Hazañas
las hay para tirar al techo, construyeron un telar de anécdotas eternas y
memorables, quisieron quedarse por siempre juntas pero no pudieron. No se puede
ser siempre joven, no existen las vacaciones sin fin, un mar sin arena no es posible,
un horizonte torcido lo mismo. Es derecho y es perfecto, como todo lo vivido.
Se fueron y dejaron pisadas en la tierra, marcas en la casa, humedad en las
sábanas y recuerdos que perduran. Porque hay sol y hay playa y así todo es
mejor y más ameno, más bonito y más placentero. La despedida como todo adiós
deja una cuota de nostalgia y no se permite sonreír. Emprendieron otro viaje
hoy, distinto y final para decirle chau a una experiencia de la cual salen
victoriosas. Invictas. Ni la lluvia ni las pocas horas de sueño ni la
convivencia de a un millón ni las multas (bueno, ojo con eso) ni la multitud pudieron más que
ellas, nada hizo que disfrutaran menos. Está en cada uno disfrutar de cada
momento y de todas las cosas, sacar de ellas el lado rosa y opacar el negro –a
algunos nos gusta más el negro, pero hay excepciones- y ser consientes de la
divinidad que esconde lo mundano, de la belleza excepcional de un atardecer,
del amor atrás de la amistad, así como de quienes hicieron posible el viaje.
Habiendo superado todo tipo de expectativas retoma el juego, ese piso sobre el
cual los jugadores avanzan sin antes detenerse a mirar: el mar que nos regala
espuma y se lleva al sol. Y a escuchar, música y gritos, cuentos y más cuentos.
A oler. Humo y humedad. Tocar, arena y agua. Degustar. Comidas, atún, queso y
ron. Fruta queso y ron.
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