Quién sabe si la culpa la tienen las películas que vieron,
los libros que leyeron. Tal vez se debe a las noches eternas -un segundo
interminable-, esas donde las estrellas son su custodia, la luna la abraza y se
consuman los benditos (y malditos) pensamientos. Tal vez la culpa la tienen
esas tardes donde el viento vuela y con él tantas cosas más, pues todo lo
arrastra. Los sueños corren entonces tras ella, vienen en montón, uno tras otro se instalan sin pudor, se acumulan sin saber que son nada menos que la
perdición, sin medir previamente las consecuencias y la desilusión.
Seguramente se trate de todo eso, porque a la hora de
enfrentarse con la realidad todo es diferente, crudo, cínico. Cruel. Hay
momentos que duran segundos que son instantes de luz, destellos que pasan
rápido, pero pasan, existen, son verdaderos. Son esos momentos donde algo
trasciende, de alguna manera comprende que hay algo más allá, que hay vida en
todos lados, al menos ahora, en este momento, donde solo se es feliz y nada
más. Como cuando un beso real no es más que un beso: cesan entonces los
pensamientos, cesa el mundo de girar, cesan tus ojos de mirar, porque todo se
reduce a ese beso, a ese tacto y nada más importa porque nada más vive, nada
más existe. O como cuando hipnotizado miraste el mar, viste cómo una gaviota se
posó sobre el agua y se empapó para seguir vuelo, mientras la música sonaba
dentro tuyo, mientras pensabas que no podías ser feliz de otra manera, no; solo
bastó con contemplar el ave y por un segundo aprehender el mundo en ese
instante. El famoso sentido, el famoso por qué, la insoportable cuestión
existencialista que nos revuelve las sienes y nos deja arrastrándonos y vagando
por ahí. Llega el lunes, llega la rutina, llega la vida, llegan los preceptos,
las elecciones que no hicimos, la vida que nos vive a nosotros, el mundo. Y el
arte (una película, ese libro citado, una canción –una canción) nos despierta
de la barbarie, nos deshipnotiza, nos conecta con el mundo de al lado y con un
balde de agua helada nos muestra el universo que nos estamos perdiendo, los mandatos estúpidos que estamos siguiendo y sirviendo como esclavos. Y nos
vuelve a sumergir en esa tarde de la gaviota, en ese beso, en esa noche bañada
de astros, en el humo de tu cigarrillo, mi sonrisa, tus ojos, tus manos; y el
contraste duele y el golpe es fuerte y sufrimos. Pero al menos somos conscientes
de todo ello y vivimos.
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