Cuando nos
conocimos no había expectativas, no había esperanza, no había ilusiones ni amor
ni cariño ni recuerdos ni abrazos ni una botella de vino vacía. Cuando nos
conocimos no había noches en común, no había playa compartida, no había besos.
No había riesgos ni algo que perder. Solo había vida por vivir ahí
esperándonos, había lunas, noches, un verano por delante esperando ser vivido,
bailado. Pero los días pasaron, se convirtieron en un pedazo de nuestras vidas
y como todo, lo poco que había se corrompió. Bien por mí, bien por vos, porque
empiezo a creer que en esta vida todo tiene un fin y me acostumbré a la idea,
tanto que ya no me molesta o aunque sea poco duele. Poco, lo suficiente como
para seguir viviendo como si nada, en pedacitos de piedra nos hemos convertido.
Si es que todo hubiera terminado ahí, donde debía terminar. Pero uno quiere
entender lo que el corazón ni siquiera entiende, y me quisiste explicar cosas
que yo bien sabía, solo para entenderte mejor a vos mismo. Nadie nos obliga a
amar, a estudiar, a trabajar, a actuar correctamente, a vivir con conciencia.
Nadie nos obliga a ser fieles, honestos, generosos, buenos, amables, gentiles. Podés
ser muchas cosas, a mí especialmente me gusta cuando cantás o cuando dormís.
Cuando manejás por el campo y el sol te pega en las manos, mientras fumás y me
sonreís, porque la ruta te hizo acordar que estaba al lado tuyo. Pero no es
digno no saber a dónde ir o qué decir. Probablemente cuando nos demos cuenta de
esas cosas, se habrán ido los años.
Compañero,
amigo fiel, hermano, desconocido, durmiente: despertá, esta es la vida. ¿La luz
en el fondo del túnel? No sé siquiera si existe, tal vez haya solo mierda al
final del camino. Pero somos libres hoy de decidir y vivir de acuerdo a
nuestros sueños, anhelos, equivocaciones; tantos caminos errados debemos de
agarrar. Porque no hay expectativas. Solo nos conocemos, solo estamos vos y yo,
solo sos vos y tu verdad, vos y vos mismo. Punto final. Nadie que nos juzgue,
ni siquiera yo ni siquiera ellos. Nadie que te critique, nadie que te
desprecie.
Es insólito
que con tanta seguridad me expliques cómo me ilusioné con algo –solo me ilusioné
con mundos paralelos, solo viví- cuando sos vos quien reanima con sus palabras
una historia. Yo solo fui amable a través de las estrellas, ingenua con el sol,
espontánea con la música. Al menos mis ganas no se quedaron apretadas contra el
sillón que nos hizo eternos, al menos no uso máscaras ni me escapo del mundo, a no ser que se trate del fantástico, entonces nos ponemos las alas y vamos todos allá.
Salí a
vivir sin ellos, sin mí: hay una ruta que te espera, una vida que te clama, un
árbol que te sueña, algún amor lejano que te querrá. Mientras tanto, cada uno
es lo que cada uno tiene. El piano seguirá sonando adentro nuestro, pero para
hacerlo sonar hay que andar, andar con ganas, con pasión, con razones, aunque
las razones sean las meras –y ya prostituidas, gastadas, agobiadas pero
sinceras- ganas de andar.
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