La marea. La revuelve, le da vueltas el cuerpo, la saca de sí y la vuelve a poner. Solo cuando quiere. Su mente expresa, la de ella, vuela. Sus palabras se dibujan en el aire, las de ella, callan. El piensa que es negro, ella que es blanco. Pero los dos buscan la paz, y gracias al cielo, hablan. Pues tienen mucho que decirle al mundo. Y en algún lugar oculto de su alma, lo saben. Los dos.
Miran la luna y acarician perros. En invierno añoran el calor, y en verano, lo gozan. Viven. Quieren escapar de algo, no saben bien de qué, mas la necesidad de hablar, expresarse y escapar, están. Irse, sí, pero no sin antes encontrar el por qué. Y claro, explicarlo a terceros.
Odian la hipocresía, aman el amor. Y aunque muchos digan que es una utopía, creen en un mundo mejor. Al lado del mar si es posible, para abrazarse con las olas y acostarse con el sol.
Solía refugiarse en la música, ahora en la escritura. Lleva una vida tranquila y por qué no, sueña con el campo y el silencio. Simpleza en toda su bendita pureza.
Mientras, ella encuentra la alegría en las sinfonías eternas de una naturaleza efímera, toca las notas y acordes ocultos en el verde del pasto y el claro azul del cielo.
Bella la rebeldía que la saca de lo típicamente cotidiano. Y de repente vuelve a hablar. Y ella lo vuelve a sentir. No puede pensar, no puede concentrarse. Porque él habla, se mueve, camina, mira. La mira. Y ella, mientras tanto, sueña.
Y cantan a la par. Música clásica que acompaña las voces del silencio. Pájaros que cantan al son de la Creación. Dos cabezas que piensan distinto pero que buscan lo mismo. Y sin siquiera saberlo, lo alcanzan en el intento.
Una vida despojada desatada y loca. Pero distinguida y ordenada. Eso es lo que busca. Lo que buscan. Libertad, ternura, amor condensado en eternidad. Y de fondo, un tango triste pero alegre ante sus ojos. Pues todo lo es.
Denuncian la injusticia y buscan el bien común. Y bajo un eucalipto que de sombra, se acuesta, sonríe y suspira. Porque claro, y qué más era de esperarse, piensa en ella.
Ella, simpre ella. Que no lo sospecha. Pero que lo marea. Lo revuelve, le da vueltas el cuerpo, lo saca de sí y lo vuelve a poner. Solo cuando quiere.
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