Es cómico cómo buscamos soluciones a problemas que no
existen; cómo buscamos respuestas a sensaciones que sólo la música y los libros
templarían. Templanza: estar en paz con uno mismo, volver a las pasiones de
uno, olvidarse un rato del deber ser para pasar a ser. ¡Las respuestas están en
uno! Claro que el psicoanálisis ayuda, pero “Joey” de Bob Dylan, cura. Y el
alma vuelve a sonreír.
Fin de año, las mismas emociones que se cruzan y se aprietan
unas con otras como los piqueteros caminando por la nueve de julio, con humo y
bengalas, palos y capuchas, sed de violencia y fuego; nunca nada alcanza,
siempre es necesario volver al circo, exigir en lugar de hacer, reclamar en
lugar de trabajar; es más fácil si nos dan todo gratis, todo de arriba, todo y
más. Quiero lo que es mío, lo que me corresponde. ¿Pero qué es mío? Más que
este presente incierto, este microsegundo de calma y seguridad. El pasado no me
corresponde, el futuro es un verdugo disfrazado de traición, quién aguarda del
otro lado de la puerta, quién vendrá a tranquilizar las penas del mañana, quién
nos hará sonreír, llorar, quién ha de morir antes de lo esperado. El traidor
que toca la puerta por la noche, cuando menos lo esperamos, viene a recordarnos
que no estamos vivos porque lo elegimos sino porque Dios nos mantiene con vida,
hace que el cuerpo siga funcionando, las piernas sigan caminando. Eso da un
poco de tranquilidad y nos libra de cierta responsabilidad, es innegable.
Cuántos temas convergen en estas palabras, cuánto hay por
librar, cuántas emociones aplastadas contra la tierra de una villa, en la que
una madre que perdió a su hija a costa de un novio celoso y con ganas de matar
la dejó encerrada cuatro días muerta mientras por teléfono se hacía pasar por
ella. Cuántos chicos vomitando gusanos a falta de cloacas y agua potable,
cuántos buscando consuelo en la droga con tal de no sentir el hambre y la
soledad. Cuántos misterios están escritos en el cielo; dibujados con lápices
blancos, si forzamos la vista se pueden ver, claros como el agua: por qué
algunos nacieron con tan poco, aislados y sin amor. Desnudos de todo como los
animales. Si la misericordia existe, ¿por qué estuvo tan mal repartida? ¿Acaso no
merecen ellos algo mejor? Consuelos como los últimos serán los primeros. ¿Pero no
son dignos de vivir bien ahora, antes de morir, antes de alcanzar el Paraíso? La
vida dulce y la vida breve es un regalo para todos, no se supone que debería
ser un martirio, una lucha. Quiero creer que todos –hasta los más miserables,
los más desdichados, los más pobres de amor- puedan experimentar algunas de las
bellezas mundanas y celestiales, haces de luz y de sombras, señales del mundo
mágico y paralelo en el que las mujeres no tienen que cruzar pozos de barro para
ir a trabajar, ni tienen que bancarse que sus maridos las dejen encerradas para
después pegarles con palos hasta el cansancio, donde los hombres no tengan que
recurrir al paco para no sentir tanto frío, donde los chicos no se enfrenten a
la muerte todos los días de sus vidas.
Nada de psicoanálisis, por ahora me salvará el arte.
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