“Resting in the fields, far from the turbulent space, half asleep near
the stars with a small dog licking your face”. Así describe Bob Dylan el Paraíso en Jokerman, esa canción que sigue
enloqueciendo a sus intérpretes, pues todavía no entienden si es del diablo de
quien habla, Dios, o él mismo. Pero en ella describe el Cielo, lugar en el que,
se cree, descansa ahora en paz tras haber sido la voz de una generación entera.
El poeta que luchó contra la discriminación
y el racismo, que criticó a los abusadores del poder y contó historias simples,
murió ayer rodeado de sus familiares y amigos. Como habría de ser, lejos de los
medios que desprecia, a quienes alejó siempre de su vida privada. Todo lo que
cantó y lo poco que calló lo convirtió en el merecedor de la Medalla de la Libertad, símbolo de los mayores honores civiles de Estados Unidos, otorgada por Obama en el 2012. "Muchas de estas personas son mis héroes, cada uno de los que están sobre este escenario ha marcado mi vida de forma profunda", dijo el Presidente de los Estados Unidos durante el acto.
Cuando todavía era Robert
Zimmerman (su nombre original) y tenía 22 años, el joven de un pueblo perdido
de Minnesota cantó junto a Martin Luther King en uno de los eventos más
importantes del siglo xx, la Marcha por el derecho y la libertad. En 1997
acompañó a otro hombre de la paz, el Papa Juan Pablo II, que lo invitó a cantar
en el festival de Bologna, organizado para atraer más fieles a la iglesia. Nació
judío, pero se convirtió al cristianismo en 1979.
A la sociedad de los sesenta le
faltaba juventud. Esa generación que buscaba una identidad propia y quería
diferenciarse de los adultos encontró en Dylan un joven con mirada inocente,
deseoso de justicia y verdad. La aparición de los hippies y la desaparición de
los tabúes como el sexo, la vestimenta, las carreras tradicionales y los
futuros laborales se ven reflejados en The
times they are a-changing.
Siempre lo persiguió la eterna
discusión: ¿Fue poeta? ¿Cantautor? ¿Músico? Algunos lo tildan de profeta. Nunca
va a estar clara la esencia que le definió, que lo llevó a escribir tantos
discos y cientos de canciones, incluso en sus últimos años, cuando seguía
escribiendo y recorriendo el mundo haciendo la “Never ending tour”. Lo cierto
es que las ocho nominaciones al Premio Nobel de la Literatura lo consagran como
escritor. El Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el 2007 y el Pulitzer
en el 2008 y tantos otros Gammys, Globos de Oro, honores y condecoraciones, lo postulan
como uno de los artistas más influyentes del siglo.
Desde su aparición, lo define su
autenticidad. Siempre es él, con su cigarrillo, sus rulos, sus anteojos negros
y ese look casual, simple. Siempre es él, callado frente a los periodistas, irónico
en las conferencias de prensa, negado a entregar autógrafos a sus fans, seco,
locuaz. Siempre es él, en cada canción, en cada ocasión. Nunca va a hacer sonar
una melodía exactamente igual en dos oportunidades distintas. A los recitales
solo va a cantar, no saluda al público y es puntual. Recibió la medalla da
Obama en silencio y sin expresividad alguna. Porque así es él. Un hombre de voz ronca y nasal que desacomodó
en un principio, y fue escuchada después. Porque tenía que decir lo que nadie
decía, y así fue.
En 1966 tocó por primera vez con
guitarra eléctrica. El público acostumbrado a las canciones acústicas, lo
criticó y le gritó “¡Judas!” mientras cantaba Like a rolling stone en la segunda mitad del concierto Live de
Londres. “Mienten”, le contestó al público. “Toquen más fuerte”, le dijo a su
banda.
No hay un ritmo que identifique
al famoso autor de las “canciones de protesta”. Acompañado siempre de su
armónica, tarareó el folk, cantó blues y gospel, rugió con el rock y bailó el swing.
Inspirado
por Woody Guthrie, Neil Young y Johnny Cash entre otros, él inspiró a Bono, Paul
McArtney, Mick Jagger y Eric Clapton. Entre
tantos otros más. En Argentina, sus influencias alcanzaron a Charly García, León Gieco, Andrés Calamaro, Fito Páez y el Indio Solari.
Sus canciones son temáticas, buscan la
paz y la igualdad social. En su momento dijo que la única vez que le deseó la
muerte a alguien fue en Masters of war,
canción en la que se vislumbra un grito desesperado y una impotencia implacable
frente a la muerte de tantos inocentes. Junto con A hard rain´s gonna fall
y With God on our side, expresa
mensajes antibélicos. En Hurricane
describe cuando declaran culpable por triple homicidio a Rubin Carter, un
boxeador inocente, condenado solamente por ser negro. En Only a pawn in their game y The
lonesome death of Hattie Carroll, aborda la cuestión de la discriminación
racial también. Jon Pareles, legendario crítico musical del New York Times, dice que "las canciones de Dylan se reacomodan continuamente a través de la historia y el tiempo, interpelando perpetuamente el momento presente".
Muchas de sus letras siguen siendo indescifrables. Murieron con él los significados de dichos versos. Líricos, pero sobretodo sinceros. Vino a este mundo a cantar, pero sin quererlo y sin creerlo cambió muchas mentes, transformó muchas almas y le dio color y lágrimas a un mundo que tanto lo necesitaba.
Muchas de sus letras siguen siendo indescifrables. Murieron con él los significados de dichos versos. Líricos, pero sobretodo sinceros. Vino a este mundo a cantar, pero sin quererlo y sin creerlo cambió muchas mentes, transformó muchas almas y le dio color y lágrimas a un mundo que tanto lo necesitaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario