jueves, 30 de agosto de 2018

THE CATCHER IN THE RYE, OBRA CLAVE EN EL ASESINATO DE JOHN LENNON


“Él sabía dónde van los patos en invierno, y yo quería saberlo”, dijo Mark David Chapman en su declaración tras haber asesinado a John Lennon la mañana del 8 de diciembre de 1980 en Nueva York.

La frase no era menos que una alusión a la obra maestra de J. D. Salinger, The Catcher in the Rye, cuyo protagonista, Holden Caulfield, tenía una obsesión con saber qué pasaba con los patos cuando se congelaba el lago del Central Park. Preocupado por la muerte y cautivado por la idea de que en la vida nada es eterno, Caulfield vaga entre la adolescencia y la adultez un tanto perdido, enojado con el mundo y sacando lo mejor y lo peor en sus lectores: en este caso, despertando las ganas de matar de Chapman, un fanático de The Beatles, adicto a las drogas, introvertido, cínico.
La novela de Salinger cumplió el domingo pasado 66 años de su publicación, y su legado sigue intacto. Es una paradoja que su personaje, un adolescente que ve hipocresía y superficialidad en todas las personas que lo rodean, encarne ciertos aspectos que aborrece. Holden Caulfield está, ante todo, enojado. “Tienes que estudiar justo lo suficiente para poder comprarte un Cadillac algún día, tienes que fingir que te importa si gana o pierde el equipo del colegio, y tienes que hablar todo el día de chicas, alcohol y sexo”, escupe Caulfield. Sin embargo, atesora en él cierta ternura, amor, valentía:
Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno”.
Camino –ya decidido- a matar a la leyenda del rock, Chapman compró un ejemplar de su libro preferido y sobre él, escribió “Esta es mi declaración”. Cuando fue interrogado por la policía, contestó: “Estoy seguro que la mayor parte de mí es Holden Caufield, el personaje principal del libro. El resto de mí debe ser el Diablo.”
John Lennon, aquél músico y compositor nacido en Liverpool, autor de “Give peace a chance”, que imaginó un mundo sin infierno, un mundo con cielos únicamente, vacío de razones para matar o morir, un soñador y portavoz de una contracultura a la cual se aferraron millones de personas que estaban en contra de la guerra de Vietnam, murió asesinado esa mañana de septiembre mientras caminaba con su mujer Yoko Ono mientras se dirigían a una sesión de grabación en Record Plant Studios. Cualquiera puede imaginarlos caminando por la calle, cuando un extraño se les acerca para que el aclamado Lennon le firmara su nuevo disco, Double Fantasy, a un fan (habitual, ordinario). Minutos después, ese admirador (para nada habitual, para nada ordinario) dispararía cinco balas con un revólver calibre 38 Special, de las cuales cuatro impactaron a Lennon en la espalda y el hombro izquierdo.
No deja de ser irónico que asesinos como Mark Chapman hayan citado la obra de Salinger como una explicación para sus crímenes cometidos, siendo esta la novela que describe la pérdida de la inocencia, las ganas de encontrar en el mundo una razón por la que valga la pena vivir, los encuentros con personas con las que se puede realmente conversar.
La pregunta acerca de qué pasa con los patos en invierno es la imagen perfecta de la nostalgia. ¿Qué pasa cuando la naturaleza prohíbe que sobrevivan en su hábitat? Realmente, ¿dónde irán a parar? ¿Acaso se los lleva un camión, como se pregunta Caulfield? ¿Acaso mueren? ¿Acaso emigran? ¿No pasa esto mismo con todos los aspectos de la vida? La desaparición, la muerte, el apocalipsis inevitable, el final programado… y tantas preguntas sin respuesta. Algunos viven con la curiosidad y sacan de ella la adrenalina para vivir. Chapman volcó toda su ira, su impotencia, sus pocas ganas de subsistir en contra de Lennon, y lo mató. La principal diferencia entre ambos es, quizás, que en el fondo en Caulfield existía una gran cuota de esperanza: “Le dije que apostaría mil dólares a que Cristo no había mandado a Judas al infierno, y hoy los seguiría apostando si los tuviera“.

Roberto Arlt, Bob Dylan y sus infinitas voces


“Había Una Época En La Que Vestías Tan Elegante, / Arrojabas Monedas De Diez Centavos A Los Vagabundos, / En La Primavera De Tu Vida, ¿No Es Así?”. Considerada por Rolling Stone como la mejor canción de todos los tiempos, “Like a Rolling Stone” de Bob Dylan podría tratarse de un cuento o de una obra de teatro de Roberto Arlt; el escritor que escribía para los no educados, para los olvidados, para los de pobre o nula capacidad literaria; para los humillados, los oscuros, los incultos; y que al final su propia naturaleza lo trascendió.

