“Había Una Época En La
Que Vestías Tan Elegante, / Arrojabas Monedas De Diez Centavos A Los
Vagabundos, / En La Primavera De Tu Vida, ¿No Es Así?”. Considerada por
Rolling Stone como la mejor canción de todos los tiempos, “Like a Rolling Stone”
de Bob Dylan podría tratarse de un cuento o de una obra de teatro de Roberto
Arlt; el escritor que escribía para los no educados, para los olvidados, para
los de pobre o nula capacidad literaria; para los humillados, los oscuros, los incultos;
y que al final su propia naturaleza lo trascendió.
Según la partida de bautismo y nacimiento de Arlt, nació un
26 de abril de 1900 –hace exactamente 118 años-; pero lo cierto es que aún no
se sabe con exactitud la fecha (en algunas biografías figura el 2 y en otras el
7 de abril de 1900) porque él mismo se encargó de generar confusión con
respecto a este dato. Inventor de su propia biografía, autodidacta desde los 8
años –edad en la que decidió abandonar el colegio y seguir su propio camino- optó
por la ruta literaria que culminó con su muerte, a los tan solo 42 años. La
confusión generada por el propio Arlt remite a la idea de “I’m not there” de
Bob Dylan; alguien que por más que los críticos quieran definir, descubrir,
encontrar y entender, va a ser en vano: la única manera de hacerlo –o no- es a
través de sus canciones.
Ambos forjaron una obra a través de personajes e historias. Arlt
escribió acerca de traidores, ladrones, locos, prostitutas
y personajes marginales de la sociedad; describió las situaciones más oscuras,
habló de lo más bajo de la sociedad, de lo despreciable e indigno. Fue
cuentista, novelista, dramaturgo y periodista escribiendo columnas en el diario
El Mundo. ¿Lo hacía por plata? ¿Escribía por placer? Hijo de dos inmigrantes
pobres, se crió en el barrio porteño de Flores. “Todo
cuesta en esta tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que
comprarlo con libras de carne y sangre”, diría años más tarde en “La terrible sinceridad”, artículo publicado
en la selección “Aguafuertes porteñas”.
En dicho texto, le responde a un lector que le había preguntado “de qué forma debe uno vivir
para ser feliz”: Arlt primero se ríe de la pregunta, y luego responde: “Ser
sincero con todos, y más todavía consigo mismo, aunque se perjudique”. Cualidad
que describe al músico de Minnesota, que se burló de los periodistas y de sus
propios fans; artista a quien el Nobel de Literatura le costó caro ya que en sus
letras siempre tuvo la necesidad
imperiosa de decir la Verdad, lo que nadie estaba diciendo. Defendió a
la gente de color en los sesenta (“Hurricane”), a las mujeres más débiles (“The
lonesome death of Hattie Carol”), maldijo las guerras (“Masters of War”),
denunció la hipocresía de la sociedad y la política. “Yo solo quiero ser yo
mismo, son ellos los que quieren que sea como ellos”, canta.
“Escribe mal”, le decían a Arlt, y él
respondió: “Si usted tiene algo que decir, trate de hacerlo de modo que todos
lo entiendan: desde el carrero hasta el estudioso... Que ya dice el viejo
adagio: ´El hábito no hace al monje´. Y el idioma no es nada más que un
vestido. Si abajo no hay cuerpo, por más lindo que sea el trajecito, usted, mi
estimado lector, ¡va muerto!”. A Dylan lo abuchearon, lo trataron de traidor y
de Judas, sin embargo, fue todo lo contrario. Como dijo Arlt, “ningún escritor sincero
puede deshonrrarse ni se rebaja por tratar temas populares y con el léxico del
pueblo”.
Roberto Arlt fue inventor. Bob Dylan fue profeta. Poeta. Fugitivo. Ninguno
dio explicaciones de su vida privada, por eso la crítica se limita a reconocer
la trayectoria de sus obras, la evidencia: los poemas y novelas y canciones. Le
hablan a los que menos quieren escuchar. Escriben para y por Dios. Escriben
para y por el diablo: “La Gente Te Decía,
'Ten Cuidado Muñeca, Te Vas A Caer', / Pensabas Que Estaban Jugando Contigo /
Solías Reírte De Todos Los Que Te Rodeaban, / Ahora Ya No Hablas Tan Alto, /
Ahora Ya No Pareces Tan Orgullosa / De Tener Que Mendigar Para Tu Próxima
Comida”.
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