Hemingway en alguna oportunidad dijo: “We are all broken—that’s how the
light gets in”.
Es común y frecuente
asociar a los momentos de mayor inspiración con experiencias de dolor: que los
artistas más lúcidos fueron depresivos, que las mentes brillantes no le
encontraron sentido a la vida, que eran tipos solitarios, que los que
escribieron los poemas que trascendieron por bellos nunca se enamoraron de
verdad. O que se enamoraron de cada cosa que vieron y eso los destruyó. Que a
cada alegría grande le corresponde luego una nostalgia insoportable. ¿Qué viene
primero, el arte o la tristeza? ¿La novela o la angustia? ¿El derrumbe o la
percepción de estar vivos?
“Todo más bien inhumano e
insuficiente, ¿verdad? Bueno, hijos míos, ése es el auténtico síntoma del
desmoronamiento“. Scott Fitzgerald escribió “The Crack Up” cuatro
años antes de morir, un ensayo que se publicó en Esquire en el año
1936. Pocas cosas lo complacían, no sabía qué rumbo debía tomar su vida. Ese
ensayo es el que lee Robin Pecknold siete décadas después: el
compositor principal de Fleet Foxes,
que a los 27 años, luego de haber triunfado en el mundo indie con sus
álbumes anteriores Fleet Foxes (2008) y Helplessness
Blues(2011), se encontró en una situación parecida a la de Fitzgerald,
quien hoy nacía hace 121 años.
Pecknold, conmovido por las palabras
del escritor estadounidense, uno de los mejores del siglo XX, explica: “A
veces mi respuesta emocional hacia la música, valida lo que hago. Otras veces
pienso , ya se hizo todo. Debería dedicarme a la ciencia‘”. Acá entra
el concepto de dualidadque describe Fitzgerald, que sostiene
que la mente puede sostener dos ideas opuestas al mismo tiempo, y aun así
funcionar.
Así nace el tercer álbum de estudio del grupo de Seattle
bajo el título de Crack Up, inspirado -claro está- en el texto
de Fitzgerald. Un álbum complejo, con finales abruptos y cambios
rotundos en las melodías. En una misma canción parecería haber varios ritmos,
yendo y viniendo de uno a otro, yuxtaponiéndolos, pegándolos entre sí. Quien
escribe estas canciones es un Pecknold que encuentra nuevas cosas por las que
preocuparse más allá de la música, un joven cansado, abrumado, derrumbado.
Hasta los 26 años su vida había sido
para y por la música, luego empezó a preguntarse qué otras cosas quería hacer.
“¿Por qué la música habría de traerle problemas a alguien? Es simplemente…
sonido. El tema es todo lo que viene con ella, eso fue lo que me dio ganas de
retirarme”. Hay un dejo de las palabras de Pink Floyd y suena entre líneas -es
inevitable la asociación- “Have a cigar”. Fue entonces que se retiró de la
música (desde el año 2011 hasta el 2017 Fleet Foxes desapareció de la
escena) y empezó a estudiar en la Universidad de Columbia, donde
descubrió el ensayo que le devolvió algo que había perdido. O algo que no sabía
siquiera que había perdido. Algo que no buscaba y encontró; como una luz blanca
que ya no está al final del camino sino que camina con él, guiándolo con
astucia y paciencia hacia el fondo del túnel.
“En el mismo mes llegaron a molestarme
cosas tales como el sonido de la radio, los anuncios de las revistas, el
chirrido de las vías férreas, el muerto silencio del campo —sentía desprecio
ante la blandura humana, y de inmediato (si bien secretamente) hostilidad hacia
el esfuerzo—, odiando la noche en la que no podía dormir y odiando el día
porque se encaminaba hacia la noche”. Las palabras de Fitzgerald -el mismo que años
antes habría de escribir The Great Gatsby y Tender is the night, denotan el
desamparo y la desesperación que lo abrumaba. Quien se escuche a sí mismo podrá
identificarse con estas palabras que vibran y tienen vida en sí mismas.
Todos estamos rotos por dentro, por
fuera, por donde se nos mire. Todos somos platos rotos expuestos en vitrinas,
vueltos a pegar, con piezas abarrotadas y superpuestas unas contra otras. Pecknold
superó el derrumbamiento. O supo manejar las emociones que venían con él,
eligiendo volver a tocar y sentir la vitalidad que todavía conserva para hacer
música. Dicen que Fitzgerald no fue lo suficientemente ¿fuerte? ¿valiente?
como para superar semejante abatimiento. Pero quién sabe, quizás, después de
todo, solo queda una opción: darse por vencidos.
“ONCE I HAD HAD A HEART BUT THAT WAS ABOUT ALL I WAS SURE OF”, The Crack
Up, Scott Fitzgerald ; 1636.
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