Según la partida de bautismo y nacimiento de Arlt, nació un 26 de abril de 1900 –hace exactamente 118 años-; pero lo cierto es que aún no se sabe con exactitud la fecha (en algunas biografías figura el 2 y en otras el 7 de abril de 1900) porque él mismo se encargó de generar confusión con respecto a este dato. Inventor de su propia biografía, autodidacta desde los 8 años –edad en la que decidió abandonar el colegio y seguir su propio camino- optó por la ruta literaria que culminó con su muerte, a los tan solo 42 años. La confusión generada por el propio Arlt remite a la idea de “I’m not there” de Bob Dylan; alguien que por más que los críticos quieran definir, descubrir, encontrar y entender, va a ser en vano: la única manera de hacerlo –o no- es a través de sus canciones.

Ambos forjaron una obra a través de personajes e historias. Arlt escribió acerca de traidores, ladrones, locos, prostitutas y personajes marginales de la sociedad; describió las situaciones más oscuras, habló de lo más bajo de la sociedad, de lo despreciable e indigno. Fue cuentista, novelista, dramaturgo y periodista escribiendo columnas en el diario El Mundo. ¿Lo hacía por plata? ¿Escribía por placer? Hijo de dos inmigrantes pobres, se crió en el barrio porteño de Flores. “Todo cuesta en esta tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que comprarlo con libras de carne y sangre”, diría años más tarde en “La terrible sinceridad”, artículo publicado en la selección “Aguafuertes porteñas”.

En dicho texto, le responde a un lector que le había preguntado “de qué forma debe uno vivir para ser feliz”: Arlt primero se ríe de la pregunta, y luego responde: “Ser sincero con todos, y más todavía consigo mismo, aunque se perjudique”. Cualidad que describe al músico de Minnesota, que se burló de los periodistas y de sus propios fans; artista a quien el Nobel de Literatura le costó caro ya que en sus letras siempre tuvo la necesidad  imperiosa de decir la Verdad, lo que nadie estaba diciendo. Defendió a la gente de color en los sesenta (“Hurricane”), a las mujeres más débiles (“The lonesome death of Hattie Carol”), maldijo las guerras (“Masters of War”), denunció la hipocresía de la sociedad y la política. “Yo solo quiero ser yo mismo, son ellos los que quieren que sea como ellos”, canta.

 “Escribe mal”, le decían a Arlt, y él respondió: “Si usted tiene algo que decir, trate de hacerlo de modo que todos lo entiendan: desde el carrero hasta el estudioso... Que ya dice el viejo adagio: ´El hábito no hace al monje´. Y el idioma no es nada más que un vestido. Si abajo no hay cuerpo, por más lindo que sea el trajecito, usted, mi estimado lector, ¡va muerto!”. A Dylan lo abuchearon, lo trataron de traidor y de Judas, sin embargo, fue todo lo contrario. Como dijo Arlt, “ningún escritor sincero puede deshonrrarse ni se rebaja por tratar temas populares y con el léxico del pueblo”.

Roberto Arlt fue inventor. Bob Dylan fue profeta. Poeta. Fugitivo. Ninguno dio explicaciones de su vida privada, por eso la crítica se limita a reconocer la trayectoria de sus obras, la evidencia: los poemas y novelas y canciones. Le hablan a los que menos quieren escuchar. Escriben para y por Dios. Escriben para y por el diablo: “La Gente Te Decía, 'Ten Cuidado Muñeca, Te Vas A Caer', / Pensabas Que Estaban Jugando Contigo / Solías Reírte De Todos Los Que Te Rodeaban, / Ahora Ya No Hablas Tan Alto, / Ahora Ya No Pareces Tan Orgullosa / De Tener Que Mendigar Para Tu Próxima Comida”.


