La
inmensidad del mar se les escapa de los ojos, el sol se hace a un lado de la
isla y las nubes suben para que el atardecer sea limpio y perfecto. Belleza que
habla por sí misma, no se necesita más que aquel espectáculo para ser feliz. Pero
el que implora por sus almas es generoso, y les da la bienvenida de tal manera
que sus corazones rebalsan de amor y esbozan sonrisas eternas. Ahí es cuando la
fiel compañera sale del mar, como si este se abriera para empujarla hacia
arriba y que encuentre el cielo. Rosa, entera, única sale de lo infinito y se
vuelve amarilla, cada vez más blanca a medida que sube y entonces, ilumina la
Tierra. El faro se prende y sus miradas se vuelven unas con otras, se entienden
y se encuentran, porque de alguna manera entienden que esto no es casualidad,
que semejante belleza no es por nada y en vano y que esta recibida no viene de
este mundo sino de otro. Mejor, superior,
hecho para vivir y disfrutar.
Todo
empezó con los nombres de los pueblos escritos en un papel en la guantera. Bordearon
Gualeguaychú y atravesaron diez lomos de burro en Rodó. Siguen la ruta que va
al Este y no entran a la capital del país.
La
vida está para ser vivida y las casas para ser habitadas, por eso llenan los
rincones con sus cosas y se acuestan en el sillón que las acoge con ganas. Una semana
que no es una semana cualquiera, por eso viven al margen de celebraciones y cruces.
Los recuerdos hacen una vida, y se nutren de ellos. Cada viaje es una aventura
que se abre y nunca ha de cerrarse, y por más que duela siempre han de volver a
lo habitual. Escaparon de la cotidianeidad y fueron a disfrutar a una rambla
que rebalsa de paisajes.
Juntas
embarcan seis días de fiesta y mar, playa y siestas. Relaciones que están
atadas por códigos, priorizan el bienestar del otro por el propio, la
transparencia domina el aire y acá son ellas mismas en su máxima potencia, nada
se esconde, nada se oculta, nada deja de decirse, nadie deja de bailar.
Un
viaje en ruta que hace que todo parezca efímero porque no entienden que este
paraíso esté a cortas horas de su día a día. La piloto no deja qué desear,
construye la ruta a medida que avanza y los kilómetros por recorrer son cada
vez menos. Prudente y curtida limpia su propio vidrio, tocarle su herramienta,
el auto, es tocarle el orgullo. Y lo que hace lo hace bien y con estilo. Griselda
le sirve y tiene una copiloto atenta. Dylan la aturde pero todo sea por viajar
con música. No saben si quieren llegar o no, porque los campos son lindos.
Serían
visitadas por amigos que les dieron un color especial a lo vivido.
Llegan.
Tienen de vecino al puerto y de portero un dominguero amargo. Quieren ruido y
fiesta. Las inunda el relax y se dejan llevar por lo que quieren hacer en el
momento. Comen, toman y salen por inercia. Nada se cuestionan, simplemente
viven.
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