Quizás sea este el único medio -romántico, patético, idiota- de hablar con vos, de contarte un pedazo de mi vida y hacer de cuenta que tomamos un café. Porque me inventaste sin conocerme, creaste una imagen que no era real, hiciste de mí un preconcepto y está mal. Error, deben haber gritado mis pupilas que no saben disimular, error, horror. Con ojos grises me miraste como si habláramos a través de una ventana un poco sucia de barro porque noto que te cuesta identificarme bien, o como si estuvieses lejos de mí, nos separaban las frases que días antes te habrían dicho tus amigos. Amigos. We better talk this over, maybe when we both get sober. ¿Mas ebrios de qué? Si solo las palabras nos nublan la vista, la imposibilidad ridícula de no tenernos, la distancia innecesaria, las estrellas que una a una vuelven al cielo -cuando bien podrían caer, formar lagos de luz- para mostrarme lo que no podré tocar. No pido la luna, no espero el mar. Con una cerveza alcanza. Ba, depende de qué cerveza (suena Almost Famous, esta pequeña historia está llena de intertextualidades). ¡Pero suficiente! Ahora que veo bien, lo encuentro (o empiezo a entender): lo único que te separa de vos mismo sos vos. Abrazá tu cisne negro, bailá, reconocete imperfecto y brillá. La perfección no es sensual. ¿Cuántas veces tiene que mirar un hombre para arriba antes de ver el cielo? La frase de Dylan, circular, no me deja dormir. Si las respuestas vuelan en el viento o las tiene un vagabundo o se esconden en las raíces de un árbol o están acumuladas en un basural, todas las respuestas a las preguntas que le dan vida y nafta al auto que rueda y anda y camina, nadie lo sabrá. A no ser que el que las sepa (tal vez ese vagabundo, tal vez un cajero de un supermercado, tal vez un presidente, un obispo, un campesino) se las guarde para sí y no quiera compartirlas con nosotros, los desolados, los perdidos, los bichitos de luz en plena luz del día, las almas perdidas nadando en una pecera (inevitable la referencia a Pink Floyd, por eso me la permito). Quién sabe. ¿Qué hago escribiendo en primera persona? En fin, este texto, este reclamo, este aullido silencioso, esta sarda de palabras que quizás (probablemente, o mejor, seguramente) jamás serán leídas por su destinatario, son solo huellas de algo que dejó el verano, vidrios rotos, ese polvo del cual venimos. Nada asegura que sean en vano y nadie asegura que no lo sean, escribir no tiene un fin sino el de salvarme o al menos el de sobrevivir. Salvar es una palabra demasiado Grande. He aquí un rastro de mi supervivencia, cenizas quemando en una isla desierta, apagándose resignadas, cansadas de esperar el rescate que nunca llegará. Entregados estamos todos, dejarse morir no es lo mismo que suicidarse, pero tampoco es lo mismo que vivir.
viernes, 20 de enero de 2017
Cenizas
La vida es bella e insólita. Te dejo un aullido silencioso para que al leerlo, sientas que algo brilla. ¿La luz en el fondo del túnel? ¿Existirá? Démosnos una oportunidad en este microsegundo de eternidad (a no ser que el mundo tenga un fin, cuántas preguntas sin respuesta, de vuelta). Nada nos lo prohíbe. En vano este prólogo, la vida no tiene prólogo.
