Cómo expresar lo inexpresable, cómo comprender que
simplemente hay momentos luminosos, que provienen de otro lado, de otro mundo,
que responden a otras leyes –o la falta de ellas. Ver cómo se disuelve de
repente el mundo, en un instante, cuando comprendemos que hay cosas que la
lógica no ve, que el corazón tiene razones que la cabeza no entiende, que el
amor, como así decidieron llamarlo, es mucho más que las palabras, que las
imágenes, situaciones, emociones. O es eso y mucho más, es eso y es todo el resto,
es la canción de Titanic que revuelve las entrañas, es la última frase de cada
película de amor, son las palabras que proclama Fitzgerald en Gatsby, es la
rendición a todo, creer que este mundo no es lo suficientemente fuerte como
para bancarse una historia semejante. Por eso los barcos se hunden, por eso
Romeo y Julieta es una tragedia, por eso los terceros aparecen, por eso la
gente impone leyes ridículas, la vida molesta con las diferencias que nos
separan, con océanos que hacen las distancias enormes, las edades que rompen
con todo, caprichos del destino, trabas insoportables, sinsentidos,
atrocidades, frialdades, muerte, infidelidad, enfermedad, ruptura, traición, de
vuelta el dolor y esas cosas. Por eso me agarraste la mano y me dijiste “Que el
mundo espere, hoy nos toca a nosotros”. Y así fue. Por una noche los autos
dejaron de andar, los semáforos dejaron de funcionar, la gente durmió, las
estrellas brillaron pero el mundo se quedó quieto. Los animales deambulaban a
oscuras, los bares cerraron, el viento movió los árboles y vos me hiciste mover
a mí y con un beso me enseñaste que hay algo más allá de todo, que las cosas no
se remiten a lo que uno ve o entiende. Que podemos hacer nuestro lo que es
nuestro, que la noche ilumina la ciudad y se puede encontrar la felicidad en un
bar oculto que esconde esas historias que jamás podrán ser ni nunca podrían
haber sido. Que las flores son más lindas para los ciegos porque aprehenden el
olor, la textura, la suavidad, la misma con la que paseamos esa noche,
cuando las sábanas se movieron al ritmo de la luna, que cantó, sonrió y se
sonrojó. Son esas vueltas del destino, es la vida diciéndonos que la felicidad
es esto y nada más, que dejemos de buscar el amor porque el amor nos va a
encontrar a nosotros, así como la música encuentra el alma y el alma encuentra la
luz. Paz mental y entender que estamos completos. Y por último, la mirada. Sentir que los astros se expanden,
que el universo me abraza, que los pájaros vuelan todos juntos hasta el fin del
mundo mientras el sol se esconde en el mar en una playa infinita, que los dos
seamos uno con el rayo de luna que nos encandila, que los sirvientes del
destino –o los amos, vaya uno a saber- rían viéndonos, entendiendo que todo se
dio como se tenía que dar. Que el romance y esas cosas absurdas se rindan a
nuestros pies, porque nada se asemeja a la realidad que juega con ser fantasía.
Sentir más, viajar más, amar más, ver más allá. Porque las estrellas no son
meramente estrellas. Son haces de luz, milagros de los sueños. Los campos son
verdes porque la paz es de color verde y el mar es azul, transparente como tus
ojos, como la verdad. Porque la traición, la infidelidad, la muerte, el dolor y
esas cosas se rinden frente a la lucha eterna, donde los enamorados pelean con
besos y se defienden con amor. Se trata de esas noches luminosas, eternas, que
todas juntas, puestas una al lado de la otra y una encima de la otra y una
atrás de otra, forman eso que nos gusta llamar magia. Pero a diferencia de lo
que pensamos, nada de eso es imposible. Solo hace falta abrir el alma y darse
por vencido.
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