martes, 25 de diciembre de 2012

Luz en sí oscuridad para mí


Lo lindo de la felicidad es que se esconde en la simpleza. Lo grande de la profundidad es que permanece en lo pequeño. Menos es más y cuánta más autenticidad hay en las cosas, más únicas son. Menos hay y más las quieren. Las aman. El reconocimiento de un castigo está en la sabiduría de ver el error, y claro, tratar de evitarlo en un futuro. La Navidad es un tiempo de paz y la paz trae tranquilidad, porque nace la verdadera vida. Fiesta por excelencia, paz infinita y esperanza que conlleva su vida, esa que nos hace creer en que un mundo mejor es posible. Hoy y mañana la gente deja de pelear para abrazarse, deja de gritar para escucharse, deja de ver lo que no tiene para agradecer lo que le fue dado con amor y sin condiciones. O si, amar al otro, por qué no.

Ansían el porvenir con expectativas y recuadran un próximo destino con canciones y en algunos casos, bailes. No piden mucho, o tal vez sí, pero elijen dejar sorprenderse por lo que vendrá, nunca opacar las ilusiones con peleas absurdas y discusiones que en vano le dan sombra a algo imposible de oscurecer pues la luz es más fuerte que la niebla. Y al son de los pájaros que dibujan la melodía en el cielo se acerca la Navidad y con ella las ganas de encontrarle un sentido verdadero, el renacimiento del amor, del AMOR perdón, de la vida, de la verdadera buena vida. Familia para abrazar y amigas para conmemorar lo que se viene, playa y más playa y cuanta más playa mejor. La actitud (y todo en esta vida se trata de actitud) es disfrutar del momento teniendo en cuenta que trascendemos, amar y alegrarse de los pequeños destellos, mirar el presente pero posando una mano en el mañana, y claro, con un pie firme en el pasado. Festejar mientras así se pueda, vivir si nos dieron vida, cantar si tenemos voz y sonreír porque es gratis y hace bien. Escuchar la música que nos regalan, entender el ciclo de la naturaleza y respetarlo.

Un brindis que encierra una vida de abrazos, burbujas que flotan en el aire como palomas que no van a ningún lado, una guitarra eléctrica imaginaria en esos dedos que jamás sabrían tocarla –o quizás en otra vida sí- y velas colgadas como guirnaldas que derraman cera. Toda esa luz (imposible pero posible en otra dimensión) que enceguece cada vez más a algunos, se apaga un poco para que un par la puedan mirar. O mejor dicho, acercarse sin quemarse. Ese es el secreto. Acercarse sin quemarse y entender, que si estiramos un poco más los brazos, nuestro cuerpo desvanecerá y seremos solamente almas. 

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