Vuelvo a casa manejando, estoy en Márquez y Segundo Fernández. Me meto en una calle oscura y de tierra. Corriendo en frente y viniendo hacia mí aparece un tipo africano que me mira y me persigue. Me vuelvo hacia atrás y veo el auto apagado y con todas las puertas abiertas, yo, parada en el piso. Me siento desprotegida y el tipo sigue corriendo, me va a alcanzar. Pero ahora estoy arriba de un caballo, y aunque trata, el hombre no es lo suficientemente alto como para llegar a agarrarme. Lo veo a Chongui caminando y dando vueltas alrededor nuestro en medio de la oscuridad. Pero claramente ahora estoy arriba de Chongui, como si fuese un caballo. O bien él es el caballo con forma de perro. Pasan los minutos, el tipo sigue tratando pero no me agarra, estamos en un descampado en el medio de la nada. Tengo miedo y quiero llegar a casa, pero por lo menos Chon está conmigo.
En eso la noche se convierte en día, y en ese mismo descampado se lleva a cabo un festival. Bandas, música, sol, cerveza y mucha gente. Pauli me dice que quiere droga. “Andá al baño, ahí va a haber un paquete, agarralo y dejá en su lugar $20”, me dice. Entonces me dirijo al baño que era un cubículo blanco en medio del polvo. Agarro la bolsita y dejo un billete de veinte. Me muevo nerviosa y descubro las patas de un gallo gigante (tenía el tamaño de una persona) del otro lado de la puerta, había plumas que lo rodeaban y vestían sus pies. Sé que me está observando. Me da miedo tener la droga encima, entonces cuando salgo se la doy a Pauli. Viene un policía, nos revisa a todos y aunque no había rastros de droga en mis bolsillos, me declara culpable por ser parte del intercambio.
Hablando de cosas siniestras que ocurren en los baños, ahora estoy dentro de otro, un poco más sucio que el del festival. Esta vez estoy acompañada por alguien, y nos dan la misión de matar a todos los que están afuera. Nos dan armas, pero al costado del inodoro encontramos dos ametralladoras. No disparan con tanta fuerza como pensábamos, el ruido es bajo y la potencia es pobre. Pero decidimos abrir la puerta y disparamos, sin embargo, los tipos no se mueren. Mi compañero me traiciona, me dispara, caigo al piso. Abro los ojos, veo nublado pero está clarísimo que detrás de la pistola que me quiso matar está Pato. Me duele el cuerpo, sobretodo la espalda. Todos se van, me quedo sola ahí tirada. Hay sangre a mi alrededor y aunque rezo para que suceda, no logro morir.
Vuelvo a cerrar los ojos y cuando los abro, veo montañas de pasto, un cielo azul, belleza infinita. ¿Será el Cielo? ¿Habré muerto al fin? Los caballos se pasean y galopan, los perros juegan con los gatos y se anuncia que Michael va a dar la charla de capacitación de fiscales. Se respira paz. “Qué ganas de vivir así”, pienso. Mechi, sentada en el pasto, en vez de hacer la capacitación practica para una prueba de matemática.
Ahora el caballo corre con tanta perfección, si tan solo pudieras verlo. Yo estoy sentada sobre su lomo, el viento fresco golpea mi cara, pero es más bien una caricia y se trata más bien de una brisa. El sol me quema y me calienta el alma, y entre pájaros que vuelan alrededor y un horizonte que promete que todo es eterno, efímero e imposiblemente bello, aparece Mark Wahlberg andando a caballo, igual que yo. Da vueltas y vueltas alrededor mío, parece Django cuando libera a Broomhilda de la plantación de Calvin Candie. Ahora yo estoy con Chon, subo y bajo las montañas corriendo. Somos personajes de una película, y según el guión, Mark y yo nos vamos a enamorar.
Las lágrimas me recuerdan que no estoy en el Paraíso, pues allá no existe la muerte. La belleza ya no es infinita y estoy viva. Se acaba de morir la abuela de Magda. Qué drama, todos lloran. Estamos en una clase de computación, yo pongo música desde youtube. Magda tiene una hermanita y se saca fotos con sus amigas durante el velorio.
De repente mamá me manda un mensaje diciendo que está en un restaurante comiendo con Valen. Me confundo, porque en la foto veo que está diferente a como lo recordaba.
Tanta lágrima se convierte en río, y en algún momento de la tragedia me debo haber movido, porque ahora estoy en un bote en el medio de las islas con Pachu. El agua es transparente y es de noche. Fini está recién casada y sale de una piedra para avisarnos que se va a la peluquería, mejor así, porque su pelo está hecho un desastre. Un tipo de barba y pelo largo entra y sale de las piedras como si fuese un hombre de las cavernas. No está vestido, apenas tiene un rabo. Vivimos así, esta es la vida ahora y lo aceptamos con naturalidad.
Pero ahora que lo pienso, ¿habrán sido las islas parte de un mundo paralelo? ¿O habrá sido el sueño que alguien alguna vez soñó hasta que el hombre soñado despertó y recordó, tal como recordará esto, tal como me recordará a mí, leyéndoles los brotes de mi inconciente a ustedes en este taller? ¿Seremos el sueño o el recuerdo de alguien? Porque ahora estoy en un living preguntándome si salir o no esta noche. Estoy con las chicas y decido irme a dormir, estoy cansada. Pero alguien me lleva a un cuarto de hotel con dos amigos y un señor obeso, un tanto tímido. Los dos primeros aspiran cocaína y yo la tomo porque está líquida en un vaso, parece whiskey. Cuando me doy cuenta que era droga, voy corriendo al baño a vomitarla. El señor obeso ya está en el baño vomitando todo lo que tomó y comió, pobre hombre, no puede parar. Hay restos por todos lados. Después se pone a gritar como loco que yo soy una mala persona, que lo aparté de mí y me reprocha que no le hablé. Recién se calma cuando el otro lo tranquiliza. Quiero, necesito irme de acá. Alguien toma esa decisión y nos vamos, no sin antes pensar en cómo la señora del hotel va a encontrar el lugar. Yo le digo al tipo que limpie su vómito.
El auto me lleva a una misa en una noche de lluvia. Al final de la ceremonia preguntan si el paraguas que se perdió es de alguien. Era de una viejita y lo va a buscar contenta. Yo tengo el mío en mano, que ahora que lo miro me doy cuenta que estuvo abierto durante toda la misa. Salimos, llovía, le comparto el paraguas a Coco que se estaba mojando. Vamos a su casa, pero llegamos a la de los Macedo. Con Fran, Valen y Jo volvemos a casa en bici, pero afuera de lo de Coco, en una mesa sobre la vereda, hay una docena de huevos, los anteojos de coco y un par de bolsas. Como no podemos cargar con todo en la bici, las dejamos ahí. Alguien vendrá a buscarlas mañana, cuando todo sea normal y no llueva más.
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