“Mantente alerta / hay salidas
/ hay una luz en algún lugar / puede que no sea mucha luz pero / vence a la
oscuridad”. La voz
ronca de Tom Waits recita
el poema de Charles Bukowski, “The Laughing Heart”
Palabras que lo
inspirarían a escribir sus propias canciones ásperas, que gracias a la
experimentación con diversos instrumentos, deambularon por más de un estilo
musical: el blues, el jazz, el vodevil. El músico, compositor de bandas
sonoras y actor, edificó su obra inspirándose en sus maestros: Bob Dylan, Jack
Kerouac, Louis
Armstrong y
el –hoy agasajado- Henry Charles Bukowski, quien afirma en una de sus novelas,
“hubo un poco de música; la vida parecía entonces un poco más agradable,
mejor”.
Símbolo del “realismo sucio” –porque a
través de sus ojos la vida era sucia, oscura, cínica- Charles Bukowski
cesó de existir hace ya 23 años, abandonó la vida –para él sinónimo de
problemas- para empezar a respirar en paz. Poeta, escritor, inspiración
para tantos otros que vendrán, y con frecuencia asociado (por error) a los
autores de la generación beat, Bukowski le dejó letras al mundo que por
verdaderas, se arraigan a la tierra, a todos aquellos que no temen ver la
realidad tal cual es, por más lúgubre y deprimente que ésta sea.
Bukowski dibuja el sentido de la vida
–o la falta del mismo- en situaciones cotidianas, conversaciones con extraños,
momentos insólitos de la vida de cualquier hombre. En conversaciones
telefónicas con una prostituta, en una discusión con un barman, en el empeño
que pone un detective buscando algo que no existe, en el vínculo entre un
alumno y una profesora, en una caminata con el chico más lastimado del colegio,
en los golpes de un padre a un hijo, en el silencio de su madre, en un
encuentro sexual. O en frases que deambulan entre el humor y la tragedia: “No
era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida”.
Nacido en Alemania pero criado en Los Angeles (ciudad en donde Tom Waits empezó a tocar tras servir en la Guardia Costera de Estados Unidos), Bukowski trabajó en una oficina de correo y comenzó a escribir para diversas revistas y diarios de la zona. A los 49 años, recibió una propuesta: “Tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”. Nada es en vano.
Nacido en Alemania pero criado en Los Angeles (ciudad en donde Tom Waits empezó a tocar tras servir en la Guardia Costera de Estados Unidos), Bukowski trabajó en una oficina de correo y comenzó a escribir para diversas revistas y diarios de la zona. A los 49 años, recibió una propuesta: “Tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”. Nada es en vano.
Las críticas negativas lo acusaron de
exhibicionista literario, pero hoy es considerado uno de los autores más
influyentes y una de las luces más brillantes de la literatura independiente. La auto-referencia es uno de los
recursos más utilizados en su obra (junto con la aspereza, el descaro y todas
esas cosas oscuras). Henry Chinaski, su alter ego, es el protagonista de las
novelas Post Office –en español Cartero, oficio que el mismo Bukowski ocupó-,
Ham on Rye –en español La Senda del Perdedor, novela que se identificó con el
clásico de Salinger, A Catcher in the Rye, y que retrata sin
compasión su infancia y su adolescencia, escupe burlas al trabajo, a la
política y a tantas otras causas perdidas-, Hollywood, Factotum y Women.
Por otro lado, Small Change,
el cuarto álbum de Waits publicado en 1976, es el reflejo de lo que bien podría
haber sido una novela de Bukowski: en sus canciones recita un estilo de vida
pesimista, deprimente, cínico, sin dejar de lado el humor y la ironía.
Canciones como “The Piano Has Been Drinking (Not Me) (An Evening with Pete
King)” y “Bad Liver and a Broken Heart (In Lowell)”, hablan del
alcoholismo y la desolación que sufría, condición que repercutió física y
mentalmente en él. “Estuve enfermo todo ese periodo”, cuenta Waits. “Estuve
viajando mucho, viviendo en hoteles, comiendo mala comida, bebiendo mucho…
demasiado. Hay un estilo de vida que está antes de que tú llegues y te
introducen en él. Es inevitable”.
Ambos artistas encontraron en el
alcohol un escape, una vía para no sentir, para evitar por un rato la tragedia
de estar vivos.
La obra de Bukowski rechaza el sentido de las cosas y él mismo admite que no le
gusta la gente: “Me gusto yo mismo”, dice, “hay algo mal en mí. No sé
lo que es, pero no voy a tratar de curarlo”. Si eso que tenía –o eso que le
faltaba- fue la causa de la magnitud de su obra, nunca se sabrá. Lo cierto es
que no hay mal que por bien no venga. Que descanse en paz ahora, porque la
espera insoportable de la que habla en Pulp, su última obra
publicada en 1994 justo antes de su muerte, para Bukowski ya acabó.
“Esperamos y esperamos. Todos. ¿No
sabría el psiquiatra que esperar es una de las cosas que vuelve loca a la
gente? La gente espera toda su vida. Esperan vivir, esperan morir.
Esperan en la cola para comprar papel higiénico. Esperan en la cola para
recibir dinero. Y si no tienes dinero, esperas en colas más largas. Esperas
para dormirte y esperas para despertarte. Esperas para casarte y esperas para
divorciarte. Esperas que llueva, esperas que deje de llover. Esperas para comer
y esperas para volver a comer. Esperas en la consulta del loquero con un montón
de anormales y te preguntas si serás uno de ellos”.
Pulp, 1994.
Pulp, 1994.
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