Lo
lindo de la felicidad es que se esconde en la simpleza. Lo grande de la
profundidad es que permanece en lo pequeño. Menos es más y cuánta más
autenticidad hay en las cosas, más únicas son. Menos hay y más las quieren. Las
aman. El reconocimiento de un castigo está en la sabiduría de ver el error, y
claro, tratar de evitarlo en un futuro. La Navidad es un tiempo de paz y la paz
trae tranquilidad, porque nace la verdadera vida. Fiesta por excelencia, paz
infinita y esperanza que conlleva su vida, esa que nos hace creer en que un
mundo mejor es posible. Hoy y mañana la gente deja de pelear para abrazarse,
deja de gritar para escucharse, deja de ver lo que no tiene para agradecer lo
que le fue dado con amor y sin condiciones. O si, amar al otro, por qué no.
Ansían
el porvenir con expectativas y recuadran un próximo destino con canciones y en
algunos casos, bailes. No piden mucho, o tal vez sí, pero elijen dejar
sorprenderse por lo que vendrá, nunca opacar las ilusiones con peleas absurdas
y discusiones que en vano le dan sombra a algo imposible de oscurecer pues la luz
es más fuerte que la niebla. Y al son de los pájaros que dibujan la melodía en
el cielo se acerca la Navidad y con ella las ganas de encontrarle un sentido
verdadero, el renacimiento del amor, del AMOR perdón, de la vida, de la
verdadera buena vida. Familia para abrazar y amigas para conmemorar lo que se
viene, playa y más playa y cuanta más playa mejor. La actitud (y todo en esta
vida se trata de actitud) es disfrutar del momento teniendo en cuenta que trascendemos,
amar y alegrarse de los pequeños destellos, mirar el presente pero posando una
mano en el mañana, y claro, con un pie firme en el pasado. Festejar mientras
así se pueda, vivir si nos dieron vida, cantar si tenemos voz y sonreír porque
es gratis y hace bien. Escuchar la música que nos regalan, entender el ciclo de
la naturaleza y respetarlo.
Un
brindis que encierra una vida de abrazos, burbujas que flotan en el aire como
palomas que no van a ningún lado, una guitarra eléctrica imaginaria en esos
dedos que jamás sabrían tocarla –o quizás en otra vida sí- y velas colgadas
como guirnaldas que derraman cera. Toda esa luz (imposible pero posible en otra
dimensión) que enceguece cada vez más a algunos, se apaga un poco para que un
par la puedan mirar. O mejor dicho, acercarse sin quemarse. Ese es el secreto. Acercarse
sin quemarse y entender, que si estiramos un poco más los brazos, nuestro
cuerpo desvanecerá y seremos solamente almas.
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