Lo prostituyeron todo. Las calles
por las que caminaron, los documentos que firmaron, los cigarrillos que fumaron. Y los que no, también.
Todo cuanto tocaron, todo cuanto vieron.
Los taxistas acechan la aglomeración y
escapan de los pueblos, van en busca de ese humo que todo lo consume, mucho y
en vano busca, pues a nada llega. Con sus garras desean el deseo de desear todo
cuanto puedan agarrar, y con sus dientes intentan devorarse hasta el alma. Por el
interior de los pueblos claro, nadie pregunta. Se limitan a correr a donde
corren todos. El humo, la oscuridad, el gris, el cemento, las luces rojas, todo
lo artificial todo lo sublime toda la superficie de polvo y ruinas pueden más
que la desolación y el verde, los ríos y el cielo, el aire puro y la paz.
Los músicos viajan a las
capitales del mundo para que los conozcan, los artistas pintan campos para que se
vendan en las ciudades, a los jóvenes no les alcanza con sexo droga y rock n
roll, quieren más. Todos quieren más.
Todos quieren más de todo. Mientras, los clásicos se vuelven prehistóricos,
la historia avanza precipitadamente y como quien corre para que no lo atrapen,
centenares de generaciones que quedaron en el olvido, familias que fueron
enterradas, descendencias sin continuidad alguna, especies que se extinguieron,
palabras que cesaron de existir, canciones que vivieron y murieron con el
recuerdo de quien las pensó.
Cartas que por viejas se
volvieron amarillas, esa tinta que se borró pero que en algún momento conmovió.
El viejo que murió solo y abandonado en aquella casita de campo, junto a sus
vacas en una tarde de invierno y frío. El bañero que no pudo salvarla. Y en
ella, el amor que perdió el mismo día que lo encontró.
Ahora entrelazan sus manos, esas manos
que si se agarran con el meñique, simbolizan la amistad. Esas manos que cuentan
historias, dan media vuelta entre sí. Sus dedos se rozan y al hacerlo, se
cuentan todo lo que no se dijeron, las uñas la acarician sin lastimar. Ellos se
limitan a tocarse entre sí. Lejos de buscar lo prohibido se contentan con
agarrarse y amarse en el tacto, sabiendo que en ese instante de la creación y
del todo, son lo único que existe, sintiendo que son solo eso, dos manos que se
buscan y se encuentran en la alegoría del amor, la epifanía de lo que alguna
vez fueron, ni siquiera sueñan con lo que puedan llegar a ser, ahora son.
Nunca más volvieron a preguntarse por ese pasado que nunca
fue. Siguieron como todos, caminando por esas calles grises, rodeados de polvo
y humarada, lejos de la hojarasca y cerca del cemento descarado que se cuela
entre sus zapatos sin vergüenza, recordándoles lo lejos que se encuentran de lo
que aman. De los árboles verdes, y claro, no podía ser de otra forma, en ellos perdura la
distancia imposible que los aísla a uno del otro. El pasado existe, y basta con que uno lo recuerde para que siga vivo.