Quizás sea este el único medio -romántico, patético, idiota- de hablar con vos, de contarte un pedazo de mi vida y hacer de cuenta que tomamos un café. Porque me inventaste sin conocerme, creaste una imagen que no era real, hiciste de mí un preconcepto y está mal. Error, deben haber gritado mis pupilas que no saben disimular, error, horror. Con ojos grises me miraste como si habláramos a través de una ventana un poco sucia de barro porque noto que te cuesta identificarme bien, o como si estuvieses lejos de mí, nos separaban las frases que días antes te habrían dicho tus amigos. Amigos. We better talk this over, maybe when we both get sober. ¿Mas ebrios de qué? Si solo las palabras nos nublan la vista, la imposibilidad ridícula de no tenernos, la distancia innecesaria, las estrellas que una a una vuelven al cielo -cuando bien podrían caer, formar lagos de luz- para mostrarme lo que no podré tocar. No pido la luna, no espero el mar. Con una cerveza alcanza. Ba, depende de qué cerveza (suena Almost Famous, esta pequeña historia está llena de intertextualidades). ¡Pero suficiente! Ahora que veo bien, lo encuentro (o empiezo a entender): lo único que te separa de vos mismo sos vos. Abrazá tu cisne negro, bailá, reconocete imperfecto y brillá. La perfección no es sensual. ¿Cuántas veces tiene que mirar un hombre para arriba antes de ver el cielo? La frase de Dylan, circular, no me deja dormir. Si las respuestas vuelan en el viento o las tiene un vagabundo o se esconden en las raíces de un árbol o están acumuladas en un basural, todas las respuestas a las preguntas que le dan vida y nafta al auto que rueda y anda y camina, nadie lo sabrá. A no ser que el que las sepa (tal vez ese vagabundo, tal vez un cajero de un supermercado, tal vez un presidente, un obispo, un campesino) se las guarde para sí y no quiera compartirlas con nosotros, los desolados, los perdidos, los bichitos de luz en plena luz del día, las almas perdidas nadando en una pecera (inevitable la referencia a Pink Floyd, por eso me la permito). Quién sabe. ¿Qué hago escribiendo en primera persona? En fin, este texto, este reclamo, este aullido silencioso, esta sarda de palabras que quizás (probablemente, o mejor, seguramente) jamás serán leídas por su destinatario, son solo huellas de algo que dejó el verano, vidrios rotos, ese polvo del cual venimos. Nada asegura que sean en vano y nadie asegura que no lo sean, escribir no tiene un fin sino el de salvarme o al menos el de sobrevivir. Salvar es una palabra demasiado Grande. He aquí un rastro de mi supervivencia, cenizas quemando en una isla desierta, apagándose resignadas, cansadas de esperar el rescate que nunca llegará. Entregados estamos todos, dejarse morir no es lo mismo que suicidarse, pero tampoco es lo mismo que vivir.
Quizás sea este el único medio -romántico, patético, idiota- de hablar con vos, de contarte un pedazo de mi vida y hacer de cuenta que tomamos un café. Porque me inventaste sin conocerme, creaste una imagen que no era real, hiciste de mí un preconcepto y está mal. Error, deben haber gritado mis pupilas que no saben disimular, error, horror. Con ojos grises me miraste como si habláramos a través de una ventana un poco sucia de barro porque noto que te cuesta identificarme bien, o como si estuvieses lejos de mí, nos separaban las frases que días antes te habrían dicho tus amigos. Amigos. We better talk this over, maybe when we both get sober. ¿Mas ebrios de qué? Si solo las palabras nos nublan la vista, la imposibilidad ridícula de no tenernos, la distancia innecesaria, las estrellas que una a una vuelven al cielo -cuando bien podrían caer, formar lagos de luz- para mostrarme lo que no podré tocar. No pido la luna, no espero el mar. Con una cerveza alcanza. Ba, depende de qué cerveza (suena Almost Famous, esta pequeña historia está llena de intertextualidades). ¡Pero suficiente! Ahora que veo bien, lo encuentro (o empiezo a entender): lo único que te separa de vos mismo sos vos. Abrazá tu cisne negro, bailá, reconocete imperfecto y brillá. La perfección no es sensual. ¿Cuántas veces tiene que mirar un hombre para arriba antes de ver el cielo? La frase de Dylan, circular, no me deja dormir. Si las respuestas vuelan en el viento o las tiene un vagabundo o se esconden en las raíces de un árbol o están acumuladas en un basural, todas las respuestas a las preguntas que le dan vida y nafta al auto que rueda y anda y camina, nadie lo sabrá. A no ser que el que las sepa (tal vez ese vagabundo, tal vez un cajero de un supermercado, tal vez un presidente, un obispo, un campesino) se las guarde para sí y no quiera compartirlas con nosotros, los desolados, los perdidos, los bichitos de luz en plena luz del día, las almas perdidas nadando en una pecera (inevitable la referencia a Pink Floyd, por eso me la permito). Quién sabe. ¿Qué hago escribiendo en primera persona? En fin, este texto, este reclamo, este aullido silencioso, esta sarda de palabras que quizás (probablemente, o mejor, seguramente) jamás serán leídas por su destinatario, son solo huellas de algo que dejó el verano, vidrios rotos, ese polvo del cual venimos. Nada asegura que sean en vano y nadie asegura que no lo sean, escribir no tiene un fin sino el de salvarme o al menos el de sobrevivir. Salvar es una palabra demasiado Grande. He aquí un rastro de mi supervivencia, cenizas quemando en una isla desierta, apagándose resignadas, cansadas de esperar el rescate que nunca llegará. Entregados estamos todos, dejarse morir no es lo mismo que suicidarse, pero tampoco es lo mismo que vivir.
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