Delirio y fiesta Beatle


Años de música se condensan en el recital de Paul McCartney en el Estadio Único de La Plata. Todos aquellos que ya tuvieron la oportunidad de verlo en vivo re-confirman lo que alguna vez comprendieron y quienes lo ven por primera vez, finalmente entienden: uno de los íconos mundiales, raíz del rock, autor del pop –magíster, estrella, iluminado- se desploma en el escenario y rinde culto y honores a la historia de la banda de Liverpool.
La fiesta arrancó con “A Hard Days Night” y todo se encendió: la beatlemanía bailo y continuó más eléctrica con “Save Us” –la canción más conocida de su último álbum, NEW– y “Can’t Buy Me Love”. El repertorio de sus canciones nuevas lo completó con “Queenie Eye”, “New” y “Four Five Seconds”.
La luna creciente bañó la noche que se fue sumiendo en un clima de clásicos y guitarra acústica. Así sonó “Blackbird” –algo similar a un sueño- y “Here Today”, dedicada a John Lennon tras improvisar junto al público el canto típico “Oh oh oh oh oh” argentino. El lord inglés se prendió a la iniciativa, y a pesar de los saltos, cantos y bailes al final de cada canción, la elegancia la mantuvo intacta, no se cambió la camisa celeste ni se lo vio tomando agua. De no creer.
Entre agradecimientos, conversaciones en español, chistes y carisma voló la noche. El trabajo de luces se lució dándole toques psicodélicos a “Temoprary Secretary” y el ya habitual despliegue de fuegos artificiales al ritmo de “Live and Let Die” agregó luz y calor a lo que ya se creía que era el final. Pero retomó el espectáculo con “Hey Jude” haciendo cantar al público: primero los hombres, luego las mujeres. Lo mismo hizo en “Obladi Oblada”, y el estadio se sumió en un coro febril al igual que en “Let it Be”.
Al comienzo del espectáculo se percibieron algunas imperfecciones en los arreglos de los guitarristas, pero se redimieron a medida que pasaba la noche. La armónica de “Love me Do” sonó perfecta y limpia, y el baterista tuvo un rol protagónico en todo el show.
El romántico dedicó dos de sus canciones a dos mujeres de su vida. Para Nancy, su mujer actual, cantó una balada en el piano de cola, “My Valentine”. A Linda, en cambio, le dedicó una más rockera pero preservando el romance, “Maybe I´m amazed”. The Wings también estuvieron presente en “Band on the Run” –logrando ese cambio de ritmo a mitad del tema- y en “Letting Go” y “Let Me Roll It”.
El pase por los sesenta se dibujó con “The Fool On The Hill”, “Lady Madonna” y “Eleanor Rigby”. Y tras despedirse del público, reabrió la noche con “Yesterday” seguida de “Get Back”, que tocó junto a una chiquita del público. “I didn´t see that coming”, dijo cuando la elegida en el montón optó por tocar el bajo.
Las 36 canciones elegidas convirtieron la noche de La Plata en una fiesta única. Sir Paul se paseó con gracia del piano a la guitarra acústica, luego de la eléctrica al ukelele, instrumento con el que honró a George Harrison. Y le demostró a una porción de Buenos Aires que el espíritu está intacto, que el rock vive en él y que los años no importan: la música es eterna.


Mumford and Sons, entre el sonido y la verdad


“Conozco mi debilidad, conozco mi voz”, canta Marcus Mumford que de esta manera abre lo que se convertiría en una noche de euforia y folk en su primer paso por la Argentina. Lejos de ser débil, su voz patenta una noche inolvidable, dejando rastros y expresiones bíblicas de su segundo álbum, Babel; canciones que ya se están volviendo clásicos de Sigh no More, su disco debut; y la garantía de que todavía tienen mucho por hacer como su última y radiante creación: Wilder Mind.

Los ingleses se destacan por su autenticidad, tanto su música como sus letras detonan frases de honestidad, uno de los valores más importantes con los que cuenta la música: “Esto es lo que siempre fui (…) No me digas que cambié porque no es verdad”, cantan en “Ditmas”, uno de los temas más aclamados de su último disco. En “Babel”, la canción que le dio el nombre a su segundo álbum, expresan la misma idea: “Y ya sé que tal vez mi corazón es una farsa / pero naceré sin una máscara”.

Como en todos los recitales, se lucieron en cada uno de los instrumentos: en “Lover of the Light” el vocalista cantó desde la batería inquebrantable y Winston Marshall acompañó con el banjo dándole el toque especial que los distinguió desde el comienzo como una banda que sabe combinar el rock y el folk. Fue este último quien rugió con su guitarra eléctrica en “Bellow My Feet”, canción que comienza con un dúo del tecladista Ben Lovett (aplaudido en un instrumental justo antes de lucirse en “Dust Bowl Dance”) y la guitarra acústica de Marucs Mumford, al que después se incorpora la tercer guitarra de Ted Dwane.

