El aire de octubre brilla
mientras reunidas, brindan por el azar que las rodea: infinitos factores
tuvieron que darse para que estuvieran aquí y ahora. Para empezar, el Origen
del mundo, la explosión, la Palabra, el cosmos, la galaxia inmensa e imposible,
los animales, el homo sapiens, alguna decisión voluntaria y algún que otro
accidente más y entonces pum, Uruguay, la ruta, el paraíso, las estrellas, una
cerveza y en ese momento de la historia, el brindis. Un tanto despojadas de la
rutina, de las familias, de la Tierra Amada y habiendo olvidado sus
obligaciones, trabajos, teléfonos, concentradas únicamente en pasarla bien y
disfrutar, viven el momento perfecto creyéndose indestructibles, consagrándose
una vez más como amigas, reforzando el vínculo y sellándolo de vuelta con
plasticola para guardarlo en una cajita de oro. Los vasos fríos se chocan entre
sí sobre una mesa cuadrada, alguna que otra lágrima hace fuerzas para no salir,
y mientras tanto, dos neuronas se encuentran, buscan una sierra y rompen un
hierro. Qué es la impunidad, al carajo con el esfuerzo, me cago en estas
pendejas que vienen acá a pasarla bien. Vos revisás el cuarto del fondo, yo me
llevo todo lo que encuentro en este y después vemos qué hacemos con los otros
dos. ¡¡¡Boludo la alarma!!! Agarrá lo que encuentres y vamos. Pam pam pam pam
pam pam pam dale, acá abajo hay algo, una valija, allá hay otra, ¿eso qué es?
Creo que es una computadora o algo así, agarrala, dale. En frente hay otro
cuarto. Pero no llegamos. Pero de ahí salían haciendo ese desfile pedorro
mientras la otra las filmaba, por ahí hay algo. No, no pruebes que no hay
tiempo. Acá encontré guita en la billetera roja. ¿Agarraste esas mochilas?
Vamos. Subamos. Tras brindar, con luces de colores y pétalos de rosas que caían
alrededor, recuerdan viejas historias, viejos cuentos, viejos viajes. Vuela una
valija por el aire. Se ríen y comparten. Les desgarran un pedazo de intimidad.
Podría haber sido peor, pensarán después. Podría haber sido mejor, dicen los
villanos, una hora después, revisando todo, defraudados. Esa computadora tirala
a la mierda, un fiasco el laburito de hoy. Feliz día de la madre vieja, mirá el
vestido que te traje.
La noche sigue su curso y con ella, las ganas de gozar. Después de
seis cervezas, Charles Chaplin y alguna que otra cosa más, vuelven radiantes.
Cada momento supera el anterior, dicen en voz alta con el afán de no
acostumbrarse. Date cuenta, es así. Confiadas y como pancho por su casa entran
nomás riéndose, metiéndose poco a poco en la boca del lobo. Viendo sus
teléfonos y charlando cada una va para su cuarto –una sube las escaleras
(ayyyyyyyy) para tomar agua- cuando la del cuarto del fondo dice, con cierta
duda y temor, “chicas nos robaron”. Qué ridiculez es esa, los cuartos eran un
quilombo de ante mano. Pero esa duda se esfuma y entonces con 100 por ciento
convicción, señala: Nos Ro Ba Ron. Y entonces, panic attack everywhere. La
sedienta que segundos antes había subido las escaleras, conecta cables: frío en
el living, ventanas abiertas, bidón en mano, la de abajo gritando que robaron…
sus piernas inteligentes se arrastran como quien quiere la cosa, sin
tropezarse, viendo y divisando cada metro para no resbalar. Su cabeza solo
piensa una cosa: l a c o m p u t a d o r a. En cámara lenta, con el pelo al
viento, el bidón de agua en mano, todo alrededor frena. Despacio, bien bien
despacio, de a poco, primero una parte y después el resto, va pareciendo la cara
verde, desesperada, lenta, gesticulando y emanando locura y un poco de miedo. Suena de fondo all the tired horses in the
sun de Bob Dylan. Todas nos damos vuelta al mismo tiempo y la vemos, despacio,
entrar al cuarto. Nadie entiende cómo no se cae. Lenta, la imagen continúa,
fría, milimétrica, enfocándose en esa cara verde, un poco amarillenta a punto
de caer al piso. Entra finalmente al cuarto, ahora vuelve todo al ritmo
acelerado, pim pam pum, corrobora que estén las cosas, tiemblan sus piernas
entonces y algo la mantiene de pie. Llamamos a las dos que siguen lejos de todo
esto, que siguen brindando por ahí, ingenuas y felices, con pajaritos de
colores y mariposas y pétalos de rosa. 911, Prosegur, una mente superior que
organiza el operativo cómo–actuar–cuando–hay–un–robo– y en el medio de todo el
quilombo, la niña del grupo llorando y queriendo escapar de la situación. Me
quiero ir, dice la niña, me quiero ir, quiero ir al auto, quiero ir a un lugar
con gente, quiero ir a un lugar con luz, me quiero ir. Pero entonces recuerda:
no puede irse sin algo, cómo la había olvidado, shame on you!!! Ahora sí,
querida mía, ahora sí, con mi toalla voy a donde sea, dice, con mi toalla.
