“You see, Lainie, this is all we need, couple of smokes, a cup of coffee and a little bit of conversation. You and me and five bucks”, Reality Bites.
Ese café donde nos encontramos a medianoche todas las noches, ebrios de ganas. Ganas de nosotros, de seguir viéndonos, abrazándonos con la luna que sigue ahí a pesar de que lluevan peces en las calles de París –tenía que ser París- pero cambiemos París por Praga, en cuyas calles solía soñar Kafka, pensando en el próximo cuento, viendo historias donde fuera que posara la vista, entendiendo que la vida no es más que eso, dejarse caminar, dejarse sorprender, ver cómo los turistas –vos, yo- llevan una vida lejos de casa y con ello, armar historias. Es tan sensible que se emociona con un viejo tomando un helado, con un poeta que toca una flor, con un niño que corre, se cae, se sacude el pantalón y sigue corriendo; con una enfermera que pasea junto a una anciana, con el reflejo del sol que hace brillar a las mesitas del bar que se delata por la música que suena, con el atardecer que se asoma y con él, la noche, las estrellas; con los perros que deambulan por la calle y se sientan en las esquinas para ver a la gente pasar; con las mujeres que pasan con sus polleras cortas, con los hombres que pasan con sus botas en punta, con la gente alta, baja, gorda, flaca, sobria, con sombreros y tapados, sus cigarros, sus anteojos, sus libros, sus destinos, en fin, las cosas lindas de la vida. AH, ES TODO TAN EMOCIONANTE. Y nos encuentra a nosotros queriendo descubrir gente nueva, amigos nuevos, comidas nuevas, cervezas nuevas. Fantaseamos con quedarnos acá para siempre, con juntarnos en este café cada medianoche después de haber recorrido cada recóndito rincón, oculto para los ojos de cualquiera pero que sin embargo a nosotros se nos presta y se entrega de manera absoluta para que lo visitemos, para que salgan a la luz nuestros deseos más profundos, para que finalmente veamos la ruta que nos lleva al momento que estamos viviendo: todo fue pensado para que hoy estuviéramos acá, rodeados de aires nuevos, lenguajes nuevos, pájaros, mares, lunas, cafés.
Invertir en salud mental. Olvidarse por un segundo del trabajo, de las relaciones insoportablemente humanas, tan humanas que a veces destruyen. Asemejarnos un poco más a las aves o los elefantes que no piensan sino que viven, se deleitan con los momentos simples y entienden que de eso está hecha la historia. Vaya uno a saber qué tienen los viajes que lo vuelven a uno más auténtico. Quizás se trata de alejarse del lugar que a uno lo formó, lo educó y lo hizo ser quien es hoy, alejarse también de las personas que lo rodean a diario –aunque ciertamente sean lo más bello e importante que tengan- y volver a elegir uno cómo quiere vivir. Despegarse un poco de la rutina y ver todo desde otra perspectiva. Sentir más, querer saber, querer encontrar, nutrirse de lo diferente, ganar experiencia, ganar tiempo con vos, encontrarnos en un café lejos de esta ciudad, lejos de este mundo. Un café propio de otra realidad donde se consuman otros hábitos, donde se llevan a cabo otras costumbres, abrirse a ese mundo nuevo, dejar de lado los prejuicios que encarnamos, que se volvieron parte de nuestra piel. Encontrarte acá, leer juntos, amarnos, tomar un whiskey que nos caliente del frío, sentir vértigo y paz simultáneamente, escuchar la guitarra del viejo que vino a cantar acompañado de una armónica, mirarte y que me mires y que nada exista, solo este momento en el que no conocemos la vuelta a casa, nada importa, ni siquiera qué pasará mañana, dónde dormiremos hoy. Solo ser ahora, juntos, con el café, tus manos, la guitarra, el fuego, el atardecer que se ve desde la ventana y nada más.
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