Martín
busca los puchos en su campera mientras Juan agarra su billetera para irse. “Pasame
el encendedor”, le dice Martín mientras el otro lo agarra de la mesa baja de
madera vieja, y dice “nos vemos hoy en casa entonces, no te olvides de las
bebidas esta vez”. Se va entonces y cierra la puerta. Martín sale al balcón y
fuma. La otra vez y las anteriores se había olvidado de las bebidas, hoy
pasaría antes por el supermercado y compraría un par de cosas. Rabo pasa por al
lado moviendo la cola, suspira y se acuesta al lado suyo. Una sensación de
ternura le recorre el cuerpo, todos venían, iban, algunos volvían, otros no,
pero su perro quedaba siempre. Tras quedarse dormido se baña en un pique, se
viste con lo primero que ve que era lo último que se había puesto y lo que siempre se ponía, agarra las llaves, el
celular, los cigarrillos, la billetera, guarda todo en los bolsillos del
pantalón de corderoy marrón que le bailaba por todos lados y sale. Pasa por el
chino de la esquina, compra cuatro cervezas, un par de cocas y camina a lo de
Juan. No hacía frío pero estaba –lo que se dice- fresco. Cinco cuadras más
tarde se encuentra con su amigo y unas pizzas. “¿Todo bien? Vení, pasá que ya
van a estar”. Estaba traspirado por el calor de la parrilla, “me cambio la
remera y comemos”. Los Redondos cantaban de fondo, y entre cervezas y orégano extra
las pizzas desaparecen. La noche invitaba a no dormir. “….y le dije a mi vieja
que no joda, vos sabés como se pone la gente a medida que pasan los años,
hincha pelotas, así que quedamos en que iba yo a su casa. Para que venga acá y
empiece a decirme qué cosas tengo que cambiar, qué adornos me faltan poner, qué
tengo que ordenar… mejor voy yo para allá”. Las viejas, piensa Martín, su
vieja, hace cuánto no hablaba con ella, habían pasado ya dos semanas. Habían discutido
por una boludés y no había vuelto a hablar. Con su papá, en cambio, hablaba día
por medio. Desde que se habían separado, inconscientemente había tomado
posiciones, en contra de su voluntad, claro… pero se refugia en el consuelo de
pensar que eso es lo que le debe pasar a la mayoría de los hijos de dos
separados. No es que se la buscaron, pero sí, qué se yo, que se la banquen.
Perdón
por el desliz de la primera persona, no era la idea.
La
noche no invita a dormir entonces, y piensan en decirles a unas amigas que
pasen a tomar algo un rato. Los dos estaban solteros, cada uno con su situación
comprometedora sin compromisos, pero nada real. Nada serio. Nada que les quite
el sueño por la noche, como a la mayoría. Estas eran unas minas que habían
conocido por el laburo de Juan, y no les venía mal compañía femenina en una
noche semejante. “Llamalas, no perdemos nada”, concreta Martín. “¿Decís? Vos viste
como son las mujeres. Hoy las llamás y mañana piensan que te querés casar con
ellas. No sé, no quiero andar mintiendo, esquivando, evitando algo”. “Pero qué
sos boludo, Marcos Bali? Dejate de joder”. Bali era un flaco que nadie sabía
qué carajo tenía, pero todas las minas lo idealizaban como si fuera Brad Pitt,
y el loco caminaba con sus camperitas de cuero sintiéndose una estrella de rock
cuando lo único que tenía de rockero era el “nena” con voz de fumón.
Llegaron
más producidas que Johnny Depp en los Oscars. Hablaron, fumaron, tomaron y
escucharon música en silencio. Pasó la noche y con ella la sobriedad del tacto.
Se rieron hablando de anécdotas boludas y criticando gente que tenían en común,
tildando de “chanta, es un chanta. Es la quita flaca que invita al barco y después
dice que ama a su mujer”, y así con todos. Todos chantas, hipócritas, creídos,
alguno con suerte resultó ser amoroso, el resto todos unos hijos de puta.
“Bueno chicas, los lectores se cansaron de
leer esto, nosotros mañana no laburamos, pero tenemos que bancarnos a nuestras
viejas, que no sé que es peor. Así que en fin, gracias por haber venido che. La
próxima la alargamos más, estuvo bueno todo”.
Cinco
cuadras, diez puchos y un pote de desmaquillante después…
“Pasame
el agua. Olvídate que volvemos ahí. Qué imbéciles. Encima, ¿viste las canciones
que ponían? ¿Qué te pensás, que sos canchero porque tenés una remera de los
Ramones? Seguro que no conocen un tema los giles. Es obvio que mañana invitan a
las del grupito ese que parece que aman. ¿Y sabés qué? Que las inviten. Qué me
importa, si total nosotras seguro nos veamos con los de en frente. Que por lo
menos están orgullosos... ba, como orgullosos no sé pero por lo menos no les da
vergüenza decir que les gusta las canciones grasas y la cumbia. Apagá la luz,
dale. No doy más. ¿Viste cómo hablaban de la prima de Luz? Es obvio que Juan le tenía ganas. En una de esas les cayó mal que fuéramos solamente con cervezas... yo te dije que teníamos que llevar el vodka. O algo para picar. Fue todo muy raro, no sé, no me cierran. Ah, y ¡¿almorzar con tu vieja?! ¡Buena! Inventá otra cosa, no esa huevada. Qué bronca. Ya fue, no vuelvo más eh. Acordate. Y si algun
día quiero volver, haceme acordar de este momento. Hasta mañana”.
Paralela
y simultáneamente, en la casa con olor a humo y resto de cenizas por todos lados: “Buena onda las flacas estas... hasta mañana Juancito”. “Chau,
¡cerrá la puerta cuando te vayas boludo!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario