En Berlín se ven los escombros de una tierra que fue y ya no es. La historia se hizo ceniza pero los recuerdos se hicieron cemento, y hoy la memoria perdura para no volver a caer. En Berlín se ven las ganas de cambiar, de tolerarlo todo hasta no tolerar nada. Berlin se alejó tanto de su pasado que se acerca a un futuro diferente, siempre cerca del extremo. Discernir entre el bien y el mal ya casi es imposible, pues el bien y el mal ni siquiera existen. Está bien, siempre y cuando choque contra lo que algún día fue; todo con tal de no acercarse hacia lo que algún día sufrieron. La apertura de mente es tal que la mente se quedó perdida por ahí. Una sociedad joven que volvió a nacer del polvo, calles reconstruidas, monumentos nuevos, paredes diferentes, ciudadanos pertenecientes a distintos mundos tan pequeños y distintos que no se juzgan ni se miran entre sí. Nada está establecido, todo ha de crearse y reinventarse de nuevo. En Berlín se respira el respeto por la historia y la compasión por las víctimas, se escuchan los llantos de los inocentes, se vislumbran las marcas de los asesinados y la sangre de los maltratados, aparecen las ropas de los bebés sin familias, las cartas de los enamorados que fueron separados a la fuerza; se evidencia las ganas de vivir con la que se quedaron los jóvenes y el amor arrebatado de los ancianos. Se percibe la vergüenza de los humillados y nadie comprende semejante atrocidad pero todos la contemplan, nadie entiende semejante maldad, todos callan, rezan, proclaman la tolerancia, defienden la teoría de que todo es normal si es raro, escapan de los totalitarismos, aman la libertad y se escapan de lo mundano. Vivir en Berlín implica asimilar lo que pasó hace unos años, los campos de concentración a unos kilómetros recuerdan los millones de inocentes asesinados, gente que solo quería vivir en paz. Gente cuya vida fue arrebatada sin razón. Gente sometida a torturas físicas y psíquicas. Gente que jamás hizo otra cosa que vivir su vida tranquila, sin molestar.
Hoy Berlín son las ganas de escapar de esa realidad que fue hace poco; es el miedo de aceptar que el hombre fue capaz de matar sin culpa y sin razón, es el terror de siquiera pensar que si alguna vez pasó entonces puede volver a pasar. En Berlín, la capital que acogió a las mentes del plan macabro, se respira todo eso: desesperanza y asco de lo que puede llegar a ser el ser humano. Viviendo ahí la historia se hace tangible, las huellas quedaron y los nombres no serán olvidados. Es tan real que el miedo es más grande, y es tal el miedo al negro que todo es de colores. Era tan gruesa la línea que ahora no hay línea. Era tan grande el muro que ahora el muro viste graffitis que le cantan al mundo y visten estrellas de david. Berlín tiene tanto miedo a ser lo que fue, que ahora, ante la duda, trata de no ser.
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