En algún lugar debe haber un
basural donde estén amontonadas las explicaciones. Es esta la frase que
quedó dando vueltas en su cabeza, girando y revoloteando para cualquier lado,
sin dirección alguna, solo dejándose llevar, impulsada por la nada y yendo hacia
el todo, saltando insistente, corriendo insurgente, revoltosa, inquieta como
ella. Como ella esa noche que fumaba para no pensar, para no mirar la realidad
que la acechaba en esa noche mojada, de lluvia, fría, plagada de perros que
corrían, de vuelta, para ningún lado. Y las ideas seguían, y la frase se le
pegó al cerebro como una calcomanía, esas insoportables que aparecen pegadas en
los autos en verano... porque algo le había querido decir, esa frase de Cortázar
que leyó en ese libro, esa tarde de verano juntos en la que se acordó que debía
seguir con su vida, lejos, sola, y entonces se despidió.
Se dijeron adiós como quien se
saluda para no saludarse nunca jamás, como esos enamorados que se dicen adiós, uno
desde un colectivo y otra desde la terminal, a través del vidrio que los
separa, a través de esos pocos metros, que en minutos se
convertirán en kilómetros, cientos, miles, y ya no kilómetros sino años. O tal
vez una eternidad.
Y las explicaciones nadie las
tiene, solo aquel basural que vaya a saber uno dónde se encuentra, ese con el que los
poetas se tropiezan en su corazón mientras que los criminales saben que anda
dando vueltas en alguno de esos callejones oscuros, sin salida, tenebrosos como
ellos mismos, más fríos que esa noche en la que fumaba para no pensar, para no
pensarte. A vos, a nadie más que a vos. Dónde andará ese basural, dónde estarán
las respuestas de los libros con finales abiertos, las respuestas a los
sentimientos de dolor, a la razón de tu existir, a la causa de la muerte, o
mejor, de la vida. Por qué esas especies se extinguieron, por qué no pudiste
amarme, por qué se enfermó y murió, por qué hemos de encontrarnos y despedirnos
para no volver a vernos. Y por qué, por qué esos años que antes eran kilómetros
que algún día fueron solo metros se convirtieron en un mero espejismo,
transformaron nuestra historia en un juego cínico, una burla para los
enamorados, una ilusión tan lejana que ahora temo que no recuerdes.
Porque alguna vez lo fuimos todo:
aunque haya sido poco corto triste y rápido, aunque haya sido por una noche o
dos, aunque haya sido una vida, los dos jóvenes y estúpidos y más ingenuos que vivos, seguí recordándome. Yo te recuerdo como esa noche que nos envolvió, en
la que los dos supimos que ni un vidrio ni un metro ni un millón de kilómetros
podrían separar tu sueño del mío. Que era, para no perder la costumbre, el de soñar
juntos.
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