De
vuelta sus estúpidas apariciones, de vuelta su estúpido encanto y sus palabras
fastidiosas, insoportables, que prometen lo impensado, esas cosas con las que
ella ya ni siquiera sueña, ni siquiera busca, mucho menos encuentra, y menos
aún cree que algún día las va a encontrar. De vuelta su cara, pintada de
maldad, amando el caos cuando no lo hay, queriendo algo más que solo eso que
quiso siempre y añoró jamás. De vuelta su locura, sus genes que no saben lo que
quieren pero que seducen hasta el agotamiento, borracho, ingenuo, por demás
loco. De vuelta se desilusiona y esta vez se golpea el pecho, porque sabe que
esta vez es distinta a las demás. Esta vez de todo el resto. Se separa del
egocentrismo que lo rodeó siempre y lo sacude esa viveza de a ver, date cuenta,
ya no da para más.
Porque
esta vez como todas la lleva a escribir, y le molesta.
Porque
esta vez como todas se promete no verlo más, y sonríe, sabiendo que no es
posible. Que nunca lo será. Como quien no puede escaparse de su sombra, como
quien no puede dejar las drogas. De vuelta, esta vez, como ninguna otra,
necesita separarse de esto. Que como siempre, la envuelve.
Idiota
la ilusión que los trajo a donde están hoy, estúpido el recelo de extrañarse
cuando saben que no se quieren. No mucho, no tantísimo, ni siquiera un poco.
Negadora nata, eso es lo que es. Tantos años le costó entender que le gustaba y
tantos otros le costará entender que ya, hoy, no le gusta. Pues busca otra
cosa, esa que hoy llama a su puerta y le dice “dale che, acá estoy. Dejá de
perder el tiempo”.
Pero
si tanto le costó reconocer que aquella historia eterna le importaba, cuánto va
a tardar en aceptar que esa opción que hoy se le presenta es más que una mera
opción. Más que una mera compañía. Más que un mero amigo, pues de amigo nada
tiene. Le desespera no entender la situación y no entenderse a sí misma. Pero
más le desespera no valorar eso que tanto parece querer, despreciar lo que abraza y que sus impulsos le ganen a sus
sentimientos verdaderos. Esos que esconde y que siempre va a tener el miedo de
mostrar, acoger y difícilmente, reconocer.
Date
una oportunidad se dice a sí misma, pero no puede con la energía del momento.
No puede con esa pasión que se presenta de repente y sin querer, como quien se
aparece frente a eso que pensó que estaba olvidado, enterrado, como esos libros
viejos que ya nadie mira, nadie ojea, nadie tantea… porque prefieren a unas
tales indias blancas.
No
sabe si alguna vez va a lograr hacerle frente a ese temor de enfrentarse a lo
desconocido. Es buena, ella misma lo ve en sus ojos. Y sin embargo se presenta
mala frente a la mirada de ese a quien quiere complacer. Pero las palabras
lastiman y las personas raramente cambian. Casi nunca, de hecho. Entonces por
qué confiar en alguien que a la larga, va a agarrar tu corazón y lo va a
romper. Sin piedad, como solamente los malos saben hacerlo.
Por
qué no, entonces, quedarse con aquél que sigue apareciendo. De vuelta y como
siempre. Sin avisar y de manera efímera. El que avisa no traiciona, dicen. Por
qué no aferrarse a lo seguro, al sentimiento de ese que nunca va a
comprometerse y adentrarse en un camino peligroso, por ende, nunca va a
lastimarla. No con profundidad, por lo menos. Que insólito, ríe con ironía, al
pensar que esos son los lujos de hoy.
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