Con sus ojos negros y su campera color café camina por las vías dejando
atrás una traición y algo que se parece a todo menos a la culpa. Los árboles lo
reciben y al menos ellos le indican que está haciendo las cosas para atrás.
Bueh, por lo menos alguien se da cuenta. Siempre dejando para mañana lo que
puede hacer hoy, pero cómo hacer para pedir perdón cuando no hay remordimiento.
Pisa entre los rieles como quien pisa para no pisar sapos mojados. De vez en
vez levanta piedritas del piso y las tira adelante suyo. O a los costados. Pero
sin apuntar a nadie ni a nada, no existe un blanco porque no quiere golpear. No
siente bronca o enojo o felicidad. Dicen que la traición debería doler adentro,
pero lo que le duelen son los zapatos que le aprietan el pie. El sol le molesta
un poco y le da calor, pero sin él tendría frío, así que mejor así. Allá lejos
hay un par de nubes, quizás se viene la lluvia. Y buen, si es así seguramente
ella le diga de ir al cine y él seguramente le diga que sí. Como si nada
hubiera pasado, como si esta tarde no hubiese existido, como si él tuviese el
control del tiempo y lo hubiese frenado a su gusto. O no, más que eso, como si
después de haberlo frenado lo hubiera BORRADO, sin dejar ni un puto rastro en
su memoria, eliminándolo de esos archivos que quedan en él para hoy y para
siempre. Por eso no siente culpa... ahora ríe y entiende. Suspira aliviado
porque reconoce el poder que tiene sobre sí mismo, el descaro para lastimar a
otros sin siquiera lastimarlos... porque nunca sabrán de aquello. Sigue
caminando por la vía de lo más campante y feliz. Mirando el cielo y pensando
qué película está en cartelera para ir a ver hoy con ella. Sin saber, claro,
que atrás el tren avanza a picadas y sin frenar.
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