jueves, 22 de marzo de 2012
El trabajo ideal y sus lujos
¿Pero vos te estás pintando? Estás loca nena, vamos a trabajar acá. No a chamuyar. JA JA JA JA. Eso no quita que tengamos que vestirnos como pibes con buzos negros del fantasma de la ópera con crocs gigantes u ojotas con medias a lo jubilado. Al fin y al cabo, estamos yendo a una fiesta che. A laburar, sí, pero a una fiesta. Es decir, sexo masculino presente. Y nunca está de más estar relativamente presentable por si quien sabe, aparece alguien que le llama la atención.
Llegan y quedan pues los escombros de un festival que parece haber sido espeluznante, cotillón y banderines de colores dando vueltas, cervezas por doquier, latitas en el pasto, un escenario tristemente vacío pero un djockey a la altura del espectáculo. Eso sí, un grupo reducido de gente baila al son de una música apta para saltar y divertirse. Pero ojo, ellas vinieron acá a laburar así que estén atentos a la hora que ya van a ser las dos. Se dirige entonces a la entrada, su puesta de trabajo. Eso iba a ser duro. Cobrarle a la gente que entra, despedir a la gente que sale. Pero nadie entra y todos salen. Y mientras averigua cómo funcionan las cosas por ahí, las otras dos esperan atrás de los arbustos supervisando que todo estuviera bien. Y todo, efectivamente, funcionaba bien. O mejor dicho perfecto. Dos jodones que fiel a su adjetivo joden y joden con los handys. Fuman cigarrillo tras cigarrillo con los tipos de campera de cuero y pelo negro que salen de la oscuridad y nunca entendí qué carajo hacían ahí. Y se sientan y hablan y boludean, y qué buen trabajo che. Y vienen dos visitas y la acompañan en el oficio duro y arduo, le hacen compañía en esa situación de seriedad y formalidad. Juntas trabajan, y ante la duda de un mal desempeño de la actividad, simulan la entrada de dos jóvenes en moto. Ella las recibe, les cobra, les pone la pulserita… fa, qué arte. Y qué bien lo realiza. Eso sí, no logra cobrarles. Pero porque ellas ya habían pagado y comido un choclo y un pancho y andá a saber cuántas cervezas. Pero lo importante es que sabe cómo manejar la situación y ellos la felicitan. O no la felicitan tanto… Pero cómo andarán las otras dos en la barra, ellas sí que se deben estar rompiendo el lomo, moviéndose de un lugar para otro, con el delantal puesto sirviendo tragos, agarrando hielos, congelándose las manos, cobrando y entregando a cada quien cada pedido, apoyando vasos, sirviendo alcohol, mezclando fernet con coca y ron con coca y lo que venga, pero con coca. Qué manera de trabajar. Y de repente, el aviso de que la fiesta se da por concluida. Se cierra la caja, que entren los que quieran y que entren gratis. Porque ya está. Los autos que en algún momento salían, ya no salen más. Nada más ni nada menos porque ya se fueron todos. Y los que pensaban entrar, cambian de opinión cuando intercambian un par de palabras con los que se van. Y sigue el boludeo entonces, nos repartimos las cintitas, jodemos con los colores, pero ¿joder dije? Perdón, ninguna joda. Ahora los que tienen los tres colores pueden entrar al vip. Solo los que tienen los tres colores. Rojo, amarillo y verde. Entonces así si, entran. Y ahí si aparecen las dos del delantal. Traspiradas de tanto moverse, se sientan y respiran. Por fin se terminó el trabajo, no dan más. Igualmente, no se sabe bien por qué, acepta la remuneración con algo de vergüenza y sin cara alguna. Cuando quieras Dama, cuando quieras volvemos a aceptar una oferta de trabajo. Siempre y cuando venga de vos y siempre y cuando sea en una fiesta y siempre y cuando esa fiesta a las dos de la mañana ya no exista.
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