martes, 18 de junio de 2013

Charlando

-Tus ojos me miran y me dicen “seguí adelante, dale che”.

-No entiendo, ¿adelante a dónde?

-No todo está perdido, en serio. Mirá todo lo que ganaste y todo lo que te queda por vivir. La enfermedad es inevitable, la muerte viene con la vida y ni vos ni nadie van a poder hacer algo al respecto.

-Sí, pero sin embargo todo se termina. (Las lágrimas le caen al entender esto último, habla con un dejo de nostalgia y se va sumiendo en una sensación que se parece a la tristeza). No soy dramático, solamente me gustan las historias de amor. Todavía me falta vivir alguna que otra. Pero a la larga, seamos realistas. El amor no es eterno y los vínculos mueren el día que me voy. Me aflige pensar que nos sumergen en este paraíso de familias felices y amigos fieles que se terminan yendo…

-¿Pero vos te pensás que Dios es cínico? ¿Qué te da todo para después arrancártelo de tu propia vida, de tu propia piel?

-No, pero el miedo a quedarnos solos me atacó, nadie quiere cargar con el peso de la vida por su cuenta. Necesito ir con alguien, sea a donde sea, a la guerra, la paz o la adversidad. Todos necesitan caminar juntos. Eso te saca de tus cajas, te llena de valentía. El mundo se presenta como un desafío interesante y una aventura que nos garantiza la alegría, y no como ese lobo dispuesto a comernos vivos. (Frena y piensa). Como nosotros, que juntos opacamos al miedo.

-Acá nadie nunca te va a garantizar nada, ni siquiera la compañía.

-(No escucha) Como nosotros, que nos encontramos en esa mirada que avasalla todo. Y sabemos que venga lo que venga, vamos a estar preparados.

-Apuntamos a una vejez de a dos.

-Y es que es heroico llegar a viejo sabiendo que con amor dejamos gente que se sigue queriendo. No importa cuántos logros uno tenga, si va a ser recordado por muchos u olvidado por todos.

-De hecho, yo soy feliz viviendo en este pueblo… apuesto a que mi nombre desaparece cuando cruce al otro lado.

-Sí, seguro. Pero alcanzó con la sonrisa que le sacaste a ese chico, con ese llanto que frenaste y esa tarde que acompañaste a tu amigo, el que clamaba a gritos tu presencia. Alcanzó con ir juntos aquél verano a esa posada cálida. Alcanzó con escribir este texto y escuchar esa canción que nos hizo llorar.

-Sobró con ir a ese recital que nos llenó de verdad y nos conmovió hasta el cansancio.

-En esta rambla que da al mar me siento abrazada por los ángeles. ¿Te pasa lo mismo? 

Se está haciendo de noche y los barcos salen a ver las estrellas. 

-Mirá, ese velero parece que con su luz quiere tocar el cielo. (Al mismo tiempo levantan la cabeza y miran la luz del velero, y como sincornizados, juntos también siguen con su mirada y miran al cielo. Yo que los estoy viendo les digo, es muy cómico). Nos está esperando ese asado íntimo, pero no quiero abandonar esta sensación que solo el aire nos puede dar.

-¿Cuál?

-El de sentir que somos inmunes, incluso a la muerte. Que esto va a atravesar ese límite infalible y siempre, sin importar cómo, nos vamos a dar la mano a través de los abismos imposibles. 

No hablamos como escribimos, pero sí sentimos así. Ambos lo sabemos, y con eso alcanza.


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