Agarra entonces sus pertenencias, se calza la mochila no robada, la toalla no
robada, se lamenta por la billetera robada y los 3 mil pesos en tickets que
tenía para rendir en la empresa de sus sueños, y se dispone a irse. Mientras
tanto, los pollitos todos juntos, unidos y miedosos ven la escena del crimen:
no se toca nada, no se pisa nada. Ropa por todos lados, valijas dadas vueltas,
ventanas abiertas, y entonces, descubren el acto morboso: rompieron un barrote
y entraron por esa ventana. Todas miran y todas tienen el mismo escalofrío. La
cortina blanca vuela en la oscuridad que seguramente esconde al criminal (si es
que con suerte no sigue adentro de la casa), la colcha de la cama arrebatada y
la marca de las manos que la levantaron permanecen intactas. Y llegan entonces
las otras: la cara negra de rímel y lágrimas, el pelo revuelto y un llanto
desconsolado, resignado, ahogado. A tal punto la desilusión que sus ojos
pierden el miedo. Llora y grita en la oscuridad del bosque –donde nuevamente,
quizás se escondan los culpables de semejante desdicha y quienes quizás sigan
con hambre de destrucción- y se empaca a llorar y a gritar que le robaron todo.
Incredulidad y shock empapan a la otra que llega. Entra en un estado de trance
al ver por primera vez en veinte años entran a la casa. Era en serio. Era
cierto. Alguien entró. Alguien rompió una ventana y se metió. Se llevó sus
cosas, su ropa. Se llevó todo. Todo se llevó. Le llevaron todo. Le robaron
todo. Todo le robaron. Todo. Le robaron. Todo. Amex, Visa, billetera, ropa,
todo. Todo. Todo. Le robaron todas las bombachas. Quién mierda es Zulma, no sé.
Pero que se considere despedida. Econtré mi billetera!!! Grita la de los
tickets para rendir, sonriente, reluciente, feliz, radiante, y no lo disimula
ni un poco. Eso sí: los chorros tuvieron el tupé de desordenarle la valija y
mezclarle lo sucio con lo limpio. Mierda.
Pero no todo está perdido: llega entonces un actor disfrazado de
policía que finalmente y por primera vez en su larga carrera como comisario
pudo lucir sus mejores dotes. Hagamos de cuenta que soy la CIA, pensó. Y fue
recorriendo paso a paso la escena del trueque "ropa y plata a cambio de
más libertad", sospechando de cada marca en la pared, de cada bombacha
tirada, de cada vaso distribuido por la casa. No toquen nada, todo puede servir
como prueba: de acá podemos sacar huellas digitales, de allá alguna prueba de
saliva que nos ayude a encontrar al agresor. Mhm, interesante, interesante, y
va midiendo con cautela cada paso que habrían dado los sospechosos unas horas atrás.
Que la plata va y viene, que podría haber sido peor, que gracias a
Dios no hubo ninguna desgracia. Que de esto se sale y con las horas, la
sensación asquerosa desaparece; que no hay nada que la amistad y el mar no
curen, que cada momento supera al anterior, que es agotador e inquietante ser
inmensamente feliz. Que da ganas de aprehender cada segundo, cada recuerdo,
cada mirada y cada risa. Que el sol brilló largo y tendido, que el agua empapó
y se llevó con ella toda amargura, que la historia y el cosmos se aliaron para
que se conocieran, el azar y el Amor tuvieron algo que ver; y que el misterio
late constante, adentro, pero en el intervalo entre la nada y lo otro, elegimos
vivir con intensidad, sintiendo y vibrando con todo.
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