Mirame
a los ojos y tratemos de olvidarnos del mundo. Solo por unos segundos, solo por
unos minutos. Mirémosnos en la eternidad de ese momento y congelemos lo que
sentimos para luego recordarlo, para luego sostenerlo en el tiempo, para petrificarlo
por hoy y por siempre, para entender lo que no se puede entender y ver lo que
pocos pueden ver, pues todo está ahí, en esos ojos, en esa sonrisa de ojos, en
esa mueca de ojos, en ese brillo y ese color y esa luz que esconde toda la
inseguridad que no quiere sentir, que se despoja de toda sensación morbosa que
no nos deja disfrutar y nos aleja de ese miedo ridículo e insoportable -y más
que nada doloroso- de pensar que en la vida no es fácil ser feliz. Que pocos
pueden serlo. Que es un destino y no un camino. Que la felicidad está hecha
para pocos y que esos pocos son exclusivos. Pero qué error es ese que tan lejos
está de la realidad. Porque todos podemos ser felices, solo hay que quererlo. Y
es que solamente con contemplar la naturaleza se puede ser feliz. Con agradecer
los regalos de todos los días, el sol que se asoma por la ventana, el abrazo de
tu mamá, la visita de un amigo, el beso que nos dimos ayer. Es más simple,
claro, si nos miramos a los ojos, devuelta, y olvidamos de todo lo que tenemos
alrededor. La vida es un regalo y se nos fue dada para disfrutarla, exprimirla,
vivirla como más nos guste, como más felices nos haga, y cuánto más amor haya
en ella, indudablemente más sonrisas voy a ver en vos.
El
pasado es pasado. La historia es historia. Vivamos con eso porque forma parte
de nosotros y nos hizo lo que somos hoy, todas esas personas, abrazos y
vivencias nos trajeron hasta acá. Demos gracias y brindemos por eso entonces,
porque hoy, bajo la lluvia y la luz blanca de la luna que nos baña, nos damos
la mano y entendemos, una vez más, lo linda que es la vida. Lo valiosos que son
los momentos que nos regalaron que quizás ni siquiera los merecemos… pero
evidentemente hay alguien ahí, velando por nosotros las veinticinco horas del
día o más. Sonriendo por nosotros y soñando con que seamos felices. Hoy y de
vuelta, claro, siempre. Abracemos al pasado entonces y lo que nos priva de
seguir viviendo el presente, dejémoslo ir. Porque el presente se vive y del
futuro se sueña, pero no se puede vivir y soñar si seguimos atados a eso que no
nos deja vivir en paz.
Paz.
Paz adentro nuestro, paz afuera nuestro, paz mental y emocional. Eso es lo que
se necesita para vivir… en paz. Tranquilidad y seguridad en nosotros mismos y
confianza en el otro. De que no te quiere lastimar, solo te quiere querer. Solo
te quiere conocer. Solo te quiere valorar y entonces entender, que hoy, tal vez
es una excusa más para ser un poco más felices de lo que éramos ayer.
Se
miran de vuelta y es inevitable sonreír, porque a lo lejos el sol se esconde en
el mar. Les da ese calor que necesitan para sobrevivir. Y bajo un haz de luces
y sombras, el sol se vuelve naranja, el mar dorado, la arena blanca. Las
estrellas metálicas y a la vez cálidas los rodean en esa noche de cariño. Y qué
mejor que compartir esa necesidad de vivir, de ser feliz; esas ganas de
disfrutar con el corazón y abrazarse con el alma. La lluvia cae, los moja, los
empapa y juntos, cada uno con sus miedos e inseguridades, con sus angustias y
defectos, tan imperfectos como son, se miran. Porque en esos ojos están ellos
dos, queriéndose.
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