“Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un
rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos
dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al revés”, Rayuela -Julio
Cortázar.
La lluvia entra en mi piel como entra el café, el frío, tus
ojos. Que no me digan que me tengo que conformar con lo mundano si pertenecemos
a otra tierra. Cuál es el origen de semejante ritmo mientras el amor nos hace.
Cuál es la intención de tus manos que quieren tocarme, cuál es la historia que
nos inventó, los pájaros que decidieron volar el día que optaste por la verdad.
Cuál es el fin de todo este absurdo. Cuál es el aire que te respira, cuál es el
basural que junta todas las palabras que no nos dijimos, cuáles son las vías de
tren que esconden todas tus miradas. Cuál es el jardín con los poemas que no me
escribiste, cuál el cielo que nos espió. Cuál es el sentido de aclamar aullar
suspirar rogar –plegaria, oh plegaria, oh plegaria plegaria- por un mundo sin
injurias, calumnias, injusticias como la de existir y que no vivamos juntos.
Sin que se encierre a los que piensan diferente y los humille y los convierta
en ejemplos para la historia, ejemplos de lo que no se debe ser. Cuáles son tus
razones, tus encantos, tus vueltas. Somos niños inmaduros que no saben lo que
es el amor, somos idiotas que buscan algo que no existe, somos gente que no
sabe lo que quiere pero no para de buscar lo que piensa que es mejor –o peor,
ya ni sé-, somos adictos a sustancias imaginarias que nos hicieron creer que
eran reales, somos ambiciosos con los sueños, somos aves que vuelan sobre los
océanos queriendo ver lo que hay debajo de ellos, somos árboles que no se
mueven cuando hay tornados, somos Allen Ginsberg tratando de ser heterosexual y
Neal Cassady tratando de tener un amorío con Ginsberg mientras extraña el sexo
en Denver, somos más que los humanos menos que los perros, somos almas
desesperadas con sed de vida, dispuestos a dejar lo que amamos por algunas
inmundicias, y eso lo digo sin dignidad. Somos el violín en una noche sin
estrellas, el beso que me diste y quedó pegado en mi piel para siempre. Somos
nada. Si la nada no es la nada misma. Somos el mundo que se desploma ante los
ojos del resto, dos astros chocándose entre sí, el todo convirtiéndose en polvo,
un pedazo de luz, un poema.
Bailan, bailan todos menos vos. Baila la gente que se cree
feliz, bailan tus manos aunque saben que me perdieron, baila todo, bailan los
pobres, los drogadictos, las monjas, los corruptos, los presos, los políticos,
los viejos, los moribundos, enfermos, sanos, niños, mentirosos, jardineros,
árbol y cárcel. Somos ese rayo que sigue esperando para partirnos al medio,
a los dos, para dejarnos estaqueados en la mitad de algún patio. Pero lo que yo
no sé es que vos siempre fuiste ese patio enorme, gris, vacío, sin plantas, sin
nada, sin rastros de mí.
Ruge la noche y el éxtasis de estar vivo, caminan los
animales en la noche del desierto, las calles de la ciudad se preguntan qué
pasó con la historia, en qué tumba duermen los abrazos, adónde fue la compasión,
cuándo la miseria le ganó a la paz, cuándo las ganas murieron desangradas peleando contra el miedo.
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