Finalmente entendió ese amor que describen los libros que amamos, ese que vemos en las películas que construyen los productores de anteojos grandes y corazones sensibles, que tan secos parecen pero que se derritirían con tan solo una oruga que se transforma en mariposa. Finalmente entendió que dichas cosas existen, que el alma se paraliza no solo cuando se asusta sino también cuando se encuentran, cuando se ven inesperadamente, cuando rozan sus manos bajo la luz del sol. No entendió, lo sintió, esa sensación que le brinda una canción que ama y ahora esa música cobra otro sentido. Compartido todo es mejor, nada le aburre pues nunca está en soledad. O si, y esos momentos en los que se separan se extrañan. Ese sentimiento que trae el verano, y no está hablando de ellos, habla de ellos. Ruta y más ruta que la hace recordar, pero se voltea y ve eso que tanto añora, que ahora duerme y quizás en otra vida no existiría, tal vez en otro mundo sería otro... Como el galopar de los caballos en manada, que pisan fuerte el pasto y no dan zancadas sin dejar rastro en la tierra, así de veloz y así de feroz y así de fuerte e incluso así de imponente la hace sentir. Esto no es una carrera. No importa llegar, importa caminar y caminar lento, a veces sí correr, mas disfrutar de cada paso que se da, del aire que siente cuando se anima a levantar la cabeza, del rugir de las bestias que a veces los rodean y frente a ellas hacer oídos sordos: a las falsas acusaciones que en vano y lamentablemente siempre existirán. Que los dejen ser pues y que los dejen andar a su ritmo, que al fin y al cabo nada los apura. Y si de algo se arrepienten, tienen una vida eterna para hacer lo que no hicieron entonces. Y ahí sí, ahí sí que no hay tiempo alguno que apure.
martes, 5 de febrero de 2013
Para siempre, amor
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