viernes, 22 de abril de 2016

Aprender a vivir

Padres en las plazas con sus hijos, los hijos se hamacan, juegan, corren, disfrutan, viven. Los padres en las plazas con los celulares, hipnotizados en una realidad virtual, distraídos. Los hijos sienten el aire fresco en la cara, ven el verde de los árboles, tocan a los perros que pasan, se caen y se levantan y se vuelven a caer; tienen frío porque el invierno se asoma y el sol no calienta lo suficiente, pero están demasiado ocupados como para quejarse y siguen por ahí, dando vueltas, camina niño, juega, para esto fuiste pensado, vuelve a tu esencia que hasta ahora nunca has abandonado, no crezcas, permanece así, inocente, bueno, embárrate. Los padres en las plazas permanecen con los celulares, dormidos. Y la gente pasa por la calle, pensando en qué pasó con la reunión laboral que se pospuso para mañana, pensando en qué dirán los abogados, otros prohibiéndose de salir con sus amigos porque tienen que llegar a su casa y ver un par de cosas del trabajo, porque al día siguiente tienen que madrugar y volver a subirse al colectivo; el hombre tiene hambre porque hoy no tuvo tiempo de almorzar, qué voy a comer ahora piensa, pero está demasiado cansado como para ponerse a cocinar. La madre se pregunta si sus hijos ya habrán hecho los deberes, si ya se habrán bañado, si se habrán ido a dormir o estarán despiertos por ahí. Otros duermen en los subtes, en los trenes, en los colectivos. Otros están más cansados pero ponen su cerebro en automático y van, elaborando teorías, respondiendo órdenes, caminando por la calle mirando el piso, tratando de sobrevivir a la barbarie sin darse cuenta de que no viven y por eso siguen, de reunión en reunión, convenciéndose de que esta es la vida que fueron destinados a llevar, salteándose almuerzos, haciéndose problemas donde no los hay, recriminando y reprochándole atención a los que más quieren, muchos ven siempre el vaso medio vacío; van a un restorán, el mozo les trae la comida y ellos están tan ensimismados en una conversación –personal o telefónica- que no dicen ni gracias, no registran al de al lado, te dormiste, te convertiste en tu propio esclavo, no vivís: rodás. No caminás: corrés. No pensás: actuás. Agarra el vaso con coca y no le siente el gusto, el de al lado percibe que perdió sus sentidos: sus dedos ya no sienten el frío, sus ojos cesaron de ver, pues se lleva puesta a la gente mientras deambula por la calle, no escucha el viento o las hojas o los pájaros o los secretos que andan contando los duendes que se posan en los semáforos, o los cantos de los avestruces, o el tambor de las esquinas que suena y no para de sonar. Ya despiértate nena. La vida es más bella que esto, es un sueño en 3D, la composición perfecta entre diseño, imágen, sonido y movimiento. De gente que existe.

Los políticos envenenan la sangre, el reclamo de impunidad agota, los cortes en las calles desesperan, los gritos, el cansancio general, la asfixia, el ruido, el polvo, las arrugas, ya es mucho, ya es mucho y es todo.

Basta.

Más contemplación, ruega tu alma. Frenar a ver los detalles, sentir el aire de otoño que entra por la ventana del colectivo, guardar el teléfono y abrir un libro, limitarse a ver los árboles y las hojas caer, conectarse: darle la mano a tu hija que patina por el tobogán, ser atento con el resto y por sobre todas las cosas, educado. Tener la típica conversación con el portero o el kiosquero o el tipo del bar. Tomar un café despacio, ojear el diario, disfrutar de la tostada. Cerrá los ojos y absorvé el rayo de sol que nutre. Hacerse tiempo para ver a los amigos, tirarse en la cama con sus hermanos y callar, ver una película que enriquezca. Ver el mundo: nada más lindo que las personas, que la gente porteña, cada uno con su locura, su excentricidad, eso que los hace tan únicos. Sus formas de caminar, de vestir, de hablar, de fumar. Saludar al colectivero, deleitarse con las quejas de cada argentino, almorzar como se debe. Reclamar menos, esperar nada del otro y entregar un poco más. Dedicar una parte del día a respirar y aprehender las cosas esenciales. Vivir y dejar vivir. Amar y dejarse amar. Agradecer la vida y brindar en un bar con cerveza y etcétera.

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