domingo, 11 de agosto de 2013

Es una epifanía

Es una  epifanía. Tanto costó, tanto se preguntó y cuando menos lo esperó, llegó, le tocó las puertas de la razón y le atacó el corazón sin piedad. Entre haces de sombras y poca luz aparece ese destello que se muestra sin revelarse del todo, en una noche como cualquier otra en una semana de pasiones movilizadas y arrebatadas y un tanto avergonzadas. Sin saber bien por qué, sin captar en profundidad las razones de semejante desazón, sufriendo por algo que seguramente sería en vano, sabiendo que no se justifica pasarla mal cuando no tiene una, sino INFINITAS razones para sonreír. Y ahí está, buscándole la quin- la sexta pata al gato. Son estos momentos en los que agradece ser simple. Todos tenemos recaídas y planteos idiotas alguna vez. Pero que no se haga rutinario, pues conlleva a la miseria, y con ella, a la infelicidad.

Pero como buscadores natos de la Verdad nos alegramos cuando finalmente entendemos el porqué de una tristeza que parecía no tener fundamentos. En este caso se trata de esa inquietud que nos obliga a ponernos mal. Y es eso de tener tanto y hacer tan poco. Cuántos viven quejándose por cosas que parecieran sobrepasarnos, y esos quejosos están bañados en capacidades y aptitudes que puestos al servicio de los demás, hablaríamos de héroes. Pero se limitan a verlo todo desde afuera, sin ser a veces protagonistas de sus propias vidas, entendiendo la vida como ese estado en el cual nos preocupamos por nuestros bienes y nuestros amados. Y a penas duras, por el resto. Me incluyo.

 Se empieza por casa, sí. Pero hoy no me alcanza con amar solamente a los que me aman. Quiero amar más, concreta y fervientemente.

“A los que se les dio mucho, se les pedirá mucho más”. Los talentos se nos fueron dados para que los multipliquemos, los invirtamos en amor, vida, generosidad. Esa es la raíz de la desesperación que nos asecha, la culpa que nos carcome las sienes. Juntos es más fácil. Eso siempre. 
  
Todos somos distintos, y la riqueza de la diversidad se funda en que prestando nuestras manos al mundo y a todos aquellos que nos rodean –y tanto lo necesitan- armaríamos redes de pasiones; me gusta pensarlo como poemas hechos cuerpos, canciones materializadas en actos. Respiraríamos ilusión, seríamos ejemplos de la caridad, anhelaríamos humildad y amaríamos tanto que querríamos morir, constantemente, por amor y nada más.  

Por eso, no estemos tristes. Porque allí en nuestras raíces, están intrínsecas las razones que nos inquietan: querer ser más buenos y más flexibles y más amigos del amor. 

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