“Él sabía dónde van los patos en
invierno, y yo quería saberlo”, dijo Mark David Chapman en su declaración tras
haber asesinado a John Lennon la mañana del 8 de diciembre de 1980 en Nueva
York.
La frase no era menos
que una alusión a la obra maestra de J. D. Salinger, The
Catcher in the Rye, cuyo protagonista, Holden Caulfield, tenía una
obsesión con saber qué pasaba con los patos cuando se congelaba el lago del
Central Park. Preocupado por la muerte y cautivado por la idea de que en la
vida nada es eterno, Caulfield vaga entre la adolescencia y la adultez un tanto
perdido, enojado con el mundo y sacando lo mejor y lo peor en sus lectores: en
este caso, despertando las ganas de matar de Chapman, un fanático de The Beatles, adicto a las
drogas, introvertido, cínico.
La novela de Salinger cumplió el
domingo pasado 66 años de su publicación, y su legado sigue intacto. Es una paradoja que su personaje,
un adolescente que ve hipocresía y superficialidad en todas las personas que lo
rodean, encarne ciertos aspectos que aborrece. Holden Caulfield está, ante
todo, enojado. “Tienes que estudiar justo lo suficiente para poder comprarte
un Cadillac algún día, tienes que fingir que te importa si gana o pierde el
equipo del colegio, y tienes que hablar todo el día de chicas, alcohol y sexo”,
escupe Caulfield. Sin embargo, atesora en él cierta ternura, amor, valentía:
“Muchas veces me imagino que hay un
montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos,
quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un
precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto
empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso
es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián
entre el centeno”.
Camino –ya decidido- a matar a la
leyenda del rock, Chapman compró un ejemplar de su libro preferido y sobre él,
escribió “Esta es mi declaración”. Cuando fue interrogado por la
policía, contestó: “Estoy seguro que la mayor parte de mí es Holden
Caufield, el personaje principal del libro. El resto de mí debe ser el Diablo.”
John
Lennon,
aquél músico y compositor nacido en Liverpool, autor de “Give peace a chance”,
que imaginó un mundo sin infierno, un mundo con cielos únicamente, vacío de
razones para matar o morir, un soñador y portavoz de una contracultura a la
cual se aferraron millones de personas que estaban en contra de la guerra de
Vietnam, murió asesinado esa mañana de septiembre mientras caminaba con su
mujer Yoko Ono mientras
se dirigían a una sesión de grabación en Record Plant Studios. Cualquiera puede
imaginarlos caminando por la calle, cuando un extraño se les acerca para que el
aclamado Lennon le firmara su nuevo disco, Double Fantasy, a un fan
(habitual, ordinario). Minutos después, ese admirador (para nada habitual, para
nada ordinario) dispararía cinco balas con un revólver calibre 38
Special, de las cuales cuatro impactaron a Lennon en la espalda y el
hombro izquierdo.
No deja de ser irónico que asesinos
como Mark Chapman hayan
citado la obra de Salinger como una explicación para sus crímenes
cometidos, siendo esta la novela que describe la pérdida de la
inocencia, las ganas de encontrar en el mundo una razón por la que
valga la pena vivir, los encuentros con personas con las que se puede realmente
conversar.
La pregunta acerca de qué pasa con los
patos en invierno es la imagen perfecta de la nostalgia. ¿Qué pasa cuando la naturaleza
prohíbe que sobrevivan en su hábitat? Realmente, ¿dónde irán a parar? ¿Acaso se
los lleva un camión, como se pregunta Caulfield? ¿Acaso mueren? ¿Acaso emigran?
¿No pasa esto mismo con todos los aspectos de la vida? La desaparición, la
muerte, el apocalipsis inevitable, el final programado… y tantas preguntas sin
respuesta. Algunos viven con la curiosidad y sacan de ella la adrenalina para
vivir. Chapman volcó toda su ira, su impotencia, sus pocas ganas de subsistir
en contra de Lennon, y lo mató. La principal diferencia entre ambos es, quizás,
que en el fondo en Caulfield existía una gran cuota de esperanza: “Le dije
que apostaría mil dólares a que Cristo no había mandado a Judas al infierno, y
hoy los seguiría apostando si los tuviera“.