“Esta es nuestra primera vez en Argentina, y ya la amamos”, dice la banda entre canción y canción, haciendo un recorrido por las bandas del line up que ya se habían presentado en el festival y anticipando la llegada de Florence and the Machine. Tras la promesa de Lovett de volver al país, el público responde con “I will wait”, una de las canciones más celebradas de Mumford and Sons. Ojalá sea cierto y ojalá sea pronto.

La música suena e impacta por su prolijidad entre cada instrumento. Las letras son impecables y se pasean por temas sagrados como la verdad, la gracia y la redención. Es inevitable no conmoverse y saltar a la par de ellos. La solidez del grupo queda en manifiesto en cada canción, el sonido permanece en el aire y se hace uno con el viento, llega a cada alma y la mueve, la hace bailar.

Las canciones elegidas de Wilder Mind fueron “Tompkins Square Park”, “Monster”, “Ditmas”, “Snake Eyes”, “Wilder Mind” y “The Wolf”, el tema que los despidió. Una performance que se aleja de este mundo y se acerca a las estrellas, espera la vuelta de este grupo que les canta “Sos todo lo que alguna vez esperé”, y al haberlo logrado, se van satisfechos, saciados, limpios.



‘PERFORMANCE’, MICK JAGGER Y JORGE LUIS BORGES


Hace 47 años se estrenaba un film que sería un hito en la historia del cine. Con Mick Jagger debutando en la pantalla grande y James Fox en un rol diferente a todos los que había hecho anteriormente, Cammell lanzó un film inspirado en parte por el gran escritor argentino, Jorge Luis Borges.

Hoy cumple años un film que no sólo fue un desfasaje absoluto para la época en la que fue publicado, sino que fue una de las primeras obras cinematográficas que exploró la psicodelia en la pantalla grande. Estamos hablando de Performance, dirigida por Donald Cammell y Nicolas Roeg, escrita por Cammell y protagonizada por la entonces estrella del cine, James Fox, quien encarna el papel de un ambicioso y violento (sociópata) ganster que después de una serie de acontecimientos, cruza caminos con Turner, un rockstar retirado que interpreta Mick Jaggeren su debut como actor de cine. 
Esta obra, además de ser innovadora y diferente para la época, cuenta con una gran influencia de Jorge Luis Borges y su obra literaria El Sur. No sólo Cammell era un ávido lector del escritor argentino, sino que Jagger también era admirador de sus obras. Durante una de las escenas del film, Turner lee: “En ese punto algo imprevisible ocurrió. Desde un rincón el viejo gaucho estático le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. ‘No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas’, pensó. Y sintió dos cosas”, citando el final de la obra de 1953. Pero ésta no es la única vez que Cammell hace uso de los escritos del argentino; durante todo el film, el director hace referencia al existencialismo, a la identidad (que no tiene por qué ser una sola) y a la dificultad que tenemos los seres humanos de enfrentarnos con la realidad objetiva del mundo. “Nada es verdadero, todo está permitido”, dice Jagger en otro momento de la película y bien podría estar haciendo referencia a Borges.
Otra importantísima referencia a Borges durante el film, y en la vida (y muerte) de su director es la que les contabamos acá mismo hace unos meses: cuando Chas le dispara a Turner, aparece la imagen del escritor argentino junto a un espejo que se rompe. Esto está estrechamente vinculado a la muerte del director Donald Cammell: su mujer -China Cammell, colaboradora de sus trabajos- cuenta que, tras suicidarse de un tiro, el dramático escocés (perseguido por la muerte y el suicidio hacía ya muchos años) agonizó durante 45 minutos. Fue entonces cuando le pidió a su mujer que le alcanzase un espejo y al verse reflejado, le preguntó: “¿Lo ves a Borges?”
Volviendo a la trama de la película en sí: la historia se desarrolla en el marco de Londres en la década del setenta y cuenta la historia de Chas, un integrante de una banda mafiosa liderada por un tal Harry Flowers (interpretado por Johnny Shannon), que se especializa en extorsionar e intimidar a los deudores de su jefe mediante violencia. Es tan bueno en su trabajo, que el resto de su entorno está seguro de que lo disfruta. La parte interesante de la película comienza cuando Flowers toma la tienda de apuestas de Joey Maddocks y le prohibe a Chas que se involucre, ya que éste último tenía una complicada historia personal con Maddocks. Chas no hace caso a la orden de su jefe y, de todas formas, decide actuar en contra de Maddocks. Éste decide vengarse y desvalija el departamento de Chas en un violento ataque, el extorsionador le dispara y huye de la escena en la que había hecho su carrera.
La huída de Chas desplega una historia completamente diferente cuando se encuentra con el ex rockstar que vive con dos mujeres y decide esconderse en el departamento de este trío. La película toma un giro diferente y se explaya sobre la identidad, la sexualidad, los géneros, las drogas y la violencia desde un lugar completamente nuevo para esa época. Las escenas de sexo, droga y violencia fueron las responsables de una apabullante cantidad de críticas negativas que, con el correr del años, se fueron suavizando y el público (y la crítica de cine) comenzó a entender el sentido del film. Cammell creó una obra innovadora y adelantada para la época.
Una vez que Chas se instala con Turner, Pherber y Lucy, comienza a interesarse por este mundo que no sabía que existía. Al principio desconfía de Turner, pero con el correr del tiempo se terminan influenciando el uno al otro. En el afán de querer entender el mundo del que provenía Chas, los otros tres integrantes de la casa lo hacen consumir un hongo alucinógeno y, si bien Chas los acusa de haberlo intoxicado, termina por abrirse y contar acerca de lo que había vivido y de cómo se sentía oprimido teniendo que presentar una fachada de macho para pertenecer al mundo de los gangster. Chas y Lucy comienzan una relación afectiva gracias a la cual Chas se libera y se pueden ver claros signos de bisexualidad. 
Sin embargo, la armonía no dura mucho tiempo, Flowers y sus hombres terminan encontrando el departamento de Turner y aparecen para reclarmarle a Chas que vuelva a su trabajo. Para su sorpresa, lo encuentran con una peluca y un atuendo que hacían que su aspecto se volviera femenino. Chas se encierra en una de las habitaciones con Turner y luego de discutir, Chas le pega un tiro en la cabeza a Turner. Pherber se esconde en un armario que se encuentra en la habitación y Chas se dirige a lo que será su muerte, vestido de mujer. 


