Un
ritual al fuego que nos dice adiós a algo que termina antes, mucho antes de lo
planeado. Arena y mar se fusionan a la par para convertirse en calor, las
llamas convocan a las estrellas que en el abismo de lo imposible acompañan con
su belleza a la luna. Sentimientos desencontrados porque no se quieren ir, no
reproduzcan canciones tristes que así llaman a lo melancólico. Alegría por lo
vivido y miedo por retomar la rutina, esa que nos convierte en títeres de la cotidianidad y del día a día haciendo que prioricemos detalles y olvidemos lo
esencial. Sirve vivir apartados para saber que extrañamos, pero en esta noche
el fuego invita a que se queden. A que sus ojos se pierdan en las chispas que a
su vez se pierden en el aire, abandonando su esencia de luz para convertirse en
átomos de la nada. La mismísima nada, esa que jamás nadie entenderá.
Como la línea del horizonte, como el calor del sol y la música que generan el
fuego y las ramas. En la arena, claro.
Suspira
para no llorar, sonríe al recordar y teme que al volver olviden las verdaderas
alegrías: el volar de una gaviota sobre el Pacífico o por qué no, una canción
en honor al fuego.
Así
empiezan el final del viaje, un cierre perfecto para días que quedan grabados
como sueños en las mentes de cada una. Un lugar llamado Manuel Antonio y
nuevamente se dejan sorprender por lo que vendrá. Un bar y una guitarra, el
rock nacional sigue presente hasta en Costa Rica y mis queridas nos deleitan
con acordes y voces que juegan al recordar.
La
razón de dicho recorrido se amortiza en la compra de una mochila, luego nos
convertimos en pájaros para contemplarlo todo desde arriba: ahora sí, vuelan y
vuelan en serio, cierran los ojos para sentir el aire fresco en la cara, y con
fuerza y decisión sale el sol. El agua vive a 130 metros debajo de ellas,
encierra especies y se tiñe de turquesa. Las islas como manchas bellas decoran
el paisaje, y a la noche recorren los bares. Una aventura que parece efímera,
no es posible tanto. Exaspera la sensación de lo eterno que hay en todo. Ahora
sí, llegó el final.
Llueve
porque el cielo llora y a la Nona se le hace difícil correr con sandalias.
Cansadas de haber visto monos, iguanillas verdes, serpientes, bestias salvajes
¡y es que hay más animales que en la selva! Pero ojo, ahí hay un cangrejo. Cerremos
esto con sonrisas que los recuerdos quedan. La vuelta siempre es dura pero
vamos, nadie nos quita lo bailado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario