestidos. Se dicen que se quieren y se ponen a hacer angelitos en la arena que en realidad es nieve y tienen frío. La vuelvo a mirar y esa chiquita es Jose. Sale la mamá de la casa, las ve y se emociona. 
No sé si terminó o no el cumple de papá, pero vienen unos amigos suyos a casa: David Gilmour, Roger Waters y Kurt Cobain (que físicamente es Jared Letto). Justo había llegado una gente a casa como si fuese un hostel, Jozo se los había recomendado desde Croacia. Estamos todos comiendo en el patio, la gente que se hospeda por unos días se va a comprar comida al supermercado y vuelve. Gilmour canta una canción cuando estamos en la mesa, pero me pide que no lo filme. Estoy demasiado feliz, quiero disfrutar el momento de tener a estos tres músicos en casa pero al mismo tiempo quiero sacarles fotos y deseo que toda esta gente que no conozco se vaya de una vez. Me encantaría estar en familia. 
Todo había arrancado cuando estábamos en mi cuarto, alguien había tocado el timbre y mamá había dicho “voy a abrir, deben ser estos chicos que vinieron al hostel”. Aprovecho y le pido a David entradas para su show. Roger Waters camina por los pasillos que van de los cuartos al living.
Me recuerda a cuando hubo una fiesta en casa y apareció Syd Barrett muy drogado, todo el mundo decía que era esquizofrénico. Yo lo defiendo, le digo que lo amo, él llora y me canta canciones en el cuarto de mamá. Syd Barrett vino a casa, no lo puedo creer, está igual que en los videos, con los ojos negros y ojeras oscuras.  
La fantasía se termina cuando me doy cuenta de que estoy en Uruguay, lejos de Pink Floyd y cualquier cosa que tenga que ver con ellos. Qué lástima, hubiese estado bueno. Es de noche, estoy volviendo de algún lugar y una moto se corre de carril. La policía lo persigue. El tipo de la moto me tira al piso, me roba la mochila en la que guardo las llaves del departamento y todo lo demás. Al día siguiente estoy vestida con la ropa enorme de papá, una remera rayada, una camisa estampada y un pantalón gigante porque me habían robado todo. 
Camino y paso por una heladería, lloro. A la vuelta veo a Vicky acostada en un banco y cuando me doy vuelta para la saludarla, descubro la mochila que me habían robado desparramada por el piso. La reviso y falta casi todo. Más desilusión, más impotencia, Flopi y Dama me consuelan. Vuelvo al departamento y en vez de apretar el botón del piso más alto que era el 31, aprieto el 39 donde según un cartelito, estaban construyendo algo para una ceremonia. 
Ya en el ascensor, muy alto, Dama se apoya contra la puerta y la puerta se abre. Veo el abismo, veo árboles verdes, veo un precipicio que se asoma y la inevitable muerte. La agarro a Dama y grito hasta quedarme sin aire como si eso me fuera a ayudar. La empujo contra mí para que no se caiga. La puerta se vuelve a cerrar, dejamos de gritar, nuestras caras están pálidas y los ojos se nos van a salir. El corazón late fuerte.
No sé si habremos llegado al piso 39 o no, pero ahora somos varios y cada uno tiene un problema. Hay alguien, por ejemplo, que no puede ver gente a nos ser que fueran zombies. En caso de que no sea un zombie, lo convertiría él mismo en uno y se lo comería. Suena el timbre y vamos a clase. Trini está al fondo, es bebé y nos enteramos de que le quedan dos semanas de vida. Estamos todos tristes y en shock por la noticia, yo la alzo y cuando se la doy a Magui, se cae y se golpea la cabeza. Me siento culpable pero nadie dice nada y la llevamos a ver una película. En el intervalo salimos y vamos a la planta baja de un shopping (que a su vez es un colegio), donde nos espera alguien para darnos plata y droga. La idea es que nosotros la vendamos, le devolvamos el sobre con plata y nos quedemos con parte de la ganancia. No tiene mucho que ver pero me siento como Leonardo Di Caprio en El Lobo de Wall Street, nadie nos puede descubrir. Fran tiene dos guardaespaldas que lo custodian. Coqui me dice que tiene miedo de que Magui se vaya a vivir a Uruguay. Le mando un mensaje explicándole que no es así, que Magui ama Uruguay pero que no dejaría a su familia por nada. Contentos terminamos yendo a la chacra, viene mucha gente a ver caballos. Hay un chiquito que reparte flyers. Después viene Maria Elena y habla de ravioles de calabaza.
En algún momento enciendo el auto con un cuchillo en lugar de llaves. 
Vamos a la playa. Papá esta muy quemado, me da miedo que se haya lastimado la espalda con el sol. Pongo la sombrilla para que no se queme más. Terminamos en una pileta con los Macedo, y alguien más. Tres personas tienen que matar a otros tres arriba de un barco, pero nadie se anima salvo uno. Este se saca los dientes, se hace pirata y nada por abajo del barco sin respirar. Hay peces, tiburones, y él arrastra el barco gigante de velas negras por abajo del agua y nada sin parar. 
Cuando salgo a la superficie estoy en el medio de un campo completamente sola. Es mi hora preferida del día, esa cuando el sol empieza a bajar, el cielo se pone rosa, los árboles verdes reflejan lo que queda de luz y todo es naranja, todo es calmo, algunas estrellas se empiezan a asomar y los pájaros vuelan y hace todo menos frío. Contemplo con los ojos cerrados y sigo mi rumbo; con un papel en la mano y sin ninguna indicación de nada sé que voy a ver una obra de teatro en otro país. No encuentro a nadie y no tengo la dirección. Tras caminar largo rato, me encuentro con Lulu y Juli, veo la casa donde viven los actores y nos quedamos a ver la obra. 
Cuando termina, alguien nos manda a una quinta, nos van a matar. Me escondo adentro de mi cama en mi cuarto sabiendo que me van a encontrar, pero tengo un plan. No pierdo de vista las llaves del auto que me va a sacar del genocidio. Escucho a la gente llorar y gritar con desesperación, pero trato de mantener la calma por más miedo que siento. Finalmente alguien abre la puerta de mi cuarto y me ve. Me arrastra hasta la quinta, no despego la mirada del auto. Ahora estamos todos juntos, a punto de ser fusilados, atados a las tranqueras y los postes de luz, yo corro para ningún lado. Y cuando siento que todo está perdido, Pato mata al líder que organiza todo. Me tiro al pasto empapado. Estoy agotada de tanto miedo, pero algo adentro mío sonríe y respiro aliviada. Sobrevivimos.

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