KURT VILE – B’LIEVE I’M GOIN DOWN…


B’LIEVE I’M GOIN DOWN, Kurt Vile (2015, Matador) [rating: 4]   Un tipo se levanta una mañana, se mira en el espejo y no reconoce la persona que lo mira del otro lado. Pero después ríe y se da cuenta, “ah qué tonto, ese soy yo”, y sigue con su rutina matutina: cepilla los dientes […]
Un tipo se levanta una mañana, se mira en el espejo y no reconoce la persona que lo mira del otro lado. Pero después ríe y se da cuenta, “ah qué tonto, ese soy yo”, y sigue con su rutina matutina: cepilla los dientes del extraño que ocupa su lavatorio, tiembla como una hoja que entra por la ventana y no le peina el pelo al extraño porque “nunca fue mi estilo”.
El sexto álbum solista de Kurt Vile se llama b’lieve i’m goin down… y no cabe ninguna duda, la audiencia le cree. Escrito en la oscuridad de la noche, en las profundas horas de sueño en las que su mujer e hijos dormían, las canciones no son más que un reflejo de la soledad que siente, la proyección más sensata de su yo más íntimo. Se trata de un monólogo interno del joven de Philadelphia, cuya voz nasal y acento indeterminado ponen en duda también esto último acercándolo a Bob Dylan y Neil Young (ídolo de Vile).
Lo que en sus anteriores Smoke Ring for My Halo y Wakin’ on a Pretty Daze, venía anticipando tímidamente, finalmente llegó con un sonido igualmente sofisticado y aún más amigable.
Gracias al aire intimista provisto por el banjo, en “I’m an Outlaw” se percibe el folk que junto con el country ronda siempre los parámetros del rock. El piano lo coloca en un territorio de cantautor que combina con una voz soulera, un aire nuevo en la era digital donde sabe usar los recursos que tiene a su alcance.
El humor siempre fue parte elemental de sus canciones, pero es en b’elieve… uno de los componentes principales. La vida merodea entre la tragedia y la gracia, entre la risa y la melancolía. A través de la ironía Vile genera empatía en “Pretty Pimpin”, “Estaba usando toda mi ropa / Debo admitirlo, soy un lindo muchacho”, y las canciones dan lugar para que uno pueda identificarse con alguna de ellas. “Odio remarcar lo que es dolorosamente obvio / Así es la vida / Tan triste, tan real”, canta en “That’s Life Tho (almost hate to say)”.
Para Vile las certezas no existen y la realidad es ambivalente. La última canción sintetiza no solo el espíritu de la obra, sino también su vida. “Tengo miedo de estar sintiendo demasiados sentimientos”, le dice a su madre, a quien acude en la última estrofa. Se encuentra en el híbrido de la risa y el llanto, recordando todo lo que alguna vez vio (o fue): amantes, soñadores, drogadictos, creyentes, alcohólicos. “Creo que todos lo sienten, suben y bajan todo el tiempo”, dice Kurt Vile en una entrevista con Noisey. “Quizás yo bajo con más fuerza que el resto”, agrega.
Les dejamos el video de “Pretty Pimpin” para que vean el desconcierto del músico que no se reconoce a sí mismo. La calidad musical… eso no sorprende.

