martes, 2 de abril de 2013

La ruta que va al Este


La inmensidad del mar se les escapa de los ojos, el sol se hace a un lado de la isla y las nubes suben para que el atardecer sea limpio y perfecto. Belleza que habla por sí misma, no se necesita más que aquel espectáculo para ser feliz. Pero el que implora por sus almas es generoso, y les da la bienvenida de tal manera que sus corazones rebalsan de amor y esbozan sonrisas eternas. Ahí es cuando la fiel compañera sale del mar, como si este se abriera para empujarla hacia arriba y que encuentre el cielo. Rosa, entera, única sale de lo infinito y se vuelve amarilla, cada vez más blanca a medida que sube y entonces, ilumina la Tierra. El faro se prende y sus miradas se vuelven unas con otras, se entienden y se encuentran, porque de alguna manera entienden que esto no es casualidad, que semejante belleza no es por nada y en vano y que esta recibida no viene de este mundo sino de otro. Mejor, superior,  hecho para vivir y disfrutar.

Todo empezó con los nombres de los pueblos escritos en un papel en la guantera. Bordearon Gualeguaychú y atravesaron diez lomos de burro en Rodó. Siguen la ruta que va al Este y no entran a la capital del país.

La vida está para ser vivida y las casas para ser habitadas, por eso llenan los rincones con sus cosas y se acuestan en el sillón que las acoge con ganas. Una semana que no es una semana cualquiera, por eso viven al margen de celebraciones y cruces. Los recuerdos hacen una vida, y se nutren de ellos. Cada viaje es una aventura que se abre y nunca ha de cerrarse, y por más que duela siempre han de volver a lo habitual. Escaparon de la cotidianeidad y fueron a disfrutar a una rambla que rebalsa de paisajes. 

Juntas embarcan seis días de fiesta y mar, playa y siestas. Relaciones que están atadas por códigos, priorizan el bienestar del otro por el propio, la transparencia domina el aire y acá son ellas mismas en su máxima potencia, nada se esconde, nada se oculta, nada deja de decirse, nadie deja de bailar.

Un viaje en ruta que hace que todo parezca efímero porque no entienden que este paraíso esté a cortas horas de su día a día. La piloto no deja qué desear, construye la ruta a medida que avanza y los kilómetros por recorrer son cada vez menos. Prudente y curtida limpia su propio vidrio, tocarle su herramienta, el auto, es tocarle el orgullo. Y lo que hace lo hace bien y con estilo. Griselda le sirve y tiene una copiloto atenta. Dylan la aturde pero todo sea por viajar con música. No saben si quieren llegar o no, porque los campos son lindos.  

Serían visitadas por amigos que les dieron un color especial a lo vivido.

Llegan. Tienen de vecino al puerto y de portero un dominguero amargo. Quieren ruido y fiesta. Las inunda el relax y se dejan llevar por lo que quieren hacer en el momento. Comen, toman y salen por inercia. Nada se cuestionan, simplemente viven. 

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