Porque en la vida todo llega,
brindo con mi sombra, con la que compartí diez días de trabajo que pasaron
volando, como los Díaz, como los días, como los pájaros. Las anécdotas quedarán
para siempre, y si dudan de que haya gente PARA TODO, trabajen en atención al
cliente en una feria de Buenos Aires. Buenos Aires la bella, Buenos Aires la
romántica, la de la ciudad de los poetas, dueña de gente vieja, una Buenos Aires que
hizo soñar a los pintores y alimentó la curiosidad de los cineastas. Dueña de
los tangos de Gardel, de los cuentos de Borges y de las proezas de Cortázar.
Auténtica y precoz detona, como siempre, sus mil y una caras, y acoge a toda
esa gente: Gente sin ganas de buscar, pero gente con ganas de encontrar,
gente pero sobre todo mujeres: mujeres grandes, viejas, jóvenes, mujeres
desesperadas, mujeres apuradas, mujeres de todo color forma y tamaño: mujeres
rubias, mujeres morochas, mujeres arregladas, mujeres con calzas, mujeres con
tacos y mujeres casi descalzas, mujeres sordas, mujeres gritonas, mujeres
calladas, mujeres con rulos, mujeres de pelo lacio, mujeres embarazadas,
mujeres altas y otras bajas, lindas, blancas, morochas. Mujeres, mujeres,
mujeres que buscan consumir, comprar, otras solo mirar, jubiladas que vienen a
pasarla bien, otras a pasarla mal, mujeres que torturan a sus novios
haciéndoles hacer la fila, hombres que vienen por motus propio, hombres que
compran, hombres que defienden a sus mujeres, hombres guapos, hombres
trabajadores, hombres no tan hombres. Pero un hombre en especial, que manda
palomas mensajeras para ser un poco más romántico que el resto, un hombre de
otro mundo diferente al suyo, un hombre que la enamora cuando la mira, un
hombre que nunca va a ser su hombre, un hombre con ojos como el mar que le da
ganas de nadar en ellos, un hombre que la hace olvidar del tumulto de la feria,
que la lleva de la mano a un cielo un poco más cielo que el verdadero, un
hombre que no le promete nada pero que la hace soñar hasta olvidar que está
trabajando.
Porque Coas puede ser un caos,
pero ellas lo ven de otra manera.
Porque así la comida es más rica,
la pizza no la cansa tanto, las filas son más cortas, el trabajo más ameno, su
amiga más amiga todavía. Que les digan idiotas, que les griten, que se quejen,
que escriban en el libro grande, que traten de quitarles la paciencia porque no
van a poder quitarles la sonrisa, que las bañen de malestar porque ellas van
donde la brisa, que sean tontos, porque ellas son vivas. Porque pueden verlo
como un trabajo agotador de diez días intensos. Pero ellas lo ven como pasar
más tiempo juntas. Eligen vivir la vida y disfrutar de lo que les toca vivir,
por eso se emocionan con la gente que pasa: el aire es demasiado puro, la
familia demasiado íntima, las estrellas están demasiado cerca, el calor
demasiado fuerte, las lágrimas demasiado grandes: todo la emociona, sobretodo
el amor, cuando va de la mano de una pareja que busca remeras de Channel,
brillos de Dior. El desgaste de señoras que luchan por una sociedad que
funcione, por hospitales que cuenten con los insumos suficientes, por niños que
tengan lo necesario para vivir mejor. La emociona ese amor de la mano de una
señora que va a pasear, de un hombre que busca en el mapa hasta encontrar lo
que busca, de un músico que baila y canta con un público de tres viejas que
aplauden como si estuviera cantando en el Luna Park bajo las estrellas, con
millones de fanáticos bailando a la luz de la luna. Esa luna que la baña.
Aquella mujer que se llama a sí misma gorda, que quiere a la gente como la vaca
quiere al ternero, casada para siempre con el amor de su vida, graciosa como
ella, realista como pocos, y valiente. Sin temor a la vida vive; sin temor a lo
que el resto piense, habla; sin temor a los locos, ríe.
Cualquiera puede bailar en un
escenario. Porque claro, de vuelta, la vida es como uno la mire. Por eso
seguirá soñando con ese hombre con ojos de mar.
oh si
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