Las ballenas vuelven al mar para morir en paz. Nadie entiende
por qué habían escapado, como exiliadas, trepando por los acantilados,
sangrando, sufriendo, arrastrándose como podían con sus aletas. Pero la tarde
empieza a asomarse, el sol baja, la luz del cielo se va y alguna que otra
estrella aparece clara, tímida, grande. Blancas y negras, otras más negras que
blancas, ruedan barranca abajo y tropiezan contra otras, empujando a su vez a
las que se van encontrando en el camino, y uno siente paz al ver que finalmente
llegan al agua, que lava la sangre y cura las heridas. La sal cicatrizará los
golpes. Parecería que aquellas que ya llegaron al agua alientan a las que
todavía siguen allá arriba, en las piedras. Se escucha alguna especie de
aullido de dolor, y de aliento, o de una madre llamando a su ballena bebé. Quién
sabe. Lo cierto es que en eso el mar calmo comienza a subir. Esto les facilita
la tarea a las ballenas que con tanta dificultad y dolor intentan llegar a su
hábitat. Hay unas más débiles que parecieran haberse dado por vencidas y se
quedan en sus lugares, empacadas, esperando que suceda algún milagro. Pero
empiezan a darse cuenta de lo que está pasando; hay algo de humano en todas
ellas, seres inteligentes que buscan sobrevivir y ayudarse entre ellas. Ven
entonces cómo el agua sube y se lleva con ella a cada una. Se lanzan a nadar
con energía, toda la costra seca que tenían en el lomo se hidrata enseguida y
nadan, nadan por todos lados. Ya casi no queda ninguna ballena perdida en las
piedras. El sol ya tocó el mar (o eso parece, debido a la forma redonda de la
Tierra – ¿o debería llamarse Mar?) y un reflejo dorado baña la inmensidad,
delatando algunas ballenas allá a lo lejos, que saltan y largan agua. Finalmente
ya no queda ninguna en los acantilados y el agua vuelve a bajar, habiendo
cumplido su función; y ahora todas ellas pueden morir donde nacieron.
La imagen remite al Apocalipsis, dolor, sufrimiento y
entonces, un baño de sanación y paz. Recuerda entonces la ciudad en la que
nació, y entiende que existe en una realidad paralela a la de hoy. A veces es
necesario viajar con los ojos cerrados para contemplar la belleza que está viva
en cada rincón. Solo hace falta estar alertas y verla. Porque es cierto que el Infierno está vacío y que en la Tierra viven los demonios, pero en lo más profundo y sincero de la naturaleza del ser humano -y la naturaleza misma- existe la bondad.
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