Y mientras ellas se
ríen de sus propias desgracias porque es la única salida gratuita dentro de
semejante túnel -que sólo con pensarlo ve cómo colapsa entre charcos y
murciélagos que pispean sin pispear porque no ven- un recuerdo se trasluce por
las rejas que aparecen aludiendo a Shutter Island y Andrew Laeddis y Edward Daniels y una cárcel o celda o prisión, sea lo
que haya sido que pensó Scorsese. Siempre turbia, siempre sucia, siempre reacia
a la compasión y cerrada a la misericordia.
Pero de alguna manera (y esta vez queda pendiente descubrir si es incertidumbre
o certeza, esa que le hace pensar porque quiere
pensarlo así y se convence entonces de que es así) sabe que no todo termina
ahí, en ese mísero "no sé que me pasa". A mí tampoco sé que me pasa,
el hecho de que me haya involucrado con el texto hace sonar una campana... Pero
mejor no meternos en ese terreno. Mas no, no todo se termina ahí. Ni él es tan
cobarde ni ella tan imaginativa, loca, loquísima, de remate...o tal vez sí. Y
no es él quien se asusta sino ella la que teme la llegada del otoño y el final
de un verano, porque en algún momento la espuma del mar se acaba y el sol deja
de quemar. Llegan entonces los árboles pelados y las películas de miedo. Pero
las luces de colores permanecen, debajo, muy MUY ¡MUY! debajo de esa oscuridad que
ellos dejaron al partir. Que así como vinieron se fueron. La paradoja de la
partida es la frialdad con la que así lo hicieron, y su llegada, la calidez con
la que abonaron. Y es que acá nada es gratis, acá no se puede vivir del amor y
una casa no se puede comprar con amor pues Ricardo Arjona -y para los que saben
y comprenden- Luis Alberto viene a pagar los platos rotos. Música y alcohol
para olvidar eso que como un meteorito, vino con ruido y partió en el silencio.
Sigiloso, misterioso, con la cabeza gacha, como el amante que abandona la casa
en el medio de la noche, y camina en puntas de pie, y mira para atrás, y no hay
nadie que le haga de guardia, y le tiemblan las piernas y le late el corazón
fuerte y cuidado che, que te van a agarrar.
Y la sonrisa permanece, porque al fin y al cabito o cabón (todavía no sabe cual de
los dos), everybody hurts sometime. Y claro, qué iba a esperarse de ellos, no
todos, sino de ese porcentaje importante y representativo de los individuos de este
mundo en el que las anticuadas reprochan que "hombres eran los de antes"
y las historias de amor no existen y García Márquez y Cortázar sueñan cuando
hablan de la pasión eterna y sentimientos que no mueren y Axl Rose fuma cuando
habla de un paraíso hecho ciudad. Y ey, retomemos que esto se fue al carajo,
como picaflores fieles a su labor y
verdaderamente enamorados de su quehacer, los otros siguen su rumbo, vendiendo
humo para poder comprar vaya a saber uno qué fruta. Tentadora y atractiva por
fuera, pero reseca y agria en su interior. Y entonces, nosotras sonreímos frívolamente.
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