A 47 AÑOS DE LA MUERTE DE JACK KEROUAC


Las historias de Jack Kerouac no viven sin música: cada personaje se mueve y se pasea por las páginas al ritmo del jazz, con cada instrumento que suena mientras el lector lee y se mueve al compás de las melodías que escapan de los equipos de hi-fi. A 47 años de su muerte, el autor […]

Las historias de Jack Kerouac no viven sin música: cada personaje se mueve y se pasea por las páginas al ritmo del jazz, con cada instrumento que suena mientras el lector lee y se mueve al compás de las melodías que escapan de los equipos de hi-fi. A 47 años de su muerte, el autor y fundador de la beat generation es reconocido no solo por sus novelas –clásicos, obras de luz, de arte- sino por la influencia que tuvo y sigue teniendo en la música.
“Supongo que si Jack Kerouac no hubiera escrito On the Road, The Doors nunca habría existido”, dijo el tecladista de la banda, Ray Manzarek, en su libro Light My Fire: My life with The Doors. Aunque su fuerte era el jazz, artistas de rock como Bob DylanThe BeatlesJohn Cale y Patti Smith reconocieron a Kerouac como una de sus grandes influencias tanto en su música como en sus formas de vida.
“El jazz aparece en sus libros como un modelo para su escritura, como una presencia liberadora, como un elixir intoxicante”, escribió el diario El País. En On The Road (1957), novela que lo consagró, relata la experiencia de Sal Paradise (álter ego del escritor) y Dean Moriarity (álter ego de Neal Cassady) en su viaje por Estados Unidos y parte de México, en el que ruedan y se desparraman por la ruta 66 y brillan entre anfetamina y jazz con canciones de Billie Holiday, Charlie Parker, Dexter Gordon, Slim Gaillard, Lester Young, Anita O’Day, George Shearing, Louis Armstrong y Willie Jackson. Todos ellos son “flores sagradas flotando en el aire sobre el amanecer de la América del jazz”.
Bob Dylan y Allen Ginsberg visitando a Jack Kerouac en el cementerio de Lowell en 1975
Sus historias son retratadas: fiestas psicodélicas, euforia, las desesperadas ganas de andar. Los paisajes se convirtieron en un ícono de la historia norteamericana y todo tomó color y vida: la música, los artistas, sus héroes, heroínas, dioses. “Cuando terminó de tocar, el viejo Dios Shearing volvió a su rincón oscuro, y los tipos dijeron ‘no queda nada después de eso’”, escribe tras la visita al club de Anita O’Day en Chicago, cuando vieron a George Shearing: “Tocó una innumerable cantidad de canciones con acordes que iban cada vez más alto, hasta que el sudor empapó el piano y todos escuchaban con temor y miedo”.

En su novela semi-autobiográfica publicada en 1965, Desolation Angels, afirma que “la única verdad es la música”. El bebop suena en New Orleans con Louis Armstrong, y Roy Eldridge rockea el jazz del mundo “vigoroso y viril”. Y entre medio de toda esa música, deambulan y viven los niños sumergidos en la noche bop de Estados Unidos.
“Cambió mi vida como se la cambió a todo el mundo”, dijo Bob Dylan refiriéndose a On The Road. Habiendo inspirado a artistas de esta envergadura, Kerouac se retira del mundo con la cabeza en las nubes, el corazón en las alcantarillas y con el alma vagando por alguna ruta moviéndose al ritmo de las trompetas. Sus imágenes y personajes quedarán, como quedará también la música que vive en cada frase de su obra, siempre.

“Cada tanto, el llanto de la armónica sugería una melodía que algún día será la única melodía del mundo y alzará las almas de los hombres hasta que alcancen la alegría plena”. Esperamos que su alma haya alcanzado ese estado de plenitud. Con o sin paz, pero con arte y música, eso seguro.