lunes, 1 de diciembre de 2014

Crónica de una feria

Porque en la vida todo llega, brindo con mi sombra, con la que compartí diez días de trabajo que pasaron volando, como los Díaz, como los días, como los pájaros. Las anécdotas quedarán para siempre, y si dudan de que haya gente PARA TODO, trabajen en atención al cliente en una feria de Buenos Aires. Buenos Aires la bella, Buenos Aires la romántica, la de la ciudad de los poetas, dueña de gente vieja, una Buenos Aires que hizo soñar a los pintores y alimentó la curiosidad de los cineastas. Dueña de los tangos de Gardel, de los cuentos de Borges y de las proezas de Cortázar. Auténtica y precoz detona, como siempre, sus mil y una caras, y acoge a toda esa gente: Gente sin ganas de buscar, pero gente con ganas de encontrar, gente pero sobre todo mujeres: mujeres grandes, viejas, jóvenes, mujeres desesperadas, mujeres apuradas, mujeres de todo color forma y tamaño: mujeres rubias, mujeres morochas, mujeres arregladas, mujeres con calzas, mujeres con tacos y mujeres casi descalzas, mujeres sordas, mujeres gritonas, mujeres calladas, mujeres con rulos, mujeres de pelo lacio, mujeres embarazadas, mujeres altas y otras bajas, lindas, blancas, morochas. Mujeres, mujeres, mujeres que buscan consumir, comprar, otras solo mirar, jubiladas que vienen a pasarla bien, otras a pasarla mal, mujeres que torturan a sus novios haciéndoles hacer la fila, hombres que vienen por motus propio, hombres que compran, hombres que defienden a sus mujeres, hombres guapos, hombres trabajadores, hombres no tan hombres. Pero un hombre en especial, que manda palomas mensajeras para ser un poco más romántico que el resto, un hombre de otro mundo diferente al suyo, un hombre que la enamora cuando la mira, un hombre que nunca va a ser su hombre, un hombre con ojos como el mar que le da ganas de nadar en ellos, un hombre que la hace olvidar del tumulto de la feria, que la lleva de la mano a un cielo un poco más cielo que el verdadero, un hombre que no le promete nada pero que la hace soñar hasta olvidar que está trabajando.
Porque Coas puede ser un caos, pero ellas lo ven de otra manera.
Porque así la comida es más rica, la pizza no la cansa tanto, las filas son más cortas, el trabajo más ameno, su amiga más amiga todavía. Que les digan idiotas, que les griten, que se quejen, que escriban en el libro grande, que traten de quitarles la paciencia porque no van a poder quitarles la sonrisa, que las bañen de malestar porque ellas van donde la brisa, que sean tontos, porque ellas son vivas. Porque pueden verlo como un trabajo agotador de diez días intensos. Pero ellas lo ven como pasar más tiempo juntas. Eligen vivir la vida y disfrutar de lo que les toca vivir, por eso se emocionan con la gente que pasa: el aire es demasiado puro, la familia demasiado íntima, las estrellas están demasiado cerca, el calor demasiado fuerte, las lágrimas demasiado grandes: todo la emociona, sobretodo el amor, cuando va de la mano de una pareja que busca remeras de Channel, brillos de Dior. El desgaste de señoras que luchan por una sociedad que funcione, por hospitales que cuenten con los insumos suficientes, por niños que tengan lo necesario para vivir mejor. La emociona ese amor de la mano de una señora que va a pasear, de un hombre que busca en el mapa hasta encontrar lo que busca, de un músico que baila y canta con un público de tres viejas que aplauden como si estuviera cantando en el Luna Park bajo las estrellas, con millones de fanáticos bailando a la luz de la luna. Esa luna que la baña. Aquella mujer que se llama a sí misma gorda, que quiere a la gente como la vaca quiere al ternero, casada para siempre con el amor de su vida, graciosa como ella, realista como pocos, y valiente. Sin temor a la vida vive; sin temor a lo que el resto piense, habla; sin temor a los locos, ríe.

Cualquiera puede bailar en un escenario. Porque claro, de vuelta, la vida es como uno la mire. Por eso seguirá soñando con ese hombre con ojos